Alternativas a las clasificaciones diagnósticas no faltan – Entrevista a M. Pérez Álvarez, catedrático de la Universidad de Oviedo

19 Dic 2013

El modelo biomédico y los diagnósticos psiquiátricos imperan, hoy en día, en la forma de evaluar y tratar los problemas de salud mental. No obstante, este año, coincidiendo con la publicación del DSM-5, se han vertido importantes críticas, algunas desde figuras representativas de la propia Psiquiatría, hacia este modelo y hacia los sistemas de clasificación diagnóstica en los que se apoya, estableciéndose un debate sin precedentes en la historia de la salud mental.

Con el objetivo de conocer los fundamentos y las críticas que se han vertido hacia estos sistemas de clasificación, así como explorar la existencia de otras alternativas a los diagnósticos psiquiátricos, Marino Pérez Álvarez, psicólogo Especialista en Psicología Clínica y catedrático del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo, expone, en esta entrevista, el estado de la cuestión.

Marino Pérez

ENTREVISTA

El enfoque predominante en salud mental es el modelo biomédico de enfermedad. ¿Podría explicarnos cuáles son los principios de este modelo de atención?

El modelo biomédico no es unívoco, sino variado: infeccioso, traumático, orgánico, sistémico, sindrómico, biopsicosocial y psicofarmacológico. Todas estas variedades están de alguna manera presentes y funcionando en Psiquiatría y Psicología. De todos ellos, quizá los más influyentes sean los dos últimos. Mientras que el modelo biopsicosocial es aclamado por psiquiatras y psicólogos como si no fuera biomédico, seducidos seguramente por el acoplamiento de los aspectos psico y social, siendo en realidad un eclecticismo al servicio bio- (un modelo en realidad bio-bio-bio con ribetes psico y sociales), el modelo psicofarmacológico es claro en Psiquiatría (aunque equivocado y a menudo nocivo) a cuenta de la medicación y está camuflado en Psicología a cuenta de supuestos mecanismos cognitivos averiados a tratar con presuntas técnicas específicas. Donde en psicofarmacología se invocan desequilibrios químicos que supuestamente corrige una medicación específica anti-esto o lo otro (lo que nada es cierto: ni el desequilibro, ni la medicación específica, si acaso algo es cierto es el desequilibrio después de la medicación), en Psicología se invocan esquemas disfuncionales (depresógenos, etc.) a tratar con técnicas específicas (reestructuración cognitiva para eso y lo otro) que, como en el caso de la medicación, de específicas no tienen más que el nombre. En general, el modelo biomédico supone una avería o disfunción interna, en el aparato nervioso o, para el caso, psíquico o mental, de la que derivarían los problemas observados (síntomas), a corregir mediante tratamientos presuntamente específicos (medicación o técnicas psicoterapéuticas o cognitivas).

¿En qué datos empíricos se sustenta este modelo para su aplicación a los trastornos mentales?

El mayor sustento de este modelo es el poder institucional, que no sabe pensar lo que le pasa a la gente más que en términos biomédicos (neurobiológicos), como si sus problemas fueran enfermedades como otras cualesquiera. No sólo es de esta manera porque así lo piensa el psiquiatra por su complejo de médico, y el psicólogo clínico quizá por su propio complejo de psiquiatra, sino así piensa el sistema, con sus diagnósticos y estadísticas (no en vano valiéndose de manuales diagnósticos y estadísticos) y prestación de servicios con base en la medicación. La industria farmacéutica es el poder en la sombra del modelo biomédico que domina en los sistemas de salud mental.

En términos de investigación empírica, este modelo se sustenta en estudios controlados aleatorizados, donde pacientes definidos por una condición clínica (un diagnóstico) se distribuyen aleatoriamente a un grupo u otro a fin de comparar un tratamiento que se quiere probar con otro tratamiento ya conocido, o con un grupo de control (placebo, paso del tiempo, tratamiento usual). Esta lógica deriva de la medicina basada-en-la-evidencia, de donde pasó a la Psiquiatría. Cuando la Psiquiatría utilizó esta lógica, parecía mostrar que la medicación era el tratamiento de elección para la mayoría de las condiciones clínicas, quedando la terapia psicológica como mera coadyuvante, secundaria en importancia (charla) y en el tiempo (por si fuera necesaria).

