Por otra parte, está la intervención preventiva en grupos de riesgo que son sobradamente conocidos (por ejemplo, la clase social deprimida, familias desestructuradas, abuso, problemas previos, enfermedad, drogadicción paterna, etc.). Estos grupos tienen una mayor probabilidad de desarrollar trastornos y, por eso, sobre ellos es insuficiente una labor meramente informativa y se impone una acción preventiva.
Estos dos niveles de prevención, si se programan adecuadamente, a la larga permitirán la disminución de la incidencia de la mayor parte de los trastornos, pero esto sólo acontecerá a largo plazo. Por tanto, se hace necesario otro tipo de prevención, una labor preventiva de casos, como es la búsqueda activa de casos premórbidos o mórbidos, es decir, que se mueven en el borde mismo de desencadenarse el problema, lo que exige ya una labor evaluativa de despistaje o cribado para localizarlos. Esto es algo que debe llevarse a cabo en la escuela, pero siempre por expertos que estén relacionados con esos núcleos de salud mental infanto-juvenil. Esta acción incrementará el conocimiento de casos y, por tanto, la necesidad de su asistencia.
Con todo ello queda patente que esta tarea es ingente y que sólo puede ser llevada a cabo por la sanidad pública con el apoyo del Estado.
Bajo su punto de vista, ¿qué aspectos clave deberían incorporar estas propuestas? ¿Echa en falta alguna medida de interés fundamental?
Hay algunas comunidades en las que ya funcionan algunas de estas medidas y, al menos sobre el papel, parecen adecuadas y con una explicitación de las funciones del psicólogo ajustadas a su capacidad de formación y desempeño.
En lo que respecta a la puesta en marcha de estos servicios, es esencial determinar el rango de edad al que van dirigidos. Yo creo que debe ser de cero meses hasta dieciocho años si se quiere hacer algo realmente eficaz y realista.
Asimismo, creo que es esencial que consten las funciones de prevención primaria, secundaria y terciaria, que se pueden llevar a cabo en los diferentes contextos: centros escolares, servicios hospitalarios, ambulatorios…
Finalmente, se deben tener en cuenta las cifras que proporciona la epidemiología para ajustar el número y tamaño de las acciones, así como no se debe descuidar contar con las tareas de colaboración con la investigación, un aspecto esencial en este campo.
En relación con el tratamiento de los trastornos de salud mental en la población infanto-juvenil, ¿qué papel juega la psicología? ¿Cuáles deben ser los tratamientos de primera elección, de acuerdo a la evidencia científica, para el abordaje de los problemas de salud mental más frecuentes en niños y adolescentes?
La psicología juega un papel esencial por varias razones. En primer lugar, los niños son muy plásticos y, por tanto, muy sensibles a los cambios de hábitos, que es una medida básica que la propuesta terapéutica psicológica preconiza. En segundo lugar, también hay que pensar que la adecuada acción psicológica tiene, por regla general, efectos duraderos que pueden proporcionar al niño o adolescente estrategias de afrontamiento útiles para usar de por vida. En tercer lugar, hay que tener en cuenta que desde siempre, pero especialmente desde 2009, se ha venido alertando de los efectos nocivos de los tratamientos farmacológicos, sobre todo, en niños y jóvenes, al mismo tiempo que sabemos que la intervención terapéutica psicológica no presenta efectos secundarios nocivos.
Respecto de la eficacia de las distintas terapias psicológicas se puede afirmar, sin género de dudas y dada la consistencia de los datos que tenemos actualmente, que la terapia psicológica tiene efectos positivos cuando se la compara frente a un grupo control.
La eficacia diferencial de las distintas propuestas terapéuticas es un tema más controvertido. La técnica que más ha controlado y medido su eficacia es la cognitivo-conductual. Por tanto, hay más datos sobre esta instalación teórica que sobre otras. Asimismo, cuando se parte de estudios que cumplen todas las normas científicas para las investigaciones sobre eficacia de tratamientos, como es el cuidado en la obtención de la muestra, la comparación con grupos de control sin intervención y con grupos de control con otras intervenciones e intervenciones placebo, etc., los resultados muestran que la terapia cognitivo-conductual es más eficaz que cualquier otro tipo de intervención psicológica, seguida de cerca por las terapias interpersonales.
La recomendación es que se acepte toda terapia psicológica que se atenga a la norma del registro objetivo de los datos y la posibilidad de replicabilidad de los mismos.
Este mismo mes acaba de aparecer un artículo en una revista científica americana acerca de la eficacia de los programas de prevención primaria sobre depresión llevados a cabo en EE.UU., en el que se demuestra que la depresión mayor puede prevenirse eficazmente. Dado que se estima que la depresión se va a convertir en el trastorno más prevalente en la próxima década, invertir en estrategias de prevención no sólo ahorraría sufrimiento personal, sino ingentes sumas de dinero.
El pasado mes de junio se debatió en el Senado otra proposición no de ley referente a la creación de las especialidades de psiquiatría del niño y adolescente y de psicología de la infancia y adolescencia. No obstante, en esta ocasión, el Senado, a instancias del PP, rechazó crear la especialidad de psicología clínica de la infancia y adolescencia. Teniendo en cuenta la presentación de esta nueva proposición no de ley para impulsar el tratamiento de la salud mental infanto-juvenil, ¿qué opinión le merece la decisión de aprobar únicamente la especialidad de psiquiatría del niño y adolescente?
Supone anclarse en el pasado y aceptar las presiones de los grupos de influencia en menoscabo de la efectividad.
Para finalizar, ¿le gustaría añadir otro comentario más al tema que nos ocupa?
Si queremos mejorar la salud de los niños y adolescentes tenemos que lograr que padres, maestros, médicos, cuidadores, monitores y todas aquellas personas que tengan relación con los niños remen en la misma dirección, teniendo en cuenta los conocimientos científicos que hoy poseemos. Creo además que hay que estar abiertos a incrementarlos e implementarlos. Naturalmente, dada la envergadura de la tarea, esto sólo puede llevarse a cabo con la voluntad política de hacerlo por parte de los responsables y agentes sociales.