HIJOS/AS DE LAS VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO- ENTREVISTA A S. CZALBOWSKI

23 Nov 2007

Según un estudio elaborado por profesores de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia, un 26% de las mujeres maltratadas afirma que la violencia ha sido extendida también a sus hijos y/o hijas.

Haber sido testigo o víctima directa de las agresiones tiene consecuencias igual de devastadoras para la salud psicológica de estos menores. Del estudio señalado se desprende que un 25% de los niños y niñas que han recibido malos tratos sufren inestabilidad emocional, un 22% depresión y un 20% problemas generalizados en su desarrollo evolutivo, además de problemas de autoestima y otro tipo de dificultades.

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Infocop Online ha querido profundizar en este tema entrevistando para sus lectores a Sofía Czalbowski, Psicóloga especialista en niños/as y familias del Punto Municipal del Observatorio Regional de la Violencia de Género de la Concejalía de la Mujer de Alcorcón.

 ENTREVISTA

Es frecuente que las niñas y niños que han vivido la violencia en hogar, bien porque han sido testigos del maltrato de su padre contra su madre o porque han sido víctimas directas de las agresiones, presenten importantes alteraciones emocionales y graves trastornos de conducta. Según su experiencia, ¿cuáles son los problemas psicológicos que sufren los menores víctimas de este tipo de violencia?

Los niños y niñas expuestos a la violencia de género pueden presentar un amplio abanico de problemas psicológicos que se manifiestan a través de una variada sintomatología. Pero también pueden no manifestar síntomas en el momento de la consulta, lo que no significa que dicha exposición no tenga repercusiones, que vayan a surgir en otro momento de su desarrollo.

Cuando aparece sintomatología, ésta se manifiesta bajo la forma de ansiedad, inhibiciones y bloqueos, conducta agresiva y dificultades en el aprendizaje.

 

En la edad preescolar encontramos con mayor frecuencia dolencias físicas, como dolor de estómago o cabeza, angustia de separación excesiva, enuresis, ansiedad y trastornos del sueño. Ya en la edad escolar se agregan problemas de aprendizaje, como dificultades de concentración o bajo rendimiento escolar y dificultades en la socialización, esto es, rabietas, agresividad o pasividad. También podemos encontrar, aunque no es tan frecuente, niños con un comportamiento opuesto: excesivamente perfeccionistas, con un excelente nivel académico e hiper-responsables.

Los adolescentes pueden presentar dificultades a nivel académico, baja autoestima, abandono del hogar o la escuela a temprana edad, establecimiento de relaciones de pareja abusivas, relaciones de poca empatía y desconfianza hacia las personas adultas.

Todas estas manifestaciones son consecuencia de un contexto hostil y violento, ya que, como sabemos, un niño necesita un ambiente favorecedor, estable y afectivo para un adecuado desarrollo. El impacto de esta atmósfera cargada de tensiones y de los episodios violentos generará una respuesta que dependerá de la particularidad de cada persona. No obstante, las consecuencias traumáticas y la dificultades en la constitución de los vínculos de apego son las repercusiones que se observan con más asiduidad.

¿Cuál es el perfil sociodemográfico de las familias que atendéis en vuestro servicio?¿Y el de los menores?

En general, las madres que consultan pertenecen a un nivel sociocultural variado, predominando las de nivel medio, medio-bajo. Las edades oscilan alrededor de los 35 años y, en cuanto a la ocupación, encontramos mujeres empleadas en el sector de servicios (limpieza), en puestos administrativos y mujeres con estudios superiores que desempeñan trabajos acordes a su nivel de cualificación, aunque esto último es más excepcional.

Respecto a los menores, en el año 2006, fecha en la que empezó a funcionar el Servicio de Atención Psicológica a Menores de la Concejalía de la Mujer del Ayuntamiento de Alcorcón, fueron atendidas un número ligeramente mayor de niñas (58,3%) que de niños (41,7%). Las edades oscilan entre los dos y los dieciséis años. No obstante, se han observado tres grupos de edad para los que las madres solicitan ayuda con mayor frecuencia: son los niños y niñas de 4 años, y aquéllos con edades comprendidas entre los 7 y 9 años y entre los 11 y los 12. En cuanto al país de origen de los menores, la mayoría han sido españoles (80,6%), seguidos por originarios de Ecuador (13,9%) y Bolivia (5,6%).

Se observa un porcentaje significativo de menores que han repetido curso (22,2%), que, asociado a las dificultades en el aprendizaje, indicaría una tendencia al solapamiento de los problemas escolares y la exposición a la violencia de género. De todas maneras, la muestra es muy pequeña y habrá que esperar a tener una mayor población evaluada.

Siguiendo con el tema, ¿cuáles son la características e historia de la violencia experimentada por estos menores?