Ello llevó a las terapias psicológicas a mostrar su posible eficacia de acuerdo con esta lógica que, no está de más advertir, es la que conviene a la medicación. Y así y todo, se mostró que no hay prácticamente ningún trastorno de los usualmente definidos que no tuviera un tratamiento psicológico eficaz, tanto o más que la propia medicación, con la ventaja de no acarrear los conocidos inconvenientes de ésta. En una primera instancia, la terapia psicológica de más probada eficacia resultaba ser la terapia cognitivo-conductual, lo que daba a entender que otras terapias no eran eficaces o, al menos, su eficacia no estaba probada. Así, por la cuenta que les tenía, otras terapias como la psicoterapia psicodinámica, la terapia sistémica y la terapia humanista se apresuraron a mostrar su eficacia de acuerdo con esta misma lógica. Y, en general, la mostraron. En particular, la terapia humanista abrió un nuevo frente, mostrando que quizá son las relaciones, más que las técnicas, lo que hace eficaces a las terapias. El caso es que ahora se tiene una variedad de terapias psicológicas eficaces, con la polémica abierta de en qué medida su eficacia es debida a las relaciones, a las técnicas o a su interacción.

Con esa lógica de investigación se solucionó el problema de que las terapias psicológicas no quedaran fuera del mapa, arrasadas por la medicación, pero se abrieron otros problemas relativos a su funcionamiento. Se sabe que son eficaces, pero no está claro por qué y cómo lo son: únicamente lo tienen claro los fundamentalistas de cada terapia. Respecto a la medicación, tampoco se sabe cómo funciona. Lo que se sabe es que su posible utilidad no radica en que corrija condiciones neuroquímicas causantes de trastornos (que no están establecidas) sino, curiosamente, en que el desequilibrio o toxicidad que la propia medicación produce puede ser útil en suprimir o enmascarar síntomas.

Al final, esta lógica de investigación consistente en estudios controlados aleatorizados no es la última palabra, ni el camino futuro de la investigación en psicoterapia. Así, por ejemplo, lejos de aclarar por qué y cómo funcionan las terapias, deja todo en la oscuridad. Por otra parte, se basa en diagnósticos psiquiátricos que, como es conocido y reconocido hasta por la propia psiquiatría, carecen de validez. Por si fuera poco, lejos de ser lo mejor que se puede ofrecer a los pacientes, incurre fácilmente en una protocolización (nomotética) que pierde el carácter ideográfico, centrado en el caso, de la Psicología Clínica (y de la Psiquiatría que se precie). Con todo, los clínicos no tienen por qué ir a ciegas, a salto de mata o, como si dijéramos, por libre, más que por ineptitud, vagancia o extravagancia.

Este enfoque de enfermedad en salud mental, ¿qué implicaciones tiene para la práctica clínica? ¿Y para los pacientes?

El modelo biomédico determina la manera de pensar de las instituciones y de los profesionales, como si los problemas que atienden fueran enfermedades. Así, se forman y formatean psiquiatras y psicólogos especialistas a imagen y semejanza de una especialidad médica, una especie de internistas de la mente, como si los síntomas brotaran de una avería en el cerebro-mente -tal es una confusión al uso-. Si la práctica clínica está formateada al modo biomédico, los pacientes también lo están, con la ventaja de que ya vienen de casa aleccionados por el marketing farmacéutico.

El caso es que los pacientes se merecen algo mejor que un diagnóstico al uso y unas pastillas y barnices psicológicos. Para empezar, el propio rol de paciente puede ser prejuicioso. El llamado “paciente” es, en realidad, un consultante o usuario de unos servicios. Por lo pronto, también, el consultante se merecería una información de opciones. No meramente si quiere “pastillas” o “hablar”. Sino una información “hablando claro”, como dice la psiquiatra Moncrieff, acerca de lo que da de sí la medicación psiquiátrica. Por su parte, el “hablar” según se perciben las terapias psicológicas puede ser el verdadero tratamiento psicológico, sabido que una acepción de “tratamiento” es hablar de un asunto para entender lo que pasa y hacer algo para solucionarlo. Efectivamente, una acepción de “tratamiento” del diccionario de la Real Academia Española es “un modo de trabajar ciertas materias para su transformación”.

Para el caso, las materias (“causa material”) de las que se hacen los problemas psicológicos serían los problemas de la vida (pérdidas, conflictos, decepciones, frustraciones, agobios, crisis…). Tengo para mí que el tratamiento de un tema o problema en una reunión ofrece un modelo para el tratamiento psicológico más adecuado que el tratamiento médico caracterizado por la medicación o la intervención quirúrgica.

