INTEGRANDO LOS PROGRAMAS DE PREVENCIÓN DE LAS ALTERACIONES DEL COMPORTAMIENTO ALIMENTARIO

3 May 2011

Padres, profesores, psicólogos, médicos, políticos, en definitiva, la sociedad en general, se preocupan por la salud de los niños y de los jóvenes en todo lo relacionado con el peso y la adquisición de un estilo de vida saludable y, específicamente, en lo que respecta a los hábitos de alimentación y a la práctica regular de ejercicio físico.

Sin embargo, ante los alarmantes datos, tanto en cuanto a la prevalencia de obesidad y sobrepeso, como a la incidencia de los trastornos de la conducta alimentaria, surgen varios interrogantes: ¿realmente las medidas que se están implantando para la prevención de este tipo de problemas de salud y para la promoción de un estilo de vida saludable son las más adecuadas? ¿Es posible que se estén enviando mensajes incongruentes? En definitiva, ¿en qué se está fallando para que las cifras de prevalencia de este tipo de problemas, lejos de disminuir, estén aumentando de manera constante? 

Los denominados Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) clásicos –anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y trastorno de la conducta alimentaria no especificado (TCANE)- se han convertido en un problema de salud prioritario que afecta de manera especial a la población más joven, al presentar unas tasas de incidencia que oscilan entre el 4% y el 6,4% y entre el 0,3% y el 1% de las chicas y chicos, respectivamente, de edades comprendidas entre los 12 y los 21 años, siendo mucho más frecuentes en mujeres que en hombres (relación de 9:1), según se indica en la Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria del Ministerio de Sanidad (2009). La relevancia clínica de estas cifras viene definida por el hecho de que cualquiera de estas alteraciones se encuentra dentro de los trastornos mentales graves, definidos en cualquiera de las clasificaciones diagnósticas al uso (DSM y CIE), que impactan de manera significativa no sólo en todas las áreas de funcionamiento de la persona que lo sufre, sino también en sus familiares y en su entorno más cercano, lo cual supone un deterioro de su calidad de vida. Esta problemática es más relevante aún si se tiene en cuenta que las edades más vulnerables se corresponden con las etapas de la adolescencia y de la juventud temprana, cuando aún no se ha completado su desarrollo, ni a nivel biológico ni a nivel psicológico. La gravedad de este último dato estriba en el hecho de que los TCA tienden a cronificarse en el tiempo y a presentar una elevada comorbilidad con otras alteraciones psicológicas y con otros problemas biomédicos. Consecuentemente, aunque no se dispone de datos concretos, sin duda, el padecimiento de este tipo de trastornos supone un enorme coste para nuestro sistema sociosanitario, tal y como se indica en la Guía correspondiente del Ministerio de Sanidad (2009).

Sin embargo, la realidad también muestra la otra cara de la moneda, puesto que, en la Asamblea Mundial de la Salud celebrada en el 2004, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se refirió a la obesidad y al sobrepeso como la «nueva epidemia del siglo XXI«, al tiempo que presentaba la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud (2004a). La OMS define la obesidad y el sobrepeso como una acumulación excesiva y anormal de grasas que puede ser perjudicial para la salud, y que, externamente, se manifiesta en un exceso de peso y de volumen corporal. La relevancia de este problema de salud se fundamenta en dos aspectos. Por un lado, su elevada prevalencia que, además, debido a la modificación de los estilos de vida en los países más desarrollados en cuanto a la dieta y a la actividad física, presenta una alarmante tendencia a incrementar su incidencia, principalmente en la población infantojuvenil -la OMS (2010) calcula que existen entre 35 y 43 millones de niños obesos en el mundo-. Por otro lado, la obesidad y el sobrepeso se han convertido en el quinto factor de riesgo para la salud, al aumentar la vulnerabilidad individual a padecer otros trastornos tan graves como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, pero también se asocia con el padecimiento de problemas psicológicos y psicosociales, como baja autoestima, depresión o rechazo social, que contribuyen a mermar de manera considerable la calidad de vida de estos niños (OMS, 2010). En España, esta alteración es aún más alarmante si se tiene en cuenta que es uno de los países europeos con una mayor prevalencia de este problema de salud en la población infantojuvenil. Cifras que, según los datos publicados en la Guía de Práctica Clínica sobre la Prevención y el Tratamiento de la Obesidad Infantojuvenil del Ministerio (2009), indican que casi el 14% de los chicos de entre 2 y 24 años presentan obesidad y que algo más del 26% de las personas de dichas edades presentan sobrepeso. Todo esto se traduce, además de en importantes costes para el desarrollo vital y la calidad de vida de estos chicos, en un considerable gasto sociosanitario, al suponer el 7% del presupuesto sanitario total o, lo que es lo mismo, alrededor de 2.500 millones de euros anuales.

