EL TEMPERAMENTO INFANTIL Y LA PREVENCIÓN

15 Sep 2009

Juan Manuel Ramos Martín, Mª José Sancho García, Pilar Cachero Sanz, Mª Teresa Vara Arias y Blanca Iturria Matamala
Conserjería de Familia y Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid

El niño nace con un bagaje diferencial y característico de reactividad emocional que denominamos «temperamento». Interactúa con el entorno y contribuye con éste a ir perfilando los rasgos del carácter o personalidad del futuro adulto.

Diversas investigaciones relacionan el temperamento infantil con problemas pediátricos (accidentalidad, abuso, no ganancia ponderal, obesidad, cefaleas…), con el CI preescolar, la conducta agresiva adolescente o la vulnerabilidad cognitiva para la depresión.

El hecho de que el temperamento sea modulable o plástico hace de él un constructo relevante para su consideración desde el ámbito de la prevención primaria y la intervención temprana.

Una línea metodológica de exploración del temperamento se centra en los aspectos más orgánicos y fisiológicos; atiende a la excitabilidad de las neuronas amigdalinas, al tono vagal, a la actividad de ondas EEG diferencialmente lateralizadas en el córtex frontal, e incluso el análisis genético.

Otra línea adopta la observación conductual. Dos son los modelos más influyentes dentro de esta aproximación conductual: el Modelo Psicométrico de Rothbart, que se sirve del Infant Behavior Questionnaire, y el Modelo de Bondad de Ajuste Thomas y Chess. Estos autores siguieron a 141 niños desde los primeros meses de vida hasta la adultez y, a partir de entrevistas a los padres y de sus propias observaciones, obtuvieron 9 dimensiones temperamentales cuya combinación permitía la descripción de una tipología con 3 grupos de niños (el niño fácil, el niño difícil y el niño lento).

De acuerdo con su modelo de bondad de ajuste, una armonía entre las prácticas de crianza de los padres y el temperamento del niño produciría un desarrollo óptimo de éste y, en el caso de un niño propenso temperamentalmente a sufrir problemas de ajuste, le ayudaría a alcanzar funcionamientos más adaptativos. Asegurar un buen ajuste significa que el adulto debe crear un clima familiar que reconozca el estilo temperamental del niño y fomente su adaptación.

El temperamento del niño «difícil«, unido a un clima familiar duro e inconsistente, aumenta la irritabilidad del niño; si sus padres, por el contrario, son comprensivos y consistentes, la conducta difícil del niño disminuye. Una conducta materna muy estimulante ayuda a los niños inhibidos a explorar el entorno; sin embargo, entorpece la curiosidad espontánea de los niños activos. El temperamento y las pautas de crianza paterna predicen cambios entre sí, y ambos predicen el equilibrio afectivo y la adaptación en la adolescencia.

Este carácter transaccional de los procesos madurativos de la persona con su entorno afectivo queda patente al considerar las investigaciones sobre el vínculo de apego. Efectivamente, el que un niño sea irritable y miedoso se relaciona con un apego inseguro más tarde. Mejorar la respuesta materna a la conducta de niños irritables de seis meses de edad conduce a aumentar la seguridad, la exploración y la sociabilidad de sus hijos.

Más recientemente, ha cobrado importancia también el concepto de autorregulación emocional infantil: la capacidad de modificar la propia conducta y emoción en virtud de las demandas situacionales específicas; además de los factores endógenos como la maduración de las redes neuronales, se consideran factores exógenos tales como la actitud de los padres y las relaciones afectivas.

En el marco de un Programa de Estimulación Temprana para Bebés de Riesgo desarrollado desde hace años en un Centro Base de la Comunidad de Madrid, se pretendió poner a prueba la hipótesis de que los bebés cuyos padres son informados acerca del temperamento de sus hijos y orientados para favorecer la bondad de ajuste presentan una modificación de sus rasgos temperamentales al cabo de 6 meses diferente a la de los bebés cuyos padres no son informados.

A este respecto, el programa mostró eficacia al constatarse una elevación de la puntuación Cociente de Desarrollo (CD) que ofrece la Escala de Brunet-Lézine-R en toda la muestra (p=0,02). Sin embargo, no se encontraron diferencias en cuanto al aumento del CD entre el grupo de niños con padres informados y el grupo de control.

Por el contrario, sí se observó que el grupo de bebés cuyos padres fueron informados presentaron un Nivel de Actividad (una de las 9 dimensiones temperamentales) mayor que el grupo de control (p=0,02). Este hallazgo, que no deja de ser sorprendente al recordar la brevedad del lapso temporal y la estabilidad general de rasgos en este período, habría de ser puesto en relación con la teoría del Modelo de bondad de ajuste: aquellos padres que tienen en cuenta –y respetan- el temperamento del bebé producirían un clima relacional adecuado para que sus hijos puedan desarrollar o liberar una energía física elevada en la exploración de su entorno, adquiriendo un rasgo de alto Nivel de Actividad. Desde el concepto de autorregulación emocional infantil, podría interpretarse que la actitud respetuosa de los padres que tienen en cuenta el temperamento infantil interactuaría con la maduración de las redes neuronales del bebé, promoviendo una capacidad de conducta más amplia y una emoción más equilibrada.

En definitiva, el conocimiento de la percepción que los padres tienen acerca de los rasgos temperamentales de sus hijos es útil para los profesionales de la salud en cuanto que permite detectar categorías de riesgo (niños «difíciles» y niños «lentos«) y orientar una intervención que armonice la interacción paterno-filial, prevenga la incidencia de problemas potenciales y promueva un desarrollo infantil óptimo, garantizándose así una mejor adaptación futura.

El artículo original en el que se basa este trabajo puede encontrarse en la revista Clínica y Salud:
Ramos, J.M., Sancho, M.J., Cachero, P., Vara, M.T., y Urrutia. B. (2009). El temperamento infantil en el ámbito de la prevención primaria. Relación con el conciente de desarrollo y su modificabilidad. Clínica y Salud, vol. 20 (1), 67-78.

Sobre los autores:

Juan Manuel Ramos Martín es Doctor en Psicología y Especialista en Psicología Clínica. Cooperó en el programa de estimulación temprana en un centro base de la Comunidad de Madrid. En la actualidad desarrolla un programa de tratamiento intensivo en régimen de hospitalización en la Unidad de Trastornos de Personalidad del Hospital Dr. R. Lafora de Madrid.

Mª José Sancho García es psicóloga, con experiencia de 20 años en el campo de la valoración y prevención de discapacidades. Iniciadora del programa de estimulación temprana en un Centro Base de la Comunidad de Madrid.

Pilar Cachero es psicóloga, con experiencia en el campo de la valoración y prevención de discapacidades. Coopera en el programa de estimulación temprana en un Centro Base de la Comunidad de Madrid.

Mª Teresa Vara Arias es médico Especialista en Medicina Física y Rehabilitación. Especialista en Discapacidad Infantil. Magister en Discapacidad. Ha cooperado en el programa de estimulación temprana del Centro Base Nº 7 de la Comunidad de Madrid. Actualmente es adjunto en el servicio de rehabilitación del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús.

Blanca Iturria Matamala es psicóloga, iniciadora del programa de estimulación temprana en un Centro Base de la Comunidad de Madrid, del que es directora. 

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