¿Cómo ayudar a los niños a manejar sus miedos? Recomendaciones del Child Mind Institute

17 Jun 2019

Los miedos son una parte ineludible de la infancia: esconderse detrás del sofá durante una tormenta, creer que hay un monstruo en el armario o debajo de la cama, realizar interminables actividades nocturnas para evitar irse a dormir (pedir cinco minutos más antes de acostarse u otro vaso de agua), no querer dormir solos, etc.

Cuando estos miedos aumentan, es natural que los padres traten de tranquilizar a sus hijos e hijas, calmando sus temores; sin embargo, no debería ser así: son los niños quienes deben aprender cómo manejar sus miedos sin la intervención de sus padres, desarrollando así la confianza e independencia que necesitan para sentir que tienen más control sobre sus temores.

Así lo indica el Instituto de la Mente Infantil (Child Mind Institute) en un artículo publicado en su página Web, a través del cual aborda el tema de las fobias y los miedos en la infancia, y establece una serie de recomendaciones dirigidas a los padres, para ayudar a sus hijos e hijas a hacer frente a sus miedos, mediante diversas estrategias.

Autorregulación

La autorregulación es esencialmente la capacidad de procesar y gestionar nuestras propias emociones y comportamientos de una manera saludable. Pero para los niños, construir la autorregulación requiere tiempo y práctica.

Según señala el artículo, la mayoría de los temores de la infancia no suelen representar una amenaza real (por ej., el miedo a los monstruos en el armario). En realidad, suponen una oportunidad ideal para que los niños trabajen en sus habilidades de autorregulación. Para ello, afirma, “a menudo los padres deben trabajar su propia ansiedad en primer lugar”. A este respecto, el Instituto recuerda que si los niños reciben el mensaje de que sus padres siempre estarán allí para tranquilizarlos, no estarán motivados para aprender a hacerlo por sí mismos.

¿Cómo ayudarles? Recomendaciones

Por supuesto, esto no significa dejar de ayudarles completamente (por ejemplo, dejándoles a oscuras en la habitación por la noche y despidiéndonos de ellos hasta el día siguiente), sino guiarles de forma progresiva, hasta que puedan manejar sus miedos por sí mismo.

En estos casos, el Instituto recomienda ayudar a los niños y niñas a hablar sobre lo que les está asustando. Los niños pueden saber de qué tienen miedo, pero no siempre son capaces de verbalizarlo. En estos casos, puede ser de utilidad formular preguntas específicas. Por ejemplo, si a un niño le dan miedo los perros, se le puede preguntar: «¿qué hace que los perros te asusten?»,  «te asustó algún perro o te intentó morder?», «¿hay algún perro en concreto al que le tengas miedo?», teniendo información relativa a aquello que elicita el miedo en los niños, se puede formar una idea más clara de cómo ayudarles a superarlo.

Algunos de los temores comunes de la infancia son: el miedo a estar solo, a la oscuridad, a los perros u otros animales grandes, a los insectos, a las alturas, a recibir una inyección o ir al médico, a los ruidos fuertes o desconocidos, a los monstruos imaginarios, etc.

Una vez que se conoce cuál es el miedo, hay que transmitir a los niños el mensaje de que se les está tomando en serio, validando sus sentimientos. Por ejemplo, en lugar de afirmar «¡eso no da miedo!” o «aquí no hay nada que dé miedo», hay que tratar de decirle: “realmente eso suena atemorizante”«sé que muchos niños se preocupan por lo mismo que tú”.

Una vez que se les ha tranquilizado, es importante avanzar rápidamente al siguiente paso, dado que, incluso el hecho de insistir en ofrecerles tranquilidad “puede convertirse en un refuerzo». Es aconsejable hablar con los niños sobre el modo en que trabajarán juntos para ayudarles a sentirse más valientes, y poder ser capaces de manejar sus miedos por sí mismos.

Elaborar un plan: trabajar de forma conjunta con los niños para establecer metas razonables. Por ejemplo, si normalmente el niño o niña necesita que uno de sus padres (o los dos) permanezcan con él o ella en la habitación hasta que se duerma, se puede acordar que al final de la semana intentará apagar la luz y quedarse solo/a. Una vez que se ha establecido el objetivo, hay que determinar los pasos que se necesitarán para alcanzar este objetivo.

A modo de ejemplo, el plan podría ser el siguiente:

  • Primera noche: los padres pueden acordar leer dos libros con el niño o niña, apagar las luces, encender una luz nocturna y sentarse tranquilamente con él o ella (sin hablar ni jugar) hasta que se quede dormido/a.

  • Segunda noche: se acuerda leer un libro, apagar las luces y encender una luz nocturna. Se puede dejar la puerta entreabierta, quedándose los padres afuera de la habitación y no dentro de ella.

  • Tercera noche: se acuerda leer un libro, apagar las luces, encender la luz nocturna y cerrar la puerta.

  • Cuarta noche: leer un libro, apagar las luces y cerrar la puerta.

Es esencial ofrecer ánimo a los pequeños y tener paciencia. Conseguir un cambio lleva tiempo y el miedo es un sentimiento muy poderoso. Los padres deben ser constantes y elogiar el arduo trabajo que está realizando su hijo/a: «Fuiste muy valiente quedándote solo en tu habitación durante media hora. ¡A ver si podemos conseguir que mañana sea más tiempo!»

Deben hacerle saber al niño/a que es capaz por sí solo de enfrentar sus miedos, con frases del tipo: «lo estás consiguiendo” o “¡qué valiente eres!”. Los niños, especialmente los más pequeños, pueden necesitar más tiempo para adaptarse y comenzar a alcanzar algunos de los pasos establecidos.

El Instituto finaliza su artículo poniendo de relieve la importancia de buscar ayuda profesional cuando los miedos de los niños/as son persistentes, excesivamente intensos o comienzan a interferir en su vida diaria, recogiendo una serie de signos o señales indicativos:

Preocupación obsesiva: si el niño o niña está pendiente de la causa de su miedo, piensa o habla acerca de él a menudo, incluso cuando el factor causante no está presente. Por ejemplo, mostrar ansiedad excesiva unos meses antes de su próxima visita al dentista.

– Temores que limitan la capacidad del niño o niña para disfrutar de sus actividades diarias. Por ejemplo, negarse a ir de excursión al parque porque puede haber perros allí.

Miedos intensos y específicos que causan graves problemas. Signos de ansiedad severa como ataques de pánico, comportamiento compulsivo o disruptivo, o dejar de participar en actividades, con la escuela o la familia.

Fuente: Child Mind Institute

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