El problema de la información, hablando claro, sería para el sistema de salud. Si los pacientes o usuarios eligieran, con la debida información, probablemente elegirían a los clínicos que les escuchan y hablan de los asuntos que les importan. De modo que, quienes lo hicieran así, se cargarían de trabajo sin ganar más, aparte quizá de ojerizas profesionales.

Dentro del modelo biomédico, ¿qué papel juegan las clasificaciones diagnósticas, tales como el DSM y el CIE? ¿Qué método se utiliza para la determinación de los diferentes trastornos mentales?

Juegan el papel de “sistema operativo”, predeterminando lo que saben, piensan y hacen los clínicos y lo que terminan por tener los pacientes, como si fuera lo más natural. La Psicología, empezando por la Asociación Americana de Psicología, recomienda el CIE en vez el DSM, pero, para el caso, en mi opinión, es lo mismo. Ambos se utilizan para las estadísticas de los servicios que prestan y del estado de “salud mental” de la población, como manuales diagnósticos y estadísticos que son (no propiamente fundamentos clínicos o ciencia psicopatológica). Tienen también otro uso obligado, en este caso, por las revistas científicas, que exigen definir a los “participantes” en un estudio o investigación de acuerdo con estos sistemas diagnósticos (típicamente, el DSM). Sin embargo, el propio Instituto Nacional de Salud Mental de EE.UU. (el NIMH, por su siglas en inglés), que define, por así decir, los “planes quinquenales” de investigación en psiquiatría (qué se financia y qué no, etc.), ha declarado para sorpresa de la propia Psiquiatría, pero con coherencia, en vista de lo que hay, que no utilizarán el DSM, por su falta de validez. Personalmente, no sé qué harán ahora las revistas y los investigadores, pues, utilizar el DSM sería como prevaricar, usar un sistema diagnóstico a sabiendas de que no es válido.

Algunas voces críticas dentro del ámbito de la Psiquiatría llevan años alertando sobre la falta de validez y los perjuicios que genera el uso de las etiquetas diagnósticas. De acuerdo con estos profesionales, ¿qué razones argumentan para concluir que su uso es más perjudicial que beneficioso?

De siempre, los sistemas diagnósticos psiquiátricos han recibido críticas, que ya formaban parte de su seguir adelante, como si dijeran “ladran, luego cabalgamos”. Pero ahora, lo perros ladradores, son mordedores, porque ya no son psiquiatras “hippies”, anti-psiquiatras, psiquiatras anti-sistema, los que alzan la voz, sino psiquiatras del sistema, como el señalado NIMH. Ya no se trata de francotiradores anti-sistema, sino de una crisis interna del propio sistema, que pone en entredicho el sentido común y el mundo dado por hecho de la Psiquiatría, por así decir, su sistema operativo (como la Psiquiatría fenomenológica supone que ocurre en la esquizofrenia). El DSM-5 nació clínicamente muerto, porque ya antes de su aparición (en mayo de 2013) estaba repudiado por falta de validez. Los sistemas diagnósticos han mejorado la fiabilidad a costa de la validez. Como se sabe, una medida puede ser muy fiable y, sin embargo, no servir para lo que se supone debiera servir. La evaluación de los lunares de la piel es bien fiable, pero no tiene validez para diagnosticar un melanoma.

Los diagnósticos psiquiátricos carecen de validez en su tres dimensiones: discriminante, predictiva y de constructo. Carecen de validez discriminante o de contenido, ya que no discriminan unos diagnósticos de otros (dando lugar, por ejemplo, a la aberración diagnóstica de la comorbilidad), ni lo que es normal de lo que pudiera ser trastorno (dando lugar a la patologización de los problemas normales de la vida), todo ello debido a que dejan fuera el contenido de lo que realmente le pasa a la gente. Carecen de validez predictiva porque no sirven ni para predecir la evolución del problema, ni la respuesta al tratamiento. Empezando porque la medicación psiquiátrica no tiene ninguna especificidad (los nombres de “antidepresivos”, “antipsicóticos”, “estabilizadores del humor”, son eslóganes comerciales, que no definen para nada especificidades fármaco-clínicas). Las terapias psicológicas tampoco son específicas (así, por ejemplo, la terapia cognitiva de la depresión se aplica a todo, mutatis mutandis). De hecho, existe un interés creciente por las dimensiones transdiagnósticas y por principios terapéuticos más que por técnicas específicas. Finalmente, la validez de constructo o conceptual brilla por su ausencia, porque no se sabe cuáles son los problemas que les ocurren a la gente y que los clínicos debieran entender. Desde luego, con el DSM, no se entienden: los problemas de la gente no son 3 síntomas de 5, y así. Falta una psicopatología (pace Costa y López) de base fenomenológica, interesada en describir la estructura o gestalt de los problemas psicológicos, comprenderlos en la perspectiva de primera-persona y explicarlos en el contexto biográfico y circunstancias de la vida. Nada de eso permiten los sistemas diagnósticos al uso.