Estos datos, en su conjunto, muestran la necesidad de que la sociedad actual enfrente dos grandes problemas, aparentemente opuestos, que podrían situarse en los extremos de un continuo: en uno, los trastornos clásicos de la conducta alimentaria, y, en el otro, la obesidad y el sobrepeso, pasando por puntos intermedios, las denominadas alteraciones del comportamiento alimentario o problemas relacionados con el peso, como la elevada preocupación por la imagen corporal, la práctica de dietas restrictivas, la excesiva preocupación por el consumo de alimentos naturales (ortorexia), etc.

De esta manera, y en consonancia con la Estrategia de la OMS (2004a), por la que se instaba tanto a las instituciones internacionales como a los países miembros a desarrollar políticas y estrategias específicas para la reducción y la prevención de este problema de salud, basadas en la promoción de hábitos sanos de alimentación y de práctica regular de ejercicio físico, la Unión Europea se hizo eco de este dictamen, estableciéndolo como un objetivo sanitario de carácter prioritario para todos los Estados comunitarios. Por ello, en nuestro país, el Ministerio de Sanidad y Política Social, a través de la Agencia Española de Seguridad y Nutrición (AESAN), elaboró la Estrategia para la Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad – Estrategia NAOS (2005), cuyo objetivo es el de «sensibilizar a la población sobre el problema de la obesidad para la salud e impulsar iniciativas para que todos los ciudadanos y especialmente niños y jóvenes adopten hábitos de vida saludables», en cuanto a la alimentación y el ejercicio físico, a través de diferentes vías de actuación –la familia, la escuela, la comunidad, los medios de comunicación y las empresas-.

Por otro lado, la Unión Europea publicó un documento a instancias de la OMS (2004b) –Mental Health Promotion and Mental Disorder Prevention, a Policy for Europe fruto de la Declaración de Helsinki sobre Salud Mental (2005), que suscribieron 52 países, entre ellos España, y que establecía el compromiso firme y las bases para el desarrollo de actuaciones en salud mental en Europa. Consecuentemente, el Ministerio de Sanidad y Política Social estableció la salud mental como objetivo prioritario, a través de la aprobación de la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud (2007), determinando, más concretamente, la necesidad de desarrollar programas de prevención desde la escuela, la familia y la comunidad de cualquiera de las alteraciones de la conducta alimentaria, así como de intervención de los TCA de carácter específico para la población infantojuvenil. A este respecto, si bien es cierto que existen programas concretos de intervención en los problemas de anorexia, bulimia o los TCANE en nuestro país, no se han encontrado actuaciones sistematizadas y consensuadas para la prevención de este tipo de alteraciones desde la escuela, la familia o la comunidad. Es decir, existen diversas iniciativas desde las escuelas o las asociaciones, desarrolladas con el objetivo de prevenir la aparición de estos trastornos, pero no se han articulado en una estrategia más general, como sí se ha hecho para los problemas de la obesidad y el sobrepeso.

En consecuencia, desde una perspectiva más aplicada, puede decirse que estos problemas de salud se han abordado de manera independiente a través de la implantación de diferentes programas de prevención. Unos dirigidos a la prevención de la aparición de cualquiera de los TCA clásicos, incidiendo en que el cuerpo y el físico de los niños y adolescentes no sea el eje vertebrador de su autoconcepto y su autoestima. Otros, se han dirigido a prevenir la aparición de la obesidad y del sobrepeso, también desde estos mismos contextos, subrayando la importancia de instaurar patrones de alimentación sanos y la práctica regular de ejercicio físico para adoptar un estilo de vida saludable. 

