GÉNERO Y BIENESTAR

8 Mar 2006

En el último número de la revista International Journal of Clinical and Health Psychology aparece publicada una investigación relacionada con la importancia que tienen las variables sociodemográficas en las diferencias de género en depresión.

Mª Pilar Matud, una de las autoras de esta investigación, es doctora en Psicología y especialista en Psicología Clínica. Es, así mismo, profesora titular del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad La Laguna y lleva más de quince años investigando sobre diferencias de género. En la actualidad coordina el grupo de investigación Género y Salud de esta Universidad.

Matud ofrece en el siguiente artículo algunas de las claves y aspectos más destacados de esta investigación, así como cuestiones más generales relevantes en este ámbito de estudio.

Pilar Matud

Universidad de La Laguna

Aunque no existe unanimidad al respecto, muchos autores usan la palabra sexo para referirse a los fenómenos biológicos asociados con el hecho de ser macho o hembra, mientras que con el término género se refieren fundamentalmente a categorías sociales. Unger (1979) plantea que el término género puede ser utilizado para describir aquellos componentes no fisiológicos del sexo que son considerados culturalmente como apropiados para hombres y mujeres. Según esta autora sería una etiqueta social por la que distinguimos a dos grupos de personas.

            

La división sexo/género ha sido criticada, habiéndose planteado que no se puede aislar el género (o la cultura) de la base biológica, del cuerpo concreto que experimenta y crea esa cultura. Y también se reconoce que los factores biológicos no actúan de forma simple y directa sobre la conducta, sino que están abiertos a interpretaciones culturales importantes. Pero, más allá de tales debates, es importante reconocer el hecho de que mujeres y hombres son tratados y percibidos de forma distinta. Así, como señala Ashmore (1990), generalmente el término género se usa para reconocer el hecho de que «hombre» y «mujer» son construcciones culturales y que cada persona es criada en una sociedad concreta, con un rico conjunto de creencias y expectativas acerca de estas categorías sociales.

Tradicionalmente se ha considerado que las mujeres y los hombres son psicológicamente distintos, concepciones que son muy populares, como lo prueba el éxito de libros como «Los hombres son de Marte y las Mujeres de Venus«. Y tales creencias son reforzadas con mucha frecuencia por los medios de comunicación. Se trata de una visión dicotómica hombre-mujer que ignora las diferencias intragrupo, es decir, la realidad de que las mujeres no son todas iguales ni tampoco lo son los hombres, y que tales diferencias intragrupo son mayores que las diferencias intergrupo.

Desde sus comienzos como disciplina científica, la Psicología ha estudiado las diferencias de género y ha permitido desterrar muchos mitos sobre las diferencias entre mujeres y hombres, si bien aún siguen persistiendo algunos, incluso entre los/as profesionales de la Psicología. En un reciente artículo Janet Shible Hyde (2005) hace una revisión de 46 meta-análisis sobre diferencias de género y concluye que las mujeres y los hombres son similares en la mayoría de las variables psicológicas, si bien se dan diferencias importantes en algunas conductas motoras y sexuales, mientras que en agresividad la magnitud de las diferencias es moderada. Otro aspecto importante que resalta dicha autora es que las diferencias de género pueden variar en función de la edad y del contexto.

También en los estudios realizados desde hace más de una década por nuestro grupo hemos encontrado muy pocas diferencias entre mujeres y hombres y, cuando se ha encontrado alguna diferencia estadísticamente significativa, su magnitud ha sido baja y ha estado modulada por otras variables, sobre todo por el nivel de estudios y la edad. Resultados que hemos encontrado tanto en capacidades cognitivas como en pensamiento creativo y en dimensiones de personalidad.

 

La visión de los géneros como diferentes y con distintas capacidades y roles supone una limitación para el desarrollo del ser humano, ya que le «impone» unas actividades y características y le limita otras. Además, como señala Hyde (2005), también es perjudicial en muchas áreas, tales como la comunicación y los conflictos de pareja, los problemas de autoestima en adolescentes y, además, reduce las oportunidades laborales de las mujeres.