Por otro lado, el grueso de los profesionales en salud mental y los pacientes se muestran reacios al abandono de las etiquetas diagnósticas, alegando que les permiten “comprender” y dar significado a la experiencia de sufrimiento que están viviendo. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Las etiquetas diagnósticas son lo que hay: lo que los clínicos saben hacer en salud mental (y algunos, quizás, no más que eso) y lo que los pacientes esperan, según ellos, al estar conformados por el modelo médico, aún antes de ir a consulta, como decía. A unos y otros, por una o por otra función, les sirven. A los clínicos les da estatus y rol a imagen y semejanza de médicos, así como seguridad, pautas de apego y tranquilidad. Por su lado, los pacientes se sienten comprendidos, siquiera fuera porque su problema encaja en un cuadro conocido y el clínico sabrá lo que tiene que hacer. Esto da “moralización”, en el sentido de J. Frank: alivia la preocupación y promueve la esperanza (y de paso conforta a los clínicos), lo que puede ser un factor “curativo”. Sin embargo, los diagnósticos al uso no son lo mejor que se pueda ofrecer, ni inevitables.

Con todo, la cuestión no es clasificar o categorizar, que son formas del entendimiento humano y actividades científicas y técnicas esenciales, sino el fundamento y el uso que tenga la clasificación y categorización: si están fundadas de la mejor manera y tienen un uso razonable y honesto. Cosa que no ocurre con las clasificaciones psiquiátricas de las que hablamos: que ni están fundadas – porque no captan ni describen la realidad por sus “junturas naturales”, como diría Platón, como si un carnicero despiezara las reses a hachazo limpio y simplemente por las protuberancias observadas, a bulto-, ni tampoco se usan razonablemente, porque se utilizan a menudo para comercializar medicamentos y patologizar la vida cotidiana. El hecho de que aparezcan con frecuencia problemas categorizables, como ansiedad y depresión, se debe, en mi opinión, a que son, más que categorías clínicas o “enfermedades”, categorías existenciales, propias de la condición humana de ser-en-el-mundo, con sus incertidumbres, inquietudes, pérdidas, etc.

Frente a este modelo biomédico en salud mental, ¿qué otras alternativas se han propuesto y en qué consisten?

Por supuesto que hay vida más allá del modelo biomédico. El problema no es que no haya alternativas, el problema es, incluso, que hay abundancia de ellas, como suele pasar en Psicología. El problema es que no tienen el poder institucional para hacerse valer, como lo tiene el modelo biomédico: que sin el fundamento científico que se arroga está implantado como si fuera la verdad incuestionable. En Psicología Clínica, existen alternativas a los sistemas diagnósticos psiquiátricos, algunas de las cuales son ellas mismas sistemas diagnósticos psicológicamente fundados y operacionalizados. Así, por ejemplo, existe el sistema diagnóstico psicodinámico operacionalizado, desarrollado en Alemania, que si bien no deja de adherirse al patrón del CIE-10, lo cierto es que está fundado en la experiencia de enfermedad, las relaciones interpersonales, los conflictos y la estructura psíquica del paciente. El cliente como autosanador activo es toda una alternativa de parte de la terapia humanista. El enfoque sistémico es alternativo al enfoque biomédico. El análisis funcional de la conducta es una alternativa de siempre a los sistemas diagnósticos tradicionales. El trastorno de evitación experiencial definido por la terapia de aceptación y compromiso se ofreció en su día como una alternativa transdiagnóstica a las categorías diagnósticas tipo DSM. El enfoque contextual de las terapias de tercera generación ofrece un modelo enteramente alternativo al modelo médico.