Sin embargo, la realidad es que estas intervenciones muestran unos niveles de eficacia inconsistentes, lo que puede explicarse por la gran variedad que presentan en cuanto a contenidos, metodología de trabajo, etc. Más allá de estos aspectos, y, en consonancia con los argumentos de López-Guimerà y Sánchez-Carracedo (2010), quizá el principal problema consiste en que se han desarrollado medidas de prevención de manera independiente, unas dirigidas a los TCA y otras a la obesidad y al sobrepeso. Esta estrategia de prevención ha podido suponer un efecto rebote, en el sentido de que los primeros podrían estar potenciando la obesidad y el sobrepeso, mientras que el acentuar de una manera muy extrema el desarrollo de hábitos de alimentación y la práctica de ejercicio físico puede suponer un mayor riesgo de desarrollo de anorexia o bulimia. Es decir, de alguna manera podrían estarse promoviendo mensajes contradictorios desde la familia, la escuela y la sociedad en general, puesto que, si bien se subraya la importancia de un estilo de vida saludable, la realidad es que vivimos en un mundo obsesionado con el cuerpo, la belleza y la juventud eterna. Dietas milagro, operaciones de estética, cremas y cosméticos, etc., son conceptos habituales de nuestra vida cotidiana. Todo ello lo que en realidad está promoviendo es una excesiva preocupación por la imagen corporal, convirtiéndola en el principal sustento de la propia autoestima.

Así, recientemente se ha iniciado una nueva línea de investigación consistente en programas de prevención de los TCA y de la obesidad de carácter integral, es decir, orientados a la promoción de un estilo de vida saludable en cuanto a los hábitos de alimentación y a la práctica regular de ejercicio físico, pero muy especialmente a los factores de vulnerabilidad constatados por la evidencia empírica como variables comunes a cualquiera de los denominados trastornos relacionados con el peso, como son el seguimiento de dietas restrictivas y comerciales, la interiorización de un ideal de belleza basado en la delgadez o la insatisfacción con la imagen corporal, entre otros (López-Guimerà y Sánchez-Carracedo, 2010; Raich, 2011). Según muestran los datos preliminares, estos programas no sólo son los que evidencian resultados más prometedores en cuanto a sus niveles de eficacia, sino también en cuanto a su eficiencia, puesto que suponen un importante ahorro de costes (humanos, materiales y económicos), así como presentan mayores beneficios, al dirigirse a cualquiera de los trastornos relacionados con el peso desde una óptica de amplio espectro. Programas que, para que comiencen a mostrar los resultados esperados, han de implementarse en todos los contextos en los que se desarrolla y evoluciona el niño o el adolescente, es decir, en la familia, la escuela y la comunidad. En este sentido, existen experiencias exitosas en España como las puestas en marcha por el equipo de Raich (2008), de carácter más específico, al haberse desarrollado en el ámbito escolar, y otras más globales como el Programa Thao, implantado en todo el contexto comunitario más cercano al niño y al adolescente.

Dada la relevancia de este tema, a lo largo de esta semana, Infocop Online abordará en profundidad el tema de la prevención de las alteraciones del comportamiento alimentario. Para ello, ha contado con la colaboración de importantes expertos en esta materia. Así, se comenzará con un artículo de revisión sobre los factores de riesgo asociados a los trastornos relacionados con el comportamiento alimentario, realizado por Carmen Maganto Mateo, profesora titular en la Universidad del País Vasco. A continuación, Gemma López Guimerà y David Sánchez-Carracedo, profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona, realizan una exhaustiva revisión sobre los programas de prevención de carácter integral para las alteraciones relacionadas con la alimentación y el peso. Finalmente, Infocop Online ha realizado una entrevista a Rafael Casas Esteve, psiquiatra, director científico de la Fundación Thao desde 2009 y coordinador nacional del Programa Thao-Salud Infantil, quien explicará la importancia y los beneficios de la puesta en marcha de programas de carácter comunitario para la prevención de la obesidad en la infancia, como es el caso del Programa Thao.

Para consultar las referencias bibliográficas citadas en este artículo, pinchar aquí.

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