NIEBLA: ALGUNOS COMENTARIOS A PROPÓSITO DEL LIBRO «CEREBRO Y PODER», DE ADOLF TOBEÑA

3 Jun 2008

Antoni Talarn

Universidad de Barcelona

Cerebro y poder (Barcelona: La esfera de los libros.2008). Un buen título sin duda. Y el subtítulo aún es más atractivo, si cabe: Política, bandidaje y erótica del mando. Una presentación perfecta, edición de lujo. Todo incita a hacerse con un ejemplar del libro.

Pero, si tienen algún interés en leerlo (y si es así, espero, la verdad, que el mismo haya decaído después de la lectura de esta reseña) búsquenlo en alguna biblioteca. O pídanmelo prestado, gustosamente les cederé el ejemplar que, inopinadamente, compré y leí (nadie es perfecto, todos nos equivocamos, excepto el Dr. Tobeña, como después veremos). El libro tiene sus virtudes, además de las puramente comerciales, pero quedan lamentablemente eclipsadas por un sinnúmero de venialidades que dan como resultado un producto francamente infumable.

¿No me creen? ¿Consideran estas palabras un tanto extremistas? ¿No les parece de recibo una reseña que se inicie con unas frases tan duras contra el texto que se comenta? ¿Quizás es políticamente incorrecto hacer aseveraciones así de contundentes como las que aquí se han mostrado? ¿Debería de mostrar más respeto ante la obra de un autor tan reputado, premiado y mediático (y para más inri catedrático de Psicología Médica y Psiquiatría de la UAB)? ¿No sería suficiente, y mas adecuado, exhumar el contenido del libro y dar una opinión razonada sobre el mismo?.

Juzgen ustedes mismos. He aquí un atestado no exhaustivo de las deformidades de este texto.

1. Reduccionismo ad libitum.

Según nuestro ínclito maestro (todo el libro rezuma un insufrible aire de autoridad intelectual y de desprecio por las opiniones ajenas) resulta que el núcleo del poder es la testosterona. «Probablemente el (ingrediente) más relevante en las historias de poder que se traen entre manos los hombres y también las mujeres» (pág. 13). Así de rotundo y meridianamente claro. ¿Nos les parece un tanto reduccionista una aseveración tan grosera? De esta guisa podríamos reducir el amor a la oxitocina, el gusto por el lujo a la dopamina y embarcarnos en la búsqueda de los marcadores genéticos de la envidia, los celos y el altruismo, ideas que, de un modo u otro, también sugiere el autor.

Y es que una de las tesis fundamentales del texto es aquella que dice que los líderes, los poderosos, los que ambicionan poder y riquezas, poseen un temple neurohormonal heredado diferente de aquéllos sin estas características actitudinales. El texto abunda en datos que, aparentemente confirman esta hipótesis. Pero, de qué modo, vean: «Puede decirse, en términos generales, que el peso de la influencia génica llegaba al 30 por ciento». (pág. 29). «Queda, pues, probado que existe una propensión heredada para ser líder y ejercer como tal». (pág. 31). Sin comentarios.

Otra perla ilustrativa de la amplitud de alcance de la mirada del autor. Según él la definición del poder reza así: «El verdadero nervio del dominio: la capacidad de decidir, influir e imponerse que manifiestan los individuos. La definición no necesita nada más» (pag. 21). Aún estando de acuerdo con la máxima de Einstein de que las cosas deberían ser lo más simples posibles, no debemos olvidar que la coletilla rezaba «pero no más que eso». Y es que se echa de menos en este texto una definición algo más elaborada de la noción de poder. Tampoco es el caso de exigirle a un psiquiatra biologicista que preste atención a las aportaciones de Nietzsche, Weber, Foucault o Arendt -que se pueden encontrar compendiadas en Ibáñez, (1982) y Menéndez (2007)- pero de ahí a ni siquiera citarlos (Russell es el único que recibe el honor de una cita de Tobeña, justo es reconocerlo) va un trecho. Quizás en el siguiente apartado entenderemos el porqué de estas omisiones.

2. Narcisismo profesional.

«… insistí en que la esencia del poder era esa sustancia (la testosterona, se entiende). Que los análisis filosóficos debían de empezar por ahí si se querían evitar despistes e incursiones espúreas en este asunto» (pág. 12).

¿Serán éstos los motivos (el despiste y lo espúreo de la filosofía) por los que los autores mencionados ni siquiera han merecido una línea en el texto de Tobeña? Nunca lo sabremos, pero nos quedamos con la idea del autor: si no empezamos por la testosterona, apaga y vámonos. No se le ocurra a Ud. filosofar sin tener en cuenta la testosterona, parecería advertirnos, en tono de cualificado admonitor, nuestro generoso maestro.