Dentro de la propia Psiquiatría existen también alternativas, igualmente dispares. Así encontramos los criterios de dominio de investigación (RDoC, por sus siglas en inglés) promovida por el NIMH (que había declarado que no usarían el DSM), sobre la idea de dimensiones comunes transdiagnósticas y la esperanza de identificar circuitos neuronales defectuosos. Por su parte, la Red Internacional de Psiquiatría Crítica, de origen británico y que propugna la abolición del DSM y el CIE, reivindica la rehabilitación psicosocial como alternativa.

Consiguientemente, alternativas no faltan, incluso abundan. Lo que falta es poder institucional para hacerlas valer. ¿Pero cuáles? Esa es otra. La paradoja es que la pluralidad de alternativas facilita que todo siga igual. Pero sin alternativas, sería peor. ¿Por qué no promover una alternativa única, consensuada?: la comunidad científica no se pondría de acuerdo (lo de “comunidad” es un decir). Cuando se establecen consensos en Psiquiatría están apañados, a menudo, plagados de intereses. Hay que ser optimistas en que es muy difícil que las cosas mejoren.

¿Qué datos empíricos avalan estas posturas?

Permítase un reparo por mi parte a la insistencia por los “datos empíricos”, bajo el supuesto seguramente de que si hay datos, algo ya está justificado, como cuando se contraponen datos o hechos a opiniones o teorías, como si éstas no fueran también hechos y éstos, a su vez, opinables. Los datos empíricos abarrotan el mundo, incluyendo la Psiquiatría y la Psicología. Lo que faltan son conceptos, ideas y teorías para mejor entenderlos. Así, por ejemplo, la Psiquiatría nunca dispuso de tantos datos empíricos como ahora y, sin embargo, o quizá precisamente por ello, está sumida en la mayor crisis de su historia. Hay montones de “hechos” conocidos sobre la esquizofrenia (una revisión encuentra 77), pero al final no se sabe qué es: si es una entidad, varias o ninguna, ni dónde seguir buscando. Entretanto, ahí está la gente con esas alteraciones de la experiencia del mundo y de sí mismos tan extrañas, abrumadoras e incomprendidas.

Las alternativas señaladas disponen de datos empíricos que las sustentan: sean datos ya existentes debidamente interpretados en su línea o sean datos obtenidos en su propia línea de producción. Así, por ejemplo, el sistema RDoC retoma hallazgos básicos de la Psicología Experimental a partir de los cuales ir ampliando dominios y rellenando casillas (genéticas, neuronales, etc.). Por su parte, la Red Internacional de Psiquiatría Crítica se atiene a las prácticas existentes en la rehabilitación social, intervenciones comunitarias, grupos de auto-ayuda, etc. El enfoque humanista emprendió el estudio de las relaciones empíricamente apoyadas, en paralelo y como contrapunto del movimiento de los tratamientos empíricamente apoyados. Las terapias contextuales constituyen un programa de investigación que genera datos experimentales y evidencia clínica en su propia línea, que avalan sus concepciones y procedimientos.

El problema no es falta de datos, sino de ideas y teorías. En Psiquiatría y Psicología las diferencias entre los enfoques no se reparten entre los que carecen de datos empíricos y los que los tienen (todos los tienen en alguna medida). El problema es que no existen acuerdos, ni teorías unificadas, ni se esperan. Al final, prevalece la fuerza institucional sobre la racionalidad más sensata (como para luego diagnosticar a la gente por su “insensatez”, “neurosis” o “esquizofrenia”).

La Asociación Británica de Psicología (BPS) se ha posicionado recientemente contra el uso de las clasificaciones diagnósticas en salud mental, proponiendo la aplicación de “la formulación psicológica” frente a las etiquetas diagnósticas. ¿Podría explicarnos en qué consiste la “formulación psicológica” y poner algún ejemplo?

Una de las maneras de entender la “formulación psicológica” es la “formulación del caso”, de acuerdo con conocimientos establecidos en la Psicología, que incluyen la concepción y explicación del problema, su evaluación y análisis, así como la derivación de un procedimiento de ayuda, de solución o de terapia. Se trata de un enfoque ideográfico, centrado en la persona y sus circunstancias, que no deja, ni puede dejar de implicar la tipificación, clasificación o categorización. Si bien cada caso es único, ninguno es lo nunca visto. El problema no es usar categorías, sino qué categorías usar. Así, las terapias psicológicas tienen sus categorías, conceptos, términos y procedimientos, de acuerdo con los que formulan el caso. Dentro de su variedad (que, para bien y para mal, existe), en general, las terapias psicológicas tratan de entender los problemas de la gente en el contexto biográfico de la persona y sus circunstancias, y la posible ayuda o solución deriva de la co-operación o “alianza de trabajo” entre el consultante y el profesional. La tendencia que tienen los psicólogos a normalizar los problemas y validar lo que hace la gente tiene que ver con la comprensión a la que llegan del caso, como si dijéramos que dada su historia y circunstancias de vida, es normal que a la persona le pase lo que le pasa. A partir de aquí, la cuestión es ver cómo ayudar a salir de la situación.