A través de los casos atendidos se observó que la violencia hacia la madre se inició a veces durante el embarazo. Los episodios agresivos han continuado hasta la separación de los progenitores, manifestándose de forma cíclica y coexistiendo la violencia física con la psicológica. A través del testimonio de las madres, y a veces del menor mismo, encontramos, aunque en menor medida, el solapamiento de maltrato hacia el menor y probable abuso sexual.

Un capítulo aparte y digno de mención son las quejas de las madres del trato brindado al menor en las visitas post-separación. Encontramos aquí que la niña o el niño se ven obligados a escuchar insultos contra su madre y que, a veces, no es debidamente cuidado por su progenitor.

En la actualidad parecen haber aumentado las cifras de hijos e hijas que agreden a sus progenitores. Si tenemos en cuenta el modelo de aprendizaje social, la exposición a la violencia de las hijas e hijos de las mujeres maltratadas podría constituir un factor que aumentaría el riesgo en estos menores de cometer agresiones, ya que crecen en un hogar en el que la violencia constituye un patrón de comportamiento no sólo aceptado, sino también considerado eficaz en la resolución de conflictos. Usted que está especializada y trabaja con niñas y niños expuestos a la violencia en su hogar, ¿qué experiencia tiene al respecto?

Hay niños y niñas que parecen identificarse con la figura del padre que ha maltratado a su madre y repiten conductas agresivas, insultos, etc. Esto podría explicarse a través de un mecanismo por el cual el niño, al no poder responder al desagrado de una situación traumática y rechazarla, incorporaría la figura del que lo daña, identificándose con ella. Esto hablaría de cómo los que son sometidos a situaciones violentas imitan a veces las conductas de quien los somete.

Se puede observar cómo el niño o la niña empieza a asumir, tanto en la casa como en la escuela, pautas de conducta semejantes a las del maltratador. En estos casos, uno de los obstáculos de la tarea terapéutica radica en el hecho de que la conducta agresiva empieza a ser reforzada. El ser temido por sus agresiones y poder generar un espacio de poder personal sería una fuente de satisfacción para el menor, que también se incrementaría por la atención que recibe del entorno. Todo esto colabora en el mantenimiento de este tipo de conductas.

La bibliografía sobre el tema hace referencia a la predominancia diferencial de esta reproducción de conductas violentas en función del género. En concreto, los varones tenderían a mostrar conductas agresivas y las niñas a ser victimizadas o manifestar inhibición o depresión. Sin embargo, esta no es una regla fija. También se encuentran en la práctica clínica niñas que actúan de forma violenta. En este sentido, hay madres que expresan su asombro al ver a sus hijas (adolescentes) reproducir las mismas actitudes que tenía su padre, aunque, en mayor medida, esto ocurre en los hijos varones.

Desde su punto de vista, ¿qué medidas se deberían de tomar para luchar contra la transmisión intergeneracional de este tipo de violencia?

Las medidas preventivas son sumamente importantes. La sensibilización enfocada al tema y la incorporación de programas educativos que trabajen la igualdad de oportunidades es fundamental.

También la detección precoz de la exposición a la violencia, que implica que los ámbitos escolares, sanitarios y sociales tengan los recursos para hacerlo y deriven el caso a un programa de tratamiento especializado. Una vez efectuada la detección, los programas preventivos específicos son necesarios, haya o no sintomatología.

Como se sabe, frecuentemente las mujeres deciden denunciar cuando la violencia afecta directamente a sus hijos o hijas. A este respecto, ¿en qué momento estas mujeres deciden buscar atención psicológica para estos menores?

Muchas veces las madres perciben las alteraciones de sus hijas e hijos, pero deciden consultar cuando éstas se traducen en una seria conflictiva familiar o escolar. Si consultan espontáneamente es más debido a la sintomatología manifiesta. Mucho menos frecuente es que lo hagan por considerar que la exposición a la violencia de género requiere al menos una evaluación psicológica.

Teniendo en cuenta que la problemática de estos menores tiene, en la mayoría de los casos, su raíz en la violencia que han vivido en el hogar, cuando una mujer que sufre o ha sufrido malos tratos consulta tanto al servicio de atención psicológica como al servicio de información a la mujer de la Concejalía, se le ofrece también el servicio de atención psicológica para sus hijos e hijas. Así se favorece la posibilidad de actuar preventivamente.

La mayoría de las mujeres derivadas solicitan una cita para sus hijas e hijos, aunque la primera entrevista se realiza con ella. Un cometido muy importante en la intervención con menores es el trabajo con sus madres, que se lleva a cabo por medio de entrevistas destinadas a recabar datos, a obtener su colaboración en el proceso, a investigar e intervenir en el tipo de vínculo establecido y a realizar un seguimiento de la evolución del tratamiento.

Desde el punto de vista de la intervención, ¿qué tratamiento psicológico se está llevando a cabo con estos menores? ¿A qué aspectos concretos está dirigida la intervención?

La atención psicológica se realiza a través de una intervención individual con menores, complementada con una atención grupal y el trabajo con sus madres.