Nuestro grupo de investigación lleva varios años analizando diversos aspectos relacionados con la salud de mujeres y hombres y los resultados indican una influencia negativa en la salud de las mujeres de los patrones de socialización y de los roles tradicionales, aunque también en este área hemos encontrado que la magnitud de las diferencias es baja y depende de factores tales como la edad y, sobre todo, del nivel de estudios. En una investigación sobre diferencias de género en estrés y afrontamiento realizado con 2.816 personas de entre 18 y 65 años (Matud, 2004), no encontramos diferencias estadísticamente significativas entre mujeres y hombres en la insatisfacción con su rol laboral ni en el número de sucesos y cambios vitales experimentados durante los dos años anteriores, si bien las mujeres los percibían como más negativos e incontrolables, aunque el porcentaje de varianza explicada por tales diferencias no llegaba al 1%. Además, aunque tampoco se llegaba a explicar el 1% de la varianza, las mujeres tenían más estrés crónico y mayor sintomatología física. Las diferencias más acusadas se daban en contrariedades diarias, donde el porcentaje de varianza era del 1,9%, y en malestar psicológico, con un porcentaje de varianza del 2,4%. También encontramos diferencias estadísticamente significativas en los estilos de afrontamiento del estrés, encontrando que las mujeres puntuaban más alto en aquellos que han mostrado ser más perjudiciales para la salud: la emocionalidad y la evitación, mientras que los hombres puntuaban más alto en los que son más adecuados, como el afrontamiento centrado en el problema, donde el porcentaje de varianza explicado es del 2,6%. Además, encontramos que el estrés estaba más asociado con los problemas de salud en las mujeres que en los hombres, lo que puede ser consecuencia de su forma menos adecuada de hacer frente al estrés. Tales diferencias son consistentes con la hipótesis de la socialización, que plantea que los hombres son socializados para ser más activos e instrumentales, mientras que a las mujeres se les socializa para ser más pasivas y centradas en las emociones.

En otro estudio publicado recientemente (Matud, Guerrero y Matías, 2006) realizado con 2.847 mujeres y 1.848 hombres de la población general, hemos analizado las diferencias en depresión, una de las áreas donde se dan diferencias de género de forma más consistente. Encontramos que las mujeres tenían más sintomatología depresiva que los hombres aunque el porcentaje de varianza explicado era del 1,1% y las variables sociodemográficas explicaban un porcentaje de varianza similar o superior. Las diferencias entre mujeres y hombres en depresión se maximizaban en las personas mayores de 34 años, en las que tenían hijos/as, en las casadas o divorciadas, en las de bajo nivel de estudios y en aquellas cuyo trabajo era de tipo manual. Pero la sintomatología depresiva era menor en las mujeres con estudios universitarios y en las profesionales que en los hombres solteros, en los que tenían bajo nivel de estudios, en aquellos con empleo de tipo manual y en los que tenían edades entre 18 y 24 años, lo que prueba la relevancia de los factores sociales en las diferencias de género en depresión. Datos que coinciden con los de Mirowsky (1996) quien plantea que, pese a los cambios que las vidas de las mujeres han experimentado en las últimas décadas, continúan las desigualdades en salario, poder y autonomía, en casa y en el trabajo, así como las responsabilidades familiares y del cuidado del hogar, lo que explicaría que persistan las diferencias de depresión entre mujeres y hombres.

En general, los resultados encontrados en nuestros estudios indican que las diferencias de género en bienestar aumentan en la edad adulta, cuando las diferencias y los roles de género se acentúan. Por el contrario, la formación y el logro de empleos de alto nivel por parte de las mujeres hace que tales diferencias se atenúen e incluso desaparezcan. Además, aunque se trata de una investigación que aún no ha concluido, hemos encontrado evidencia empírica de que las mujeres que tienen más interiorizados los valores clásicos de la feminidad tienen menor bienestar. Todo ello indica la necesidad de que los/as profesionales de la Psicología estén formados en género, no sólo para evitar reproducir los mitos y estereotipos que limitan e incluso dañan el desarrollo de las personas, sino también para incorporar tal perspectiva a su trabajo, tanto en sus estrategias de intervención como de prevención de los problemas de salud y en la promoción del bienestar de todas las personas.

El artículo completo puede consultarse en la revista International Journal of Clinical and Health Psychology: Matud, M. P., Guerrero, K. y Matías, R. G. (2006). Relevancia de las variables sociodemográficas en las diferencias de género en depresión. International Journal of Clinical and Health Psychology, 6, 7-21.

Ver referencias bibliográficas de este artículo 

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