LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL AHORA Y AQUÍ

13 Feb 2006

Xavier Guix i Garcia es licenciado en Psicología y está especializado en Comunicación y Programación Neurolingüística (PNL).

Además de ejercer como terapeuta, es profesor de la Escuela de Alta Dirección Empresarial (EADA) donde imparte cursos de Habilidades Directivas y de Crecimiento Personal.

Es socio titular de la Asociación Española de Programación Neurolingüística (AEPNL), entre otros, e interviene en conferencias, radio y televisión en la divulgación de temas de reflexión psicológica.

                 

Infocop On-Line se ha puesto en contacto con él y le ha pedido que nos hable del estado de la comunicación en las relaciones interpersonales actuales así como del papel del psicólogo ante esta situación.

Xavier Guix i Garcia

Si atendemos a los repertorios interpretativos de nuestra sociedad es fácil escuchar cosas como: «Cada vez nos comunicamos peor», «tanta comunicación y al final la gente vive más incomunicada que nunca», «el problema es que nos comunicamos poco y mal», «las parejas de hoy se comunican poco«, «Muchos conflictos en el trabajo son por culpa de una mala comunicación». Aunque se entiende lo que se quiere decir, no se dice lo que se debe entender, lo que en realidad sucede.

La Escuela de Palo Alto sería la primera en alertarnos de la imprecisión de dichos repertorios. Tal como reza en la primera parte del libro que sobre esta escuela escribieron Jean-Jacques Wittezaele y Teresa García «Hoy día, la gente se comunica constantemente y en todas partes. Hasta el punto que podemos razonablemente preguntarnos si, pensándolo bien, es todavía posible hacer otra cosa«. Efectivamente, ese es el aforismo de Paul Watzlawick: ¡Es imposible no comunicarse!. Eso es, no existe la no comunicación, como no existe la no conducta. Visto así no existe la buena o la mala, la poca o la mucha comunicación. ¡Todo es comunicación!. Los problemas que intentan describir aquellos repertorios son de otra índole, llamémosles problemas de relación, problemas de interpretación de los mensajes o los manidos «ruidos» comunicativos, como cuando falla la cobertura del móvil.

Pero también sabemos que la pragmática de la comunicación se produce en contextos determinados, que influyen o condicionan la forma de comunicarnos. Si todo es comunicación ¿por qué nos quejamos tanto de incomunicación?. Los contextos actuales, basados en un paradigma tecnológico y cultural, se convierten a la vez en una gran paradoja: Disponemos de más medios para comunicarnos pero a cambio de hacerlo cada uno en su casa, en la distancia, en definitiva. Estamos más en contacto, pero nos vemos menos. De ahí la sensación de incomunicación. La comunicación interpersonal está hoy mediada por la tecnología, y a la inversa, pero eso no debería asustarnos. Al contrario. Las posibilidades comunicativas actuales no han existido jamás. Nunca fuimos tan accesibles…y a la vez nunca estuvimos tan poco disponibles.

Me gusta hacer esta distinción porque creo que ahí radica la clave para entender lo que nos ocurre hoy en día: no hay que confundir accesibilidad con disponibilidad. La comunicación humana asienta su naturaleza en la capacidad de empatizar. Los recientes descubrimientos neurocientíficos sobre las «neuronas espejo» vienen a confirmar precisamente la capacidad que tenemos de interpretar e incluso sentir lo mismo que los demás, sólo observando el movimiento y las expresiones. Pero para ello debemos tener a nuestro interlocutor enfrente. Ahí se pone en juego la pragmática de la comunicación; ahí podemos conjugar las palabras con el tono de la voz y el lenguaje corporal. Cuando estos factores quedan restringidos perdemos parte de la información, seguramente la más relevante. Es lo que nos ocurre cuando hablamos por teléfono, escribimos vía mail o chateamos. Pero eso no impide que siga existiendo comunicación y que se mantenga su esencia: Poner en común y vincularnos. Lo que puede mermar es la calidad comunicativa o disponer de una información incompleta. Si la cantidad de comunicaciones que recibimos a diario nos impone un ritmo acelerado y caemos en la trampa de la inmediatez, entonces malogramos nuestra disponibilidad personal, o sea, la actitud de escucha activa, de poner la atención en el otro para captar lo que dice y aún más lo que nos quiere decir. El exceso de comunicaciones nos obliga a discriminar o en algunos casos a negar nuestra receptividad. Ello conlleva también la sensación de incomunicación, aunque yo prefiero llamarlo «descomunicación«.

No tiene sentido culpar de ello a la tecnología. Vivimos en una sociedad que, como diría el sociólogo francés Alain Touraine, ha perdido o ha dejado de identificarse con los referentes sociales y tiende a buscarse a sí misma, a priorizar el individuo en el mejor de los casos, y al individualismo en el peor. ¿Hasta qué punto la tecnología actual proporciona o avala ese proceso?. Como siempre eso dependerá de cada uno, del uso que haga y de la relación que quiera establecer. Conozco gente que se niega a utilizar el teléfono móvil, del mismo modo que las consultas se nos llenan de adictos a internet. Al igual que no hay que confundir el mensaje con el mensajero, tampoco cabe mezclar el fin con el medio. La tecnología nos permite hoy una comunicación especializada que no cabe comparar con la comunicación interpersonal.

