El cerebro social

24 Abr 2013

COP Navarra

Javier Tirapu, neuropsicólogo de amplia y reconocida trayectoria, presentó recientemente ante sus compañeros del COP de Navarra sus trabajos en torno a El cerebro social, “un tema de moda”, el producto de la cognición social.

Desde el primer momento, dejó clara la cuestión base que suscita el debate: toda conducta humana es el resultado del funcionamiento cerebral.

Junto a esta premisa, la Neurociencia está avanzando en la ruptura de viejas dicotomías:

  • ¿El ser humano es gen o ambiente? Ambos se interrelacionan, el ser humano tiene parte de comportamiento genético y aprendido. El gen no es nada sin las experiencias que los activen, y viceversa.

  • Cerebro (material) o mente (inmaterial). “Todos los procesos mentales son resultado del cerebro, y al revés”.

Javier Tirapu
  • Razón o emoción. Hemos planteado que el ser humano es racional, realiza procesos cognitivos en los que el cerebro funciona sin participación de emociones. Pero, las conductas humanas, sobre todo las que nos hacen humanos, son la unión de procesos cognitivos y emocionales. “El ser humano tiene potentísimos sistemas emocionales, aunque no seamos conscientes de cómo actúan” y “el componente emocional en la conducta humana es fundamental, pese a que haya estado descuidado por la Neuropsicología y la Neurociencia”.

A lo largo de su conferencia, Tirapu no tuvo reparos en criticar muchas de las teorías y verdades abrazadas por su propia disciplina, y en apostar por el inconsciente como motor de muchas conductas humanas, “el cerebro funciona por debajo de la consciencia”; hasta llegar al cerebro social, el mismo que presenta diferencias entre hombres y mujeres y, desde su perspectiva, “diferencias a favor del cerebro femenino”.

La Neurociencia Social, como un campo interdisciplinario, investiga los aspectos biológicos y su influencia en las relaciones sociales, y cómo éstas inciden en las relaciones biológicas y cerebrales. Porque cuando hablamos del funcionamiento del cerebro humano, pensamos en un sistema que recoge y procesa información y emite una respuesta. Información que, sin duda, recibe del mundo exterior a través de los sentidos, pero también del propio cuerpo, ése que siente las emociones.

Por ejemplo, “la ansiedad no es una emoción, es la activación del cuerpo relacionada con una emoción y nos dice mucho de la emoción subyacente. Así, en una persona con anorexia hay miedo a engordar pero, también, asco a la comida”.

“Las emociones tienen gran capacidad para contaminar la cognición y, por el contrario, a ésta le es muy difícil controlar las emociones”, aseguró Tirapu.

La cognición social se apoya en el hecho de que el hombre vive en grupos sociales por naturaleza, se basa en la teoría de la mente de los chimpancés (animales que, sin embargo, no usan su cerebro social para cooperar, como hacen los hombres, sino para competir) y se fundamenta en la idea de las creencias o intenciones de otros. Es decir “yo puedo saber lo que otro sabe que yo sé”.

Pero, cuando hablamos de cerebro y cognición social, debemos pensar en otras propiedades. Antes que nada, tenemos prejuicios, nuestro cerebro tiene el modelo de cómo funcionan las cosas y las personas para hacer predicciones ante ellas y generar una respuesta. “El ser humano se vanagloria de no ser racista, pero su cerebro lo es”.

Un tercer elemento de la cognición social es el lenguaje. Un buen cerebro social necesita un lenguaje capaz de adaptarse a las condiciones sociales y buscar la colaboración de los otros, un lenguaje que una.

Además, es necesario entender las emociones que nos son trasmitidas. Ello explicaría por qué las expresiones faciales para reflejar emociones son idénticas en todas las culturas.

El ser humano es también especular, espejo. Las neuronas espejo de nuestro cerebro social, nos hacen sentir igual que al otro, por ejemplo, el dolor ajeno. “Sin embargo, si los varones creen que alguien merece un castigo, no activan las neuronas de la empatía, frente a las mujeres que sí lo hacen aunque consideren el castigo justo”.

De este modo, el fin último de las emociones sociales no es otro que generar el equilibrio del grupo, la cohesión grupal. “Admiramos a una persona que nos aporta, por el avance que procura al grupo, y despreciamos a quien viola las normas, le echamos del colectivo y, de paso, cohesionamos al mismo”.

Javier Tirapu, finalizó su conferencia ofreciendo una conclusión que no debiera dejarnos indiferentes: cuando activamos las neuronas de la empatía, se activan unos circuitos cerebrales muy determinados, los mismos que se activan para la autoconciencia. Es decir, “si queremos conocernos mejor, debemos conocer a los demás. Si quieres conocer a los demás, conócete a ti mismo”.

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