¿Y con respecto a los psicólogos? ¿Estaremos, pobres de nosotros, también un tanto desorientados sin las enseñanzas de la moderna neuroimagen y las excelsas e incuestionables aportaciones de la genética y la bioquímica? Pasen y vean (o lean, nunca mejor dicho):

«La psicología, en cambio, ha huido despavorida de los embates por el poder. Ha decidido dedicarse a asuntos menores (y con frecuencia innecesariamente abstrusos) de los itinerarios vitales de los humanos. Muy extraño, la verdad. Ha sido necesario combinar la curiosidad implacable de los biólogos con el desasosiego de los neurólogos equipados con las nuevas herramientas de exploración del cerebro, para convencer a los psicólogos de la necesidad de aclarar la niebla que habían depositado en este campo (y en muchos otros, a fuer de ser sincero)» (pág. 26).

Pues no. Los psicólogos andamos aún más perdidos que los filósofos. Quizás será cuestión de alguna hormona o de la carencia de algún neurotransmisor (esperemos que Tobeña nos ilustre con algún nuevo texto sobre la materia). Resulta que hemos depositado niebla en este tema y en muchos otros. Que nos hemos dedicado a temas abstrusos. Pero, tranquilos, colegas de profesión. Tengamos a bien congraciarnos con las dádivas de sapiencia obtenidas gracias a la curiosidad implacable de los biólogos (y) el desasosiego de los neurólogos equipados con las nuevas herramientas de exploración del cerebro. Loados sean los sabios, aquellos que nos iluminan en el descubrimiento de las sendas del poder.

Cierto es que se citan los trabajos de algunos psicómetras, pero también lo es que no hay ni una sola mención a los abundantes trabajos de la Psicología Social sobre el tema ni, por supuesto, a los escritos de Jung o Adler, ni a los de los psicoanalistas contemporáneos como Legéndre (1976) o Hillman, (1998). Será que son fabricantes de niebla.

Pero la cosa no acaba aquí. Tampoco salen muy bien librados los periodistas, de los que sin ningún tipo de pudor dice:

«Cabe concluir, por tanto, que la noble función de vigía valedor de la comunidad que cultivaba el mejor periodismo ha fenecido al ceder un terreno, quizás irrecuperable, al oficio de pregonero y diseminador de la voz de su amo, que siempre se asoció también al gremio. Con el resultado de que el grueso de los profesionales de la información que ahora medra en los medios se dedica a ejercer de paparazzi más o menos disfrazado» (pág. 200).

Hay más, y no poco sustancioso. Pero para resumir diremos que los políticos son retratados en este texto con los tópicos más manidos que imaginarse pueda y se los tacha, a casi todos, poco menos que de auténticos sinvergüenzas: «Entre los políticos de relumbrón, y también entre los de segunda y tercera fila, hay una desmesurada proporción de delincuentes y paradelincuentes estupendamente disfrazados de servidores de la comunidad» (pág. 248).

3. Narcisismo personal.

¿Le interesan a usted, amable lector, cuestiones como el lugar desde el que escribo estas líneas, lo que hago los sábados por la mañana, si voy a esquiar o a tomar el sol o mis opiniones políticas? Tiendo a pensar que en absoluto. Creo que no caben ni tan siquiera en un libro de divulgación. Quizás sean informaciones de gran utilidad en las revistas del corazón o en programas de telebasura. Pero, hete aquí que aquel que se sumerja en la lectura de Cerebro y poder se enterará de muchas de estas cosas referidas a su autor. Y en qué emisoras colabora, qué cursos dirige, cómo se llaman algunos de sus amigos, y qué opciones políticas sostiene. Es, sin duda, una gran aportación al debate científico el poder saber que Tobeña está de acuerdo con las iniciativas del tandem Bush/Blair tras el 11-S o que, según su criterio, Acebes fue un gran Ministro del Interior y lo hizo estupendamente tras los atentados del 11-M.

Es muy probable que los psicólogos hayamos depositado niebla en algunos de los temas que hemos tocado. El que abre la boca se equivoca, como dice el dicho. No obstante, el tema del narcisismo lo tenemos, en mi humilde opinión, bastante bien estudiado. En este libro abunda el narcisismo. Lo que no equivale a sostener que su autor sea un narcisista. Los psicólogos somos prudentes y no especulamos con los rasgos de personalidad de las gentes a las que no conocemos. No como otros.

4. Miscelánea de despropósitos.

Se me acaba el espacio, y la paciencia. Compendio en pos de la brevedad.

4.1. Piropos salerosos.

Un párrafo que llamará especialmente la atención de las colegas psicólogas:

«Cuando nos sorprendemos al descubrir que aquella chica tan apetitosa es una investigadora brillante o que aquel individuo tan apuesto es un sabio eminente, no hacemos otra cosa que mostrar la adscripción al cliché que asocia buena estampa al estatus social» (pag. 213).

Bueno… no hay que ser tan puntilloso, podrían decirme ustedes. Tampoco es tan grave decir que una chica sea apetitosa y un individuo sea apuesto. No, no pasa nada, pero es que cuando después uno lee que:

«Lo cual conlleva que haya un buen puñado de solteros que salen perdiendo, en relación con los aparejados, porque les toca probar hembra muy raramente o jamás.» (pág. 218)

o bien:

«… decidieron enviar a la representante indígena de esa corriente neofranciscana, Mme Royal, al limbo de las crónicas sentimentales. Un buen lugar, por cierto, para seguir luciendo su exquisito prêt a porter» (pág. 278).

