Un reciente artículo publicado en la revista Nature Reviews Psychology, analiza la manera en la que las amenazas sociales —reales o percibidas— inciden en la salud mental de los y las adolescentes.
Las autoras, referentes en el estudio del desarrollo socioemocional, integran en un artículo titulado Social threat and adolescent mental health -Amenaza social y salud mental adolescente- (Sequeira et al., 2025), hallazgos de la neurociencia, la psicología del desarrollo y la investigación sobre redes sociales para ofrecer un marco conceptual que explica por qué la sensibilidad social propia de esta etapa puede derivar en una mayor vulnerabilidad frente a la ansiedad y la depresión, especialmente en la era digital.
La sensibilidad social como rasgo definitorio de la adolescencia.
La adolescencia, que las autoras definen como la etapa comprendida entre los 10 y los 19 años, constituye, según señalan, un periodo de profundos cambios biológicos, cognitivos y sociales. A lo largo de esta transición la interacción con los pares es central, y aumentan en este periodo la sensibilidad a las evaluaciones sociales y la motivación por pertenecer y destacar en los grupos. Sequeira et al. (2025) destacan que esta elevada reactividad social, aunque adaptativa en términos de aprendizaje y desarrollo de habilidades interpersonales, también puede generar vulnerabilidad frente a experiencias amenazantes en el plano social.

De hecho, la amenaza social —que entienden como cualquier situación real o percibida que ponga en riesgo el estatus, la conexión, la identidad o la seguridad interpersonal— se relaciona, indican las autoras, con el incremento de síntomas de ansiedad y depresión durante esta etapa vital. El problema, apuntan, es que la literatura científica ha manejado definiciones heterogéneas de “amenaza social”, lo que dificulta una comprensión unificada del fenómeno.
Cuatro pilares de la amenaza social en la adolescencia.
El modelo integrador propuesto por Sequeira y sus colegas se apoya en los ámbitos de los sistemas de valencia negativa y procesos sociales definidos por el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos. Partiendo de esta base, las autoras identifican cuatro tipos interrelacionados de amenazas sociales que estructuran, según ellas, la experiencia adolescente: estatus social, conexión social, identidad social y seguridad interpersonal.
- Amenazas al estatus social.
El estatus social refiere a la posición que una persona ocupa dentro de un grupo. En la adolescencia, la búsqueda de popularidad —tanto en términos de reputación como de aceptación— es un motivador importante, influida por los cambios hormonales y la necesidad de pertenencia. La exclusión grupal, los rumores o la falta de visibilidad social (como tener pocos seguidores en redes) son ejemplos de amenazas que pueden deteriorar la autoestima y favorecer la aparición de síntomas internalizantes.
Según las autoras, tanto los adolescentes con baja como con alta popularidad reportan menor bienestar social, lo que sugiere que los extremos del estatus también implican riesgos psicológicos.
- Amenazas a la conexión social.
La conexión social, explican, alude al sentimiento de pertenencia y cercanía en las relaciones interpersonales. Las experiencias de rechazo, exclusión o pérdida de amistades se asocian sistemáticamente con ansiedad, depresión e ideación y pensamientos suicidas. Además, la anticipación del rechazo —el temor a ser excluido o evaluado negativamente— puede tener efectos equivalentes a la experiencia misma.
Mecanismos como la desregulación emocional, la rumiación y la baja autoestima median estos vínculos. A nivel neurobiológico, estudios realizados con videojuegos como Cyberball o con tareas como Chatroom Interact muestran que el rechazo activa regiones como la amígdala y la corteza cingulada anterior subgenual, asociadas a la hipervigilancia social y a la dificultad para regular emociones.
- Amenazas a la identidad social.
Sequeira et al. (2025) apuntan que, durante la adolescencia, la construcción de la identidad se entrelaza con la pertenencia a grupos sociales (étnicos, de género, religiosos o de clase). Las amenazas que afectan a estas identidades —como la discriminación o las microagresiones— pueden internalizarse en forma de estigma y expectativas de rechazo. Basándose en la teoría del estrés de las minorías, las autoras señalan que estas experiencias impactan el desarrollo neurobiológico y cognitivo, incrementando la rumiación, la disfunción ejecutiva y el aislamiento. En adolescentes con identidades marginadas, los efectos se amplifican y pueden derivar en síntomas depresivos, ansiedad y conductas suicidas.