¿Qué ventajas proporciona la formulación psicológica frente a un diagnóstico psiquiátrico? ¿E inconvenientes?

La formulación psicológica estudia el caso en su particularidad y define objetivos y soluciones de acuerdo con las posibilidades, condiciones y formas de vida de la persona (por ejemplo, acordables en la terapia). El problema se trata de acuerdo con su propia naturaleza biográfica y circunstancias actuales, sin el estigma que suele tener la enfermedad mental. Los “pacientes” se sienten comprendidos y pueden llegar a ser agentes activos en la salida de sus problemas actuales y abordaje de los futuros.

En cuanto a los inconvenientes, veo dos. Uno es que la formulación psicológica puede incurrir todavía en un modelo biomédico subrepticio, cambiando términos neurobiológicos y diagnósticos psiquiátricos por otros de factura y nomenclatura psicológica. Otro inconveniente es que la formulación psicológica se presta a formulaciones “silvestres”, al gusto y aliño del clínico de turno. Sería la diferencia del leguleyo respecto del jurista, del practicón respecto del médico, o del chapuzas respecto del profesional.

A su modo de ver, ¿considera que estamos viviendo un proceso de cambio de paradigma en salud mental? ¿Qué futuro cree que se presenta para la Psicología?

Como he dicho, soy optimista en percibir las dificultades para que las cosas cambien, lo que, si por un lado, te sitúa en la cruda realidad, por otro, puedes percibir sus grietas y resquicios para el cambio, donde hincar palancas. Dentro de su poder institucional, que no científico, el modelo psiquiátrico está en quiebra: sin genes, sin marcadores biológicos, sin diagnósticos válidos, sin medicaciones específicas (cuya utilidad no es sino el posible beneficio de su toxicidad). Por su parte, la Psicología está ofreciendo alternativas. Incluso en la esquizofrenia, que es la piedra de toque y último baluarte de la Psiquiatría Biológica, sin más que el poder institucional de la medicación establecida como ley, la Psicología está ofreciendo alternativas explicativas y asistenciales. Al fin y al cabo, lo que más se sabe en términos etiológicos y patológicos de la esquizofrenia tiene que ver con experiencias traumáticas, pautas de apego desorganizado y procesos de despersonalización. Por otra parte, no deja de ser curioso que el único trastorno con etiología reconocida en el DSM sea el de estrés postraumático.

En relación con alternativas asistenciales, no está de más recordar un recorrido paralelo que data de la década de 1950 de la historia de los antipsicóticos, hoy día en entredicho a pesar de su amplio uso (véanse los libros de Moncrieff) y de la Sociedad Internacional para la Aproximación Psicológica y Social a la Psicosis (ISPS), hoy en alza, como se ve, por ejemplo, por los cursos anuales sobre esquizofrenia (el nº XVIII en 2013) en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, la edición de la revista Psychosis: Psychological, Social and Integrative Approaches y la serie de libros de la colección Psicopatología y Psicoterapia de las Psicosis, dirigida por Jorge Tizón de la Editorial Herder. Una nueva vida para la terapia psicológica de la esquizofrenia puede empezar a abrirse paso. No es para pensar en un futuro pluscuamperfecto, pero sí más perfecto que el pasado imperfecto en el que todavía estamos.

Para finalizar, ¿le gustaría añadir algún otro comentario de interés?

Una de las cosas que hay que hacer para un posible mejor futuro de la psicología es lo que hace Infocop: siempre alerta a las novedades de la psiquiatría (por lo común conmociones y crsis) que conciernen a la psicología y a los avances de la psicología, con las tribulaciones que sean. Es muy de agradecer su información al día, traducida cuando es el caso, comentada y acumulativa, en conexión con informaciones y documentos anteriores sobre el tema. ¡Buen trabajo y buen equipo el de Infocop!

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