Se apuesta por un abordaje desde distintas teorías que iluminen el impacto de la violencia, y que tengan en cuenta la interrelación entre los componentes individuales, familiares y culturales. Partimos del supuesto de que un solo modelo conceptual no puede explicar la complejidad de este problema tan serio.

Desde este punto de vista, se utiliza la psico-educación con el objeto de brindar información, pero tomando siempre en cuenta el trabajo que cada persona en particular realizará con ella. Más que una respuesta homogénea, lo que se intenta es conectar la información que se le proporciona con su propia historia personal.

Así mismo, se busca la comprensión de la dinámica básica, con el objeto de iniciar un proceso de cambio. Es importante que los menores puedan registrar riesgos, ya que la exposición al maltrato muchas veces les hace más vulnerables a los distintos tipos de violencia, sea a manos de adultos o de pares. Se trabaja con materiales que presentan diferentes situaciones, con el objeto de que los niños tomen conciencia de la importancia del autocuidado y de la necesidad de pedir ayuda cuando, por ejemplo, se sientan amenazados.

La duración de la intervención depende de la especificidad de cada caso.

El trabajo individual se complementa con el grupal, que permite que las niñas y niños puedan elaborar mejor la situación que han vivido. El grupo es muy importante, ya que a través de él los menores pueden compartir sus experiencias. Se utilizan técnicas participativas, lúdicas y dirigidas a movilizar y elaborar las problemáticas propuestas, todas ella adaptadas a su edad.

Además, teniendo en cuenta cada problemática, se realizan intervenciones específicas, como es la intervención vincular madre hijos/as. La situación de violencia afecta significativamente a esta relación, deteriorando la comunicación y repercutiendo negativamente en el lazo afectivo. Así, las entrevistas vinculares madre-hijo/a se proponen como un complemento a la atención individual, cuando la relación entre ambos esté especialmente afectada.

Por otro lado, se llevan a cabo grupos de madres, que tienen como función esclarecer los aspectos de la maternidad que resulten conflictivos y proponer nuevos modos de relación con sus hijos/as. Es una alternativa que no excluye las entrevistas vinculares o una orientación individual, cuando fuera necesario.

Ahondando más en el tema, ¿qué factores están asociados a un buen prónostico en estos menores? ¿Es posible una mejora en estos niños si siguen viviendo violencia en el hogar?

A través de la experiencia observamos que cuantos más recursos (sociales, económicos, afectivos, intelectuales) tenga la madre, es más probable que busque ayuda para sus hijos y que ella misma pueda ayudarlos. Además, es muy importante el papel de la familia extensa, que apoye y ofrezca recursos afectivos y modelos de identificación diferentes. Haber podido lograr una buena integración escolar también se considera un factor de protección.

Los pocos casos que hemos atendido, en los que los progenitores no se habían separado, plantearon muchas dificultades. Sobre todo porque la continuidad de la intervención se ve amenazada, ya que el abordaje de la problemática empieza a generar un conflicto asociado al cambio en el orden de cosas establecido hasta el momento en esa familia. Al mismo tiempo, la estructura defensiva que el menor ha establecido frente a la situación de violencia podría ser cuestionada conjuntamente con su sistema de lealtades.

El tema del secreto también es un obstáculo. Éste es mantenido por el padre para no verse cuestionado en su ejercicio de poder, pero la madre muchas veces sostiene este planteamiento, no clarificando la situación.

Estos factores hacen pensar que la intervención con menores expuestos a la violencia de género puede ser más efectiva cuando ya se ha realizado la separación.

¿Le gustaría añadir alguna otra cuestión?

Sí. Enfatizar que es una problemática a la que debe darse visibilidad y ser atendida teniendo en cuenta al menor, pero también a la repercusión de la situación de maltrato en sus vínculos familiares. En este sentido, el apoyo y orientación a las madres es una herramienta que complementa la intervención tanto individual como grupal de los niños y niñas.

Al mismo tiempo, me parece importante reiterar que ésta es una problemática específica. Muchas veces, es considerada como uno de los conflictos que surgen después de una separación o divorcio, obviando o miminizando que esta situación es consecuencia de la violencia que se ha ejercido sobre la mujer, en este caso, madre de los menores afectados.

Así, la negativa por parte de los niños de ver al padre maltratador de la madre, debería ser tomada en cuenta y analizar caso por caso sus motivaciones. Niños y niñas que han padecido experiencias traumáticas a través de la exposición a la violencia en su hogar, son obligados a mantener visitas con el padre, a veces con riesgo de sufrir ellos mismos abusos. Esta es una situación sumamente nociva para el psiquismo infantil, que puede llevar a conductas de desconfianza hacia los adultos y confusión, entre otras manifestaciones.

Sería deseable que se evaluara qué impacto tiene el contacto entre padre e hijo/a sobre la relación madre-hijo/a. Muchas veces el maltrato a la mujer se prolonga a través de la denigración de su imagen, de la desautorización a la hora de poner normas y del malestar que sufre al ver a sus hijos e hijas inadecuadamente atendidos durante las visitas.

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