EN NAVIDAD SE AGUDIZA LA SENSACIÓN DE SOLEDAD: UNA SOCIEDAD MÁS INTEGRADA ES UNA SOCIEDAD MENOS SOLA

18 Dic 2005

La soledad nos afecta a casi todos en algún momento de nuestra vida. Para algunas personas esta soledad constituye, sin embargo, una situación crónica. Se ha definido la soledad como «una discrepancia subjetiva entre el nivel de contacto social logrado y deseado».

 

En unas ocasiones, esa experiencia puede tener un carácter más objetivo y estar relacionada con una soledad social en la que la persona no cuenta con una red de relaciones sociales de la que se sienta parte y en la que compartir intereses y actividades. En otras, la soledad puede derivarse de la pérdida de una relación íntima o estrecha con otra persona.

Se aproximan las fiestas navideñas, fechas tradicionalmente asociadas con celebraciones familiares y amistosas. A nivel popular, se insiste en la Navidad como una época en la que se agudiza la sensación de soledad y de tristeza, quizás por el hecho de que se trata de un momento de reuniones y encuentros en el que, aquél que está solo, o se siente solo, aprecia con mayor fuerza esa soledad.

José Ángel Medina Marina es Profesor del Departamento de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid, y ha investigado, entre otros, sobre temas relacionados con las relaciones interpersonales y la soledad. Ha respondido a Infocop On-Line sobre algunos aspectos de la soledad.

Entrevista

¿Cómo definiría usted la soledad?

Cada persona tiene una idea de soledad y esa idea depende, a menudo, de cómo son nuestras vidas. En general hay cierto acuerdo en que la soledad tiene dos dimensiones: Una dimensión objetiva, física o real que nos habla de la certeza de la soledad de una persona, de la ausencia de relaciones, del aislamiento, de estar solo o sola. La otra dimensión es de carácter subjetivo, psicológica o percibida, y tiene en cuenta la vivencia que tienen las personas de sus relaciones y su situación social, es la que nos habla de sentirse solo o sola. Estas dimensiones pueden estar conectadas (cuando una persona está sola y se siente sola) o pueden ser divergentes (cuando una persona está acompañada y se siente sola).

¿Qué sentimientos se asocian más frecuentemente con la soledad?

Existe una diferencia importante entre los sentimientos que se asocian a la soledad elegida y los que se asocian a la soledad abocada o no elegida. En el primer caso, la satisfacción, la libertad, la idea de encontrarse consigo mismo, o la tranquilidad suelen aparecer de forma habitual. Cuando la soledad es abocada, cuando nos ha sobrevenido sin desearlo existe infelicidad. Los sentimientos más habituales son la tristeza y la angustia. La tristeza tiene que ver con la idea de que no nos quieren, de que no importamos, a veces, que tampoco existimos; cuando se estabiliza conduce a la depresión. La estabilidad de la tristeza aparece cuando no tenemos herramientas para salir de ninguna de las dos situaciones, ni de la soledad, ni de la tristeza. A veces la soledad genera angustia porque se nos antoja un futuro negro, de permanencia eterna en la soledad, de situación irreversible, de culpabilidad por estar en soledad.

La soledad es en ocasiones simple aburrimiento, otras incapacidad para comunicarse, sensación de desprecio y abandono,

¿Agudizan las fiestas Navideñas la sensación de soledad en las personas? De ser así, ¿cuáles son las características específicas de la Navidad que hace que aumente esa sensación?

Si redujésemos las fiestas navideñas a sus dimensiones esenciales nos encontraríamos con un periodo de tiempo en el que, a partir de un origen tradicional/religioso, las personas consumen más y se reúnen con otras personas.

Es esta última cuestión la que suscita una percepción agudizada de la soledad. Las personas se reúnen en la comida de empresa, en la cena familiar, en la fiesta de amigos y amigas de fin de año, en la merienda de primero de año… Se juntan a otras. Hay personas que se van a pasar las fiestas a sitios lejanos (con otras personas) y familias que se aíslan en un molino rural (juntas). Cuando algo es tan patente para todas las personas y nosotros no cumplimos con ello se nos amplifica la percepción. Los medios de comunicación y la publicidad hacen además un esfuerzo evidente por intensificar los aspectos centrales de las fiestas. Todo el mundo tiene en la cabeza la imagen de alguien poderoso «que lo tiene todo» menos alguien con quien pasar la Navidad.

¿Existe un «perfil de persona solitaria» o algunas características de las personas que las haga más proclives a sentir soledad?

