PREVENCIÓN DE LA AGRESIÓN EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

16 Abr 2009

Victoria del Barrio, Miguel Ángel Carrasco, Miguel Ángel Rodríguez y Rodolfo Gordillo
Universidad Nacional de Educación a Distancia

En los últimos veinte años, se ha producido un incremento significativo de la agresión infanto-juvenil. Teniendo en cuenta este preocupante incremento, la investigación sobre la agresión se ha centrado en la búsqueda de conocimientos acerca de los factores de riesgo que están implicados en la agresión y en su alarmante escalada, así como en los contextos donde más habitualmente se producen. En todos ellos, se pueden encontrar múltiples variables asociadas a la respuesta agresiva, pero muchas de ellas tienen una misma raíz: la falta de control de los impulsos agresivos en la primera infancia.

 

Es entre el primer y el segundo año de vida cuando la conducta agresiva se produce con mayor frecuencia. A partir de ahí, el proceso educativo, que empieza con los hábitos de crianza paternos va generando sistemas inhibitorios (de control y regulación) de dicha conducta, haciéndola remitir hasta sus justos límites, compatibles con la defensa y la adecuada interacción social. Ahí es donde la familia juega un papel preponderante, ya que es el contexto donde se establecen las primeras formas de socialización, y donde se aprenden la mayor parte de las conductas sociales y emocionales que son la base sobre la que se asienta la adaptación social. Respecto a la crianza, se ha establecido que el establecimiento de normas claras y ajustadas, junto con una comunicación afectivamente cálida, son las formas más adecuadas para lograr una buena socialización en los niños y niñas. Por tanto, todo intento de actuar sobre cualquier tipo de violencia infantil, y más de cara a su prevención, ha de tener en cuenta el contexto familiar y su funcionamiento.

Cuando el proceso de prevención precoz no se da, aparece la agresión en la escuela. Se estima que el acoso escolar con violencia se mueve en un 5% de la población general infantil y cifras similares se encuentran dentro de la escuela en España, como consta en el informe del Defensor del Pueblo, 1999-2006, publicado el año 2007.

Cuando se plantea la posibilidad de controlar y prevenir esta conducta hay que tomar las cosas con perspectiva y atajar el problema en la raíz. Por ello, en este trabajo consideramos la posibilidad de prevención de la violencia en la escuela a través de la transformación de las pautas de crianza y cómo éstas se relacionan con las conductas agresivas en los hijos.

El trabajo que comentamos recoge una investigación sobre los hábitos de crianza percibidos en los hijos y cómo éstos predicen la conducta agresiva. Por una parte, se estudiaron tres dimensiones relativas a la crianza (Comunicación/Afecto, Control y Hostilidad/Negligencia), todas ellas evaluadas mediante el Cuestionario CRPBI de Shaefer (1965) en su versión castellana de Carrasco, Holgado y del Barrio (2007) y, por otra, la conducta agresiva física y verbal autoinformada mediante el AFV de Caprara y Pastorelli, adaptado al castellano por del Barrio, Moreno y López (2001). La muestra estuvo constituida por 1107 sujetos (45% varones) de edades comprendidas entre 8 y 17 años.

Los resultados mostraron que los niveles de agresión son superiores en los varones que en las mujeres y en los sujetos de mayor edad. Padres y madres utilizaban similares estilos educativos aunque la crianza variaba en función de la clase social y la composición familiar. Los hábitos de crianza que predecían con mayor contundencia la agresión en los hijos era la hostilidad, en primer lugar, seguida de la baja comunicación y el bajo control. En ambos padres se producía un patrón explicativo paralelo pero con mayor potencia explicativa en las madres.

A modo de conclusión y tomando los datos en su conjunto, podemos sugerir una serie de indicaciones preventivas relativas a la crianza de los hijos. En primer lugar, si se disponen de pocos medios, el programa ha de centrarse en varones preadolescentes que pertenezcan a clase social deprimida, especialmente si viven con un solo progenitor. En segundo lugar, la «hostilidad» materna o paterna, es uno de los factores que incide más negativamente en la aparición y desarrollo de la agresión en los hijos. Esta hostilidad, provoca un ambiente emocional negativo que evoca la agresión de lo hijos, de manera que es la dinámica de interacción entre padres hostiles e hijos agresivos la que retroalimenta el mantenimiento de la agresión.

