La situación actual de crisis económica ha agravado notablemente la prevalencia de los problemas de ansiedad y depresión en la población y se estima que en el año 2020 serán la primera causa de discapacidad en el mundo. La necesidad de dar una respuesta eficaz a esta creciente demanda desde el sistema sanitario público se ha convertido en una de las tareas pendientes de nuestro país.

Para explicarnos el estado actual de la cuestión y las implicaciones del abordaje farmacológico y psicológico de estos problemas, Infocop Online ha entrevistado a Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y Presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS).

 


Antonio Cano Vindel

ENTREVISTA

Tal y como recogen diversos medios estos días, los problemas de ansiedad y depresión constituyen uno de los principales motivos de consulta en Atención Primaria. Como experto en el área, ¿cuál es el tratamiento de primera elección que recomiendan las guías clínicas basadas en la evidencia científica para estos problemas?

Efectivamente estos desórdenes emocionales son los trastornos mentales con mayor prevalencia en la población y son muy frecuentes en las consultas de Atención Primaria (AP). En España, con entrevista diagnóstica clínica, el 18,5% de los pacientes de AP presenta algún trastorno de ansiedad y el 13,4% un trastorno depresivo; mientras que si se utiliza una prueba de cribado basada en el método de autoinforme, estas cifras alcanzan el 25,6% y el 35,8%, respectivamente.

Como es sabido un elevado porcentaje de los pacientes con trastornos de ansiedad y del estado de ánimo no recibe tratamiento alguno y para los casos tratados, la gran mayoría sigue tratamiento farmacológico, con el que sólo uno de cada tres recibe un tratamiento mínimamente adecuado a la evidencia científica. Así, en nuestro país para los trastornos de ansiedad sólo el 0,9% de los pacientes con alguno de estos trastornos recibe tratamiento psicológico (que es el que goza de mayor evidencia para estos desórdenes), un 27,1% tratamiento psicológico y farmacológico, mientras que un 33% recibe tratamiento exclusivamente farmacológico y el 39% no recibe ningún tratamiento.

El primer problema que vemos es el elevado número de casos no tratados, muchas veces por falta de información del paciente (que puede no demandar tratamiento porque no sabe qué le pasa), así como por la falta de reconocimiento del trastorno por parte del médico de AP, cuando el paciente acude a este servicio. Así, el porcentaje de personas con depresión correctamente diagnosticadas en AP alcanza tan sólo el 22% y únicamente un cuarto de los casos diagnosticados como depresivos son "casos reales". Véase Cano-Vindel, Salguero, Wood, Dongil y Latorre (2012).

El segundo problema es que un 16% de la población consume psicofármacos en el último año. En muchos casos el consumo se vuelve crónico e incluso se genera una dependencia sin que el o los trastornos de ansiedad y/o depresión hayan remitido, a pesar de los psicofármacos, a pesar del tratamiento biológico. El caso más claro es el consumo de tranquilizantes para el tratamiento de los trastornos de ansiedad. El 11,4% de la población española ha consumido este tipo de fármacos en el último año, a pesar del escaso apoyo empírico a favor del tratamiento de los trastornos de ansiedad con este tipo de fármacos. Véase Cano-Vindel, Dongil-Collado y Wood (2011) para una actualización sobre el tratamiento de los trastornos de ansiedad.

De acuerdo con la evidencia científica, la etiología de los trastornos de salud mental comunes (trastornos de ansiedad y trastornos del estado de ánimo) es multifactorial e implica factores psicológicos, sociales y biológicos. Si el origen no es exclusivamente biológico, ¿por qué el tratamiento debería serlo? Muchos de estos trastornos mentales comunes tienen etiologías similares e incluso desde hace más de una década el enfoque transdiagnóstico considera que el tratamiento de los mismos puede abordarse en grupo, sin diferenciar categorías diagnósticas entre ellos, debido a la gran comunalidad de técnicas y principios existente en el abordaje de los mismos. Las técnicas más eficaces para el tratamiento de todos estos desórdenes se basan en el entrenamiento, en el aprendizaje, con técnicas cognitivo-conductuales dirigidas a revertir el aprendizaje inicial que está en la base de la psicopatología. La mayoría de las personas desarrollan estos trastornos en la infancia o en los inicios de la edad adulta, aunque pueden verse afectadas en cualquier momento de la vida. Por lo tanto, cabe pensar que si se llevara a cabo una intervención temprana con técnicas eficaces se reduciría enormemente el problema de las consecuencias negativas (disfunción, gasto, pérdida de calidad de vida, etc.). Véase Cano-Vindel (2011a).

¿Por qué sabemos que el tratamiento de primera elección para estos trastornos consiste en el entrenamiento con técnicas cognitivo-conductuales y no las farmacológicas? Para estar seguros es necesario revisar sistemáticamente las publicaciones científicas. Es decir, principalmente revistas de calidad que utilicen el sistema de revisión de artículos originales por expertos anónimos. La revisión sistemática implica seguir un orden predefinido, lógico y explícito. Las revistas de calidad apenas publican revisiones descriptivas (no sistemáticas) porque generalmente tienen importantes sesgos de selección de los materiales publicados y no utilizan criterios de calidad metodológica para asignar más o menos relevancia a las conclusiones de los estudios. Para ahorrar a los profesionales el trabajo de revisar las principales bases de datos de calidad (que seleccionan a las mejores revistas), siguiendo un método sistemático, analizar críticamente el valor de cada investigación según su rigor metodológico, y resumir el estado de conocimientos sobre la eficacia y eficiencia (mejor relación coste-eficacia) de las técnicas, existen las Guías de la Práctica Clínica, que hacen toda esta labor reuniendo a un grupo de expertos. No todas las guías tienen la misma calidad, pero nadie duda de las elaboradas por el NICE (National Institute for Health and Clinical Excellence) del Reino Unido.