Más que un perfil de persona solitaria creo que lo que sí existe es un perfil de red más proclive a la soledad. Las personas tenemos redes de apoyo mutuo basadas en las relaciones. Estas redes están configuradas por las personas que conocemos y con lo que podemos y hacer y hacemos con esas personas. Hay personas que por su estrategia vital (muy centrada en la familia o en los hijos), que por sus circunstancias laborales (aislamiento) o por su forma de enfocar las relaciones (abusiva, dominante, exigente…) tienen un red más frágil de la cuenta, más sensible a problemas, a pérdidas o a momentos en los que la red es más importante, aunque sea de forma aparente (como las fiestas navideñas).

La cultura en la que vivimos, basada en la posesión de objetos como promotores de bienestar, centrada en núcleos familiares pequeños o inexistentes, aglomerada en urbes de desconocidos, trasladándose en coches con el volumen del altavoz al máximo, excesivamente verticalizada o jerarquizada, organizada por un mercado productor de soledades, entregada al acompañamiento virtual y simulado de personajes televisivos, individualizada, competitiva y eficiente sí que es un perfil de soledad. Vivimos en una sociedad proclive a la soledad en sus cimientos.

¿Podemos encontrar algún grupo o colectivo más vulnerable a experimentar soledad?

Casi todas las personas que sufren marginación, discriminación y rechazo son más vulnerables a la soledad, porque esas situaciones provocan aislamiento y destrucción de redes, lo que aboca a una probabilidad mayor de soledad. Y además existe una cierta dinámica de ciclo marginación-aislamiento-soledad-marginación.

Sin embargo, toda nuestra vida está jalonada de episodios de vulnerabilidad ante la soledad. Por un lado están los acontecimientos vitales: pérdidas de personas queridas, traslados de barrio o de ciudad, profesiones asiladas, enfermedades prolongadas, etc.

Por otro lado nos encontramos con lo que podríamos llamar las soledades evolutivas. La soledad del niño que acaba de nacer y que pronto empieza a aprender que su madre a veces no está. Luego está la soledad infantil en la que hay que aprender la autonomía y la independencia, una soledad que no produce tristeza sino miedo. La soledad adolescente en la que se aprende lo que es la soledad, el miedo a estar solo y la tristeza que eso puede generar. La soledad adulta, la que nos dicta la sociedad por no tener novio o no tener hijos, la soledad pública. Y al final la soledad de la ancianidad, la que te puede sobrevenir cuando te dicen que ya no vales y las personas que te rodeaban desaparecen poco a poco.

¿Existen factores de protección frente a la soledad?

Sí. Desde mi punto de vista tres: El primero es una red de relaciones rica, sólida y variada; con relaciones de diversos tipos, signos, frecuencias y actividades comunes. El segundo es una estrategia vital abierta e inteligente; que de lugar a una autoestima sólida y con herramientas para afrontar los golpes del destino. Y el tercero un mayor nivel de resistencia a las imposiciones sociales y culturales al respecto de las relaciones humanas.

¿Qué puede hacerse desde la Psicología para ayudar a prevenir los sentimientos de soledad en las personas? ¿Cómo puede intervenirse, de manera más general, con estas dificultades?

Las personas carecemos en muchas ocasiones de aprendizaje y entrenamiento para mantener una red de relaciones saludable y sólida. Nuestro entorno educativo, social y cultural no lo favorece. Las consultas de psicología clínica están llenas de personas solas, de personas celosas, de personas decepcionadas, de personas que se resisten a romper una relación, que sueñan con la llegada de un príncipe o una princesa, de personas que piensan que sus hijos no les quieren o que se consideran incapaces de acercarse a otra persona sin más.

Creo que la intervención de la Psicología debe ir en dos direcciones. La primera de ellas es la fortificación de la intervención social y terapéutica en el ámbito de las relaciones personales, hacer cuanto sea posible para que las personas cuenten con un mayor abanico de recursos de creación y mantenimiento de relaciones satisfactorias y de afrontamiento de problemas derivados de las relaciones. La segunda dirección pasa por cooperar en el ámbito cultural y educativo para que se incorporen a las experiencias sociales de las personas en las comunidades la sabiduría en torno a las relaciones humanas. Creo que la Psicología debería trabajar por recuperar las conversaciones, los intercambios, la vecindad, las soluciones colectivas, la cooperación y la inteligencia social.

Una sociedad más integrada es una sociedad menos sola.

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