De una manera preventiva, el momento crucial para el comienzo de una educación emocional es alrededor de los 3 años. El entrenamiento en la resistencia a la frustración por parte del niño y la regulación de la misma desde los primeros momentos de la vida del niño parece jugar un papel fundamental. El niño debe entender que puede conseguir las cosas si las pide correctamente. No ceder ante el chantaje de los gritos es sencillo y eficaz siempre que se comience con el proceso de educación en este nivel de edad. Además, una conducta amable y colaboradora proporcionará las herramientas para que el niño aprenda a controlar su emoción negativa.

Cuando el problema ya está constituido, el primer paso del programa es hacer a los padres conscientes de su propia hostilidad y del malestar emocional que les produce. Así, un registro para lograr objetivar y controlar este tipo de actitud debe incluir ítems como, por ejemplo: reconocimiento de pensamientos hostiles, reconocimiento de frases hostiles, pensar a qué persona/s se dirigen, localización del lugar donde se producen, atender a cómo se sienten ante una conducta hostil y atender al tono de voz con el que se dicen las cosas, entre otros.

Otro objetivo de la actuación preventiva debe centrarse en la mejora de la comunicación y del afecto con los padres. El programa debiera incluir una fase positiva orientada a la consecución de las condiciones que faciliten la interacción positiva, como: hacer un registro de las cualidades positivas del hijo, hacer enumeración de posibles actividades agradables para llevar a cabo en colaboración, reservar una hora diaria para juegos comunes apropiados a la edad del sujeto, preguntar por sus amigos, sus aficiones y sus preocupaciones, hacer un pequeño balance conjunto del día al irse a la cama, hacer elogios por reducción de conflictividad, evitar críticas a la persona, corregir la conducta inadecuada dando una alternativa a la reposición y elogiar oportunamente las conductas adecuadas.

Resumiendo, la mejora de los hábitos de crianza es, sin duda, una clave en el proceso de prevención de la agresividad infanto-juvenil: si un niño tiene una interacción armónica con sus padres, la posibilidad de la aparición de una conducta agresiva desciende en el ámbito familiar y, sobre todo, en los momentos precoces donde la acción sobre la conducta agresiva es más eficaz. Si esto se logra, la probabilidad de la agresión en la escuela también declinará significativamente.

Referencias

El estudio original en el que se basa este artículo puede encontrarse en la revista International Journal of Psychology and Psychological Therapy:

Victoria del Barrio, Miguel Ángel Carrasco, Miguel Ángel Rodríguez y Rodolfo Gordillo (2009). Prevención de la agresión en la infancia y la adolescencia. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 9, 2, 101-107.

Sobre los autores:

Mª Victoria del Barrio Gándara es Profesora Titular de Evaluación Psicológica en la Facultad de Psicología de la UNED. Investigadora en psicopatología infantil, especialmente en trastornos emocionales, del Barrio es autora de numerosos libros y artículos sobre emociones (depresión, ansiedad, agresividad, etc.) publicados en revistas nacionales e internacionales. Cuenta con una dilatada experiencia en Psicología aplicada y ha sido Directora de APA de la UNED. Igualmente pertenece al comité de organizaciones internacionales científicas como la EAPA y IAAP.

Miguel Ángel Carrasco Ortiz es Profesor Titular de Evaluación Psicológica en la Facultad de Psicología de la UNED y Coordinador del Servicio de Psicología Clínica de esta misma universidad. Junto con su dedicación a la docencia en el área de la evaluación psicológica y a la clínica infantil y adulta, su actividad investigadora se ha centrado en el estudio de las emociones infantiles, especialmente de la depresión y la agresión infantil.

Miguel Ángel Rodríguez Serrano es Doctor en Psicología, Orientador escolar y Psicólogo clínico. Además del ejercicio profesional en el ámbito escolar y clínico investiga sobre los estilos educativos y las alteraciones emocionales en niños y adolescentes en la Facultad de Psicología de la UNED.

Rodolfo Gordillo Rodriguez, es Licenciado en Psicología por la UNED especialidad Clínica y doctorando en el dpto. de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos. Es miembro de uno de los grupos de investigación de la UNED e investiga actualmente las relaciones entre depresión y agresión en población infanto-juvenil.

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