Decía que, tras estos primorosos comentarios sobre el genero femenino, no puede uno menos que sentirse un tanto, digamos, sorprendido.

4.2. Comulgar con ruedas de molino

«Los datos existentes sobre la desconfianza llevada a sus extremos patológicos (la paranoia) ya apuntaban a que debía de haber una regulación neurohormonal de la propensión a ser confiado o desconfiado, porque los síndromes psiquiátricos donde dominan las ideas paranoicas suelen corregirse razonablemente con medicación selectiva» (pág. 137)

¿De verdad aún hay alguien que se cree eso tan rimbombante de la «medicación selectiva«? Nosotros no, la verdad. Y, aunque tenemos datos que confirman la no especificidad de la medicación neuroléptica, tal y como el autor dice en reiteradas ocasiones (con respecto a los otros), no confiamos en que estos datos cambien en absoluto la opinión de Tobeña al respecto.

Ya se sabe que, tal como se insinúa en la página 284, aquellos que cuestionamos ciertas prácticas de la industria farmacéutica y de algunas cofradías de psiquiatras (Read, Mosher y Bentall, 2004; González y Pérez, 2007; Talarn, 2007) no somos más que una pandilla de ingenuos, ignorantes e ineptos. Aunque dispongamos de datos más que contrastados (¿o es que sólo son sólidos los datos de este libro?).

Se queja el autor amargamente de las resistencias que generan las nociones biologicistas que se muestran en su libro:

«De sobra sé que la profusión de datos sólidos no cuenta en absoluto para modificar los juicios gremialmente asentados y que todo lo que hemos discutido caerá en el vacío» (pag. 247).

¡Pobre autor! Una víctima más de la ignorancia y la burricie de todos aquellos que no nos dejamos convencer por la solidez de sus datos empíricos. Qué indoctos somos aquellos que no acabamos de creernos el poder explicativo de las fantásticas nueroimágenes de los sofisticados aparatos que los médicos manejan. O el cuento de que la dopamina es la madre y el padre de la esquizofrenia, o la bella historia de la genética determinante de los trastornos mentales. Somos un gremio y vivimos en la niebla.

Pero se equivoca el autor. Bien al contrario de lo que él cree, hemos tomado apuntes de todo aquello que aquí se nos muestra sobre la testosterona, las dinámicas animales sobre la dominación y demás saberes de notable valor. Le agradecemos su esfuerzo divulgador. No nos sentimos, no obstante, más iluminados.

5. Para ir terminando… al fin!!

Una vez dadas las gracias nos despedimos del texto (y de su autor) cordialmente. Ha quedado claro que libro no nos ha gustado. Hemos tratado de explicar el porqué. Sobre el poder, este libro aporta más bien poca cosa. Sin él, se podría trabajar y estudiar el tema sin ningún problema. Aunque, como digo, tomamos buena nota de sus contribuciones y las tendremos en cuenta. Pero sobran demasiadas cosas. Sus ideas se pueden hallar en otros textos mas serios, moderados, dialogantes y comprehensivos. No hay necesidad de cansarse la vista leyendo sus reduccionismos, sus fatuos ataques a otros colectivos, los detalles sobre la vida personal del autor, sus opiniones sobre las mujeres, la política y sus escasamente fundamentadas aportaciones a la sociología del deporte, de la sexualidad, del terrorismo o de la política.

Pura niebla. Espesísima.

6. Punto y final.

Llegados a este punto, habrá quién, dudando mis palabras iniciales, se pregunte si vale la pena comprarse el libro. Mi respuesta es rotunda: sí, cómprenlo y quédense tranquilos porque habrán contribuido a alimentar la necesidad de poder del autor (¿activada quizás por un exceso de testosterona?). Nunca un libro ha mostrado tan claramente la perversión en el uso de la biología para canalizar la desmesura de la autoestima, la importancia, la sabiduría, la altivez y la grandeza de su autor.

Referencias

Read, J., Mosher, L.R. y Bentall, R.P. (2004). Models of madness. New York: Routledge. Traducción castellana: Modelos de locura. Barcelona: Herder, 2006.

González, H. y Pérez, M. (2007). La invención de los trastornos mentales. Madrid: Alianza.

Hillman, J. (1998). Kinds of power. New York: Currency Doubleday. Traducción castellana: Tipos de poder. Barcelona: Granica, 2000.

Ibañez, T. (1982). Poder y libertad. Barcelona: Hora.

Legendre, P. (1976). Jouir de pouvoir. París: Minuit.

Menéndez, M. (2007). Sobre el poder. Madrid: Tecnos.

Talarn, A. (2007). (Comp). Globalización y salud mental. Barcelona: Herder.

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