INVESTIGACIONES PSICOLÓGICAS EN LA PREVENCIÓN Y ATENCIÓN A LA DEPENDENCIA

23 Oct 2007

Ignacio Montorio Cerrato

Universidad Autónoma de Madrid

La autonomía personal consiste en el control sobre la toma y ejecución cotidiana de decisiones, cuya pérdida afecta gravemente tanto al individuo como al entorno. En este sentido, el mantenimiento del «estilo de vida propio» es la meta más valorada por las personas mayores, siendo su miedo más frecuente llegar a tener que depender de los demás.

 

La visión tradicional de la dependencia y la pérdida de autonomía personal se contempla como un problema físico ligado al padecimiento de problemas de salud, fragilidad, lesiones y enfermedades neurodegenerativas, que impiden actuar de una forma similar a como se hacía antes de la aparición de la enfermedad. Serían, por tanto, sinónimos «dependencia» e «incapacidad funcional en relación a las actividades de la vida diaria». Menos intuitivo y socialmente aceptado es el reconocimiento de cómo determinados aspectos psicológicos o el entorno social de las personas afecta a la dependencia.

Una visión moderna de la dependencia la presenta como un fenómeno multicausal, donde los factores biológicos, psicológicos y sociales son todos ellos antecedentes que inducen dependencia. Así, junto a la fragilidad física, las enfermedades crónicas o los efectos secundarios del consumo de fármacos, circunstancias prevalentes en este grupo de edad, nos encontramos que la presencia de problemas de salud mental, como la depresión o la ansiedad, clínica o subclínica, también contribuyen a la dependencia. Recordemos que la primera causa de discapacidad en el mundo es la depresión, ya que es en sí misma discapacitante (p.ej., desnutrición, retardo psicomotor que limita la actividad, etc.) e incrementa el riesgo de diferentes enfermedades.

Otras circunstancias, como los estilos de vida, el dolor, las caídas y el miedo a las mismas o algunos patrones de personalidad, que se han moldeado a lo largo de la vida y que llevan a que las personas difieran notablemente en cuanto a sus demandas y aceptación de ayuda, son también antecedentes de la dependencia. Asimismo, es conocido que los problemas de conducta asociados a distintos problemas de salud frecuentes en este grupo de edad, como son las demencias, no sólo son el elemento más disruptivo y emocionalmente intenso en la vida de los cuidadores, sino que son exacerbadores de la dependencia.

A estos factores hemos de sumar el ambiente físico, ya que cuando es estimularmente rico, con suficientes ayudas protésicas, que conjuguen adecuadamente la autonomía con la seguridad, contribuye a que las personas mayores funcionen en unos niveles de ejecución óptimos. También ha de considerarse el ambiente social en dos de sus vertientes. Por una parte, las contingencias ambientales, ya que las conductas dependientes de las personas mayores pueden entenderse y explicarse como conductas instrumentales, es decir, por el trato que el entorno próximo les dispensa, sobreprotegiendo o estimulando su autonomía.

Por otra parte, hay que tener en cuenta las expectativas sociales predominantes en una sociedad acerca de las personas mayores. En este sentido, cuando son de conformidad con los estereotipos hacia este grupo de edad pueden actuar guiando el comportamiento de los ciudadanos hacia la sobreprotección, amparando así un cierto nihilismo terapéutico.

Por último, no podemos olvidar cómo la aparición de algunos eventos de mayor frecuencia entre las personas mayores generan y/o exacerban la dependencia: la viudedad y la disminución del apoyo social, que aumentan el mantenimiento de hábitos insanos, suponen un fuerte impacto emocional y aumentan la probabilidad de aparición de enfermedades. Todos estos antecedentes de la dependencia mencionados son susceptibles de intervención.

La vigente y relevante Ley de la Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia se mueve muy bien en un nivel de análisis de generalidad intermedio de la dependencia, que se refleja en sus disposiciones para la creación de servicios y ofrecer prestaciones a las personas mayores dependientes y sus familiares. Sin embargo, exceptuado el instrumento de valoración de la dependencia, la ley es imprecisa cuando se mueve en un micronivel de análisis de la dependencia, persona a persona, que sería aquél que permite caracterizar y determinar los factores determinantes de la conducta dependiente del individuo interactuando con su ambiente social inmediato. Es en este nivel de análisis donde tienen cabida, principalmente, los programas e intervenciones psicosociales de prevención y atención de la dependencia.

Dado que los procesos que conducen a la dependencia son multivariados en sus trayectorias, un buen número de intervenciones psicosociales pueden convertirse en pequeños ingredientes que retrasan, palian o evitan los procesos que conducen a la dependencia. Cuando una persona mayor padece un problema físico de fragilidad o una enfermedad crónica no debería convertirse en un sinónimo de dependencia. En este sentido, un adecuado control médico, junto con intervenciones que procuren la realización de actividad física, programas de prevención de la depresión, programas multidisciplinares de tratamiento del dolor, de prevención de las caídas y del miedo a las mismas y un entorno social que participe y colabore activamente en el mantenimiento de la autonomía son vías reales y contrastadas para la prevención de la dependencia.

Aunque con diferente grado de relevancia, la mayor parte de las actividades de intervención psicosocial, que ya se hacen con personas mayores desde muchos ayuntamientos, son adecuadas para la atención a la dependencia: entrenamiento en capacidades cognitivas, programas de educación para la salud, sean éstos de carácter generalista o enfocados a enfermedades concretas, de promoción del envejecimiento activo con especial incidencia en la actividad física, modificaciones ambientales en el hogar, programas para el fomento de las relaciones sociales, programas dirigidos a cuidadores para mejorar tanto las habilidades de cuidado como de autocuidado, etc.. Se trataría, por una parte, de integrar las acciones interventivas dentro de un plan general de actuación, generalizar y hacer disponibles estos u otros programas para todas las personas mayores y reorientarlos hacia la prevención y atención a la dependencia. A ello habría que sumar nuevas iniciativas de intervención, ya que algunas circunstancias antecedentes de la prevención o exacerbación de la dependencia están aún insuficientemente tratadas, especialmente, la depresión y la ansiedad, el control y adaptación ante las enfermedades crónicas a través de la educación para salud de enfermedades, el control del dolor crónico, las caídas y el miedo a las mismas modificables mediante programas multidisciplinares, los problemas de conducta asociados a enfermedades neurodegenerativas y la atención a los colectivos especialmente vulnerables, tanto de cuidadores, viudas y personas en situaciones de aislamiento social.

Para todo ello, la Psicología Clínica y de la Salud, así como los profesionales de la Intervención Social tienen respuestas apropiadas. Además, desde la Psicología puede contribuirse a generar e inducir en esta sociedad una cultura de la dependencia equilibrada, que sin caer en el simplismo, la ridiculez o la «noñería», nos aleje de la visión tan negativa reinante en la sociedad del fenómeno de la dependencia. No debemos olvidar que la dependencia es un fenómeno socialmente construido.

El libro blanco sobre los Postgrados en Psicología resume muy bien esta noticia: El fenómeno de la dependencia tiene un claro componente psicológico, por lo que el psicólogo puede contribuir a la evaluación y modificación del contexto personal, familiar y social, que permita la protección de las personas mayores en situación de dependencia y la promoción de su autonomía.

El artículo original en el que se basa este trabajo puede encontrarse en la revista Intervención Psicosocial: Montorio, I. (2007). Intervenciones psicológicas en la prevención y atención a la dependencia. Intervención Psicosocial, 16 (1), 43-54.

Sobre el autor:

Ignacio Montorio Cerrato, es Doctor en Psicología y ejerce su trabajo como docente e investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid.

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