 

Así están las cosas a la hora de enmarcar la comunicación humana, ahora y aquí. No falla la comunicación sino la interpretación de lo que se comunica. No falla la comunicación sino la distorsión o exaltación del mensaje según de qué medio provenga. Y falla, a menudo, porque comunicar no es como respirar; hay que prestarle atención al proceso, hay que ponerle voluntad de explicarse y ganas de entenderse. Ganas en definitiva de comprenderse. 

Mucha gente cree que las cosas se solucionan hablando y yo creo todo lo contrario: ¡Hablando la gente no se entiende!. Esto es así porque nadie tiene el mismo mapa mental, ni piensa de la misma manera, ni jerarquiza sus creencias en el mismo orden, ni siente, ni se expresa igual. Cada uno significa las palabras como quiere y además las tiene asociadas a experiencias diferentes. Tal vez hablemos con el mismo lenguaje, pero interpretamos sin duda cosas bien distintas. Alfred Korzybski lo dejó claro ya hace tiempo: El mapa no es el territorio. En la era de la individualidad mapa y territorio se funden y confunden con la propia identidad. Por eso, si queremos mejorar comunicativamente hablando, hay que saber salir de nosotros mismos, hay que acercarse con curiosidad, respeto y aceptación a los mapas ajenos. Y eso sólo lo podemos hacer centrando la atención en el otro. Observar cómo responde a nuestra comunicación, en lugar de estar pendiente de nuestras reacciones. ¡Claro que hay que hablar, pero atendiendo todos los lenguajes!.

¿Qué podemos hacer lo psicólogos?. Fomentar la capacidad comunicativa, o sea, procurar que las personas tomen conciencia de qué y como comunican. Inspirarles a que se conviertan en antropólogos del gesto ajeno. Nuestro cerebro gasta su mayor energía en leer los rostros de los demás e interpretar su significado. Pero en ese proceso de «presuponer» muchos proyectan, ven lo que quieren ver y dan por supuesto que no existe más verdad que la nacida de su primera impresión. Por ahí se generan los conflictos comunicativos. No existe mayor remedio para estos casos que la empatía, esa capacidad que tenemos todos de ponernos en el lugar del otro, sin juzgar, sin interpretar, atendiendo sobretodo a los mensajes que nacen de las mismas emociones. Los psicólogos, que tenemos en la empatía nuestra puerta de acceso al otro, podemos contribuir a ejercitar tal capacidad dando pautas de observación de la conexión existente entre el mundo emocional y su expresión en el lenguaje corporal. Paul Ekman nos ha dejado un legado impresionante para reconocer las emociones a través del gesto, los movimientos musculares del rostro, la expresión, en definitiva. Comunicativamente hablando, es importante que sepamos defender nuestras percepciones a través de «evidencias sensoriales«, es decir, basarnos en la observación gestual y no etiquetar emociones a la ligera. Expresar lo que vemos y dejar que la interpretación la haga nuestro interlocutor.

Otra herramienta de alto voltaje es la asertividad. Eso es, la capacidad de expresar lo que se piensa o lo que se siente, de forma cómoda y sin agredir al otro. Es la capacidad en definitiva de autoafirmarse respetando los derechos de los demás. Es, como suelo decir, la capacidad de manejar el pronombre «yo«. Los ingleses, reyes de la «assertiveness«, aprovechan su gramática para colocar el Yo por todas partes (I think, I feel, I believe,). En España en cambio somos los reyes del ««, el «nos» y el «neutro» (se debería…). Parece que aquí no estamos por la labor de hacernos responsables de lo que sentimos, sino más bien hacemos bueno aquel principio de: «Lo que me sucede a mi es por culpa de las circunstancias; lo que le sucede a los demás es por culpa de ser como son«. Si queremos mejorar en comunicación, vale la pena asumir la propia responsabilidad sobre cómo vivir lo que nos acontece. Para ello podemos entrenar a las personas para que sean más capaces de expresarse en primera persona; para cambiar las conductas pasivas o agresivas por otras que recalen en la asertividad.

Acabo haciendo una referencia inevitable a las narraciones, al análisis del discurso. Aunque hasta ahora he priorizado el lenguaje no verbal, hoy no podríamos narrarnos a nosotros mismos sin el lenguaje. Las personas nos construimos en las relaciones y la comunicación es el proceso que lo hace posible. Por eso es tan importante atender también al lenguaje que usamos. Nada de lo que decimos es por casualidad. No es verdad que tanto podemos usar unas palabras como otras. La realidad es que el lenguaje emerge del conjunto de asociaciones que tenemos hechas con las palabras, y a la postre, en cómo pensamos lo que estamos diciendo. Y más aún, con las palabras «hacemos cosas«, no sólo las decimos. Ponemos palabras a algo que antecede en nuestra mente, sea una imagen, una emoción o una intención. Cuando hablamos describimos nuestro mundo interno, matizado según nuestras relaciones externas y eso no se puede pasar por alto, tiene un valor comunicativo de primer orden para conocer cómo cada persona construye su mapa. Y eso es lo que en el fondo pretendemos: acercarnos a la realidad de otro, poner en común y encontrar la manera de vincularnos. Eso es la comunicación.

 

  Referencias Bibliográficas

Jean-Jacques Wittezaele y Teresa García. Herder (1994): LA ESCUELA DE PALO ALTO.

P.Watzalawick y otros autores (1997): TEORIA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA. Herder.

Alain Touraine (2005): UN NUEVO PARADIGMA. Paidós

Paul Ekman (2003): ¿QUE DICE ESE GESTO?. RBA

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