Emociones positivas, bienestar, satisfacción, felicidad son constructos eminentemente psicológicos que, en los últimos años, han provocado un renovado interés en la Psicología –tanto en el campo científico como en el aplicado-. Sin embargo, parece que, al menos en los países con un nivel de bienestar social adecuado, estos temas comienzan a interesar a los agentes político-sociales, tal y como se indica en un reciente artículo de Ruut Veenhoven, titulado Medidas de la Felicidad Nacional Bruta, que la revista Intervención Psicosocial ha publicado en su último número del pasado año 2009.

Según se recoge en este artículo, la felicidad se definiría como el grado con el que una persona valora de manera favorable la calidad global de su vida. Consecuentemente, la felicidad o satisfacción vital es un constructo psicológico que se enmarca en el plano del interno, es decir, supone valorar subjetivamente el punto en el que se sitúa la propia vida respecto a cómo se considera que debería ser, valorándolo de un modo global (todas las áreas vitales de la persona) y desde una perspectiva temporal duradera, y no puntual.

En este sentido, el autor defiende que el nivel de felicidad podría ser un criterio más de calidad o de desarrollo de un país, de manera similar a como se viene realizando en el plano económico. Así, en el artículo, se establecen una serie de índices de felicidad que, al igual que otros criterios económicos como el producto interior bruto (PIB), contribuirían a cuantificar, de manera válida y fiable, el nivel de desarrollo y de calidad de vida de un país, así como permitirían la comparación objetiva entre los diferentes países.