- Amenazas a la seguridad interpersonal.
Finalmente, las amenazas a la seguridad interpersonal, inciden las autoras, incluyen formas de victimización como el stalking, la extorsión o la divulgación no consentida de información privada (doxing). Aunque menos estudiadas, estas experiencias afectan profundamente la salud mental, generando miedo, vergüenza, aislamiento y síntomas de estrés postraumático. Suelen ocurrir en contextos digitales y, a menudo, involucran a personas conocidas, lo que complica su denuncia y abordaje clínico.

El papel amplificador de las redes sociales.
El entorno digital ha transformado las dinámicas sociales de la adolescencia. Según el modelo de las afordancias (affordanes) de las redes sociales, las características tecnológicas de estas plataformas —como la publicidad, cuantificabilidad (número de likes o seguidores), anonimato, permanencia y disponibilidad— pueden intensificar las amenazas sociales.
- Estatus digital y comparación social: Las métricas visibles de popularidad fomentan la comparación constante y pueden generar sentimientos de inferioridad, especialmente cuando las imágenes compartidas están cuidadosamente editadas.
- Ciberacoso y exclusión pública: La ausencia de señales no verbales y el anonimato facilitan comportamientos agresivos y amplifican el impacto del rechazo. Ser excluido o excluida de un grupo de chat o ver fotos de eventos sin haber sido invitado puede activar una amenaza simultánea al estatus y a la conexión.
- Amenazas a la identidad y exposición a violencia simbólica: Los y las adolescentes pueden verse expuestos a contenidos discriminatorios o violentos contra su grupo social. Este contacto frecuente con el racismo o la violencia mediada por imágenes genera sentimientos de impotencia y malestar psicológico.
- Seguridad y privacidad digital: La facilidad para replicar y difundir contenidos expone a los jóvenes a riesgos de sextorsión, manipulación o acoso, con consecuencias devastadoras para su bienestar emocional.
El estrés digital, concepto emergente que incluye la ansiedad por aprobación o el miedo a perderse algo (FoMO), se vincula con el aumento de síntomas depresivos y de agotamiento emocional.
Hacia una investigación más ecológica y multidimensional.
Sequeira et al. (2025) subrayan que la mayoría de los estudios sobre amenaza social se basan en autoinformes, lo que limita la comprensión de las experiencias reales de los y las adolescentes. Proponen complementar estas herramientas con evaluaciones ecológicas momentáneas, entrevistas semiestructuradas y métodos experimentales que integren medidas neurobiológicas y de comportamiento en tiempo real. Nuevas metodologías, como la screenómica (análisis continuo del uso del teléfono móvil), prometen ofrecer una mirada más precisa sobre cómo las amenazas sociales digitales se experimentan y regulan cotidianamente.
Conclusión: redefinir la relación entre amenaza social y salud mental.
El trabajo de Sequeira et al. (2025) redefine la comprensión de la amenaza social en la adolescencia, al integrarla en un marco que conecta procesos emocionales, cognitivos, conductuales y tecnológicos. En lugar de preguntarse si las redes sociales “son malas” para la salud mental juvenil, las autoras invitan a analizar qué experiencias específicas en estos entornos generan riesgo o protección.
Esta perspectiva abre el camino hacia intervenciones más personalizadas y políticas públicas que consideren las particularidades del desarrollo adolescente en la era digital. Entender la amenaza social no solo como un evento externo, sino como un proceso dinámico mediado por percepciones, emociones y contextos tecnológicos, constituye un paso esencial para promover la salud mental de las nuevas generaciones.
Fuente.
Sequeira, S. L., Rodman, A. M., Nesi, J., & Silk, J. S. (2025). Social threat and adolescent mental health. Nature Reviews Psychology, 4(10), 639–653. https://doi.org/10.1038/s44159-025-00484-4
