La influencia de las experiencias adversas infantiles sobre la conducta antisocial y altruista en la adultez emergente

19 May 2020

Aitana Gomis-Pomares y Lidón Villanueva

Universitat Jaume I, Castellón

Las experiencias adversas infantiles (ACEs) se definen como aquellas situaciones traumáticas en las que se incluye el abuso sexual, físico y emocional, la negligencia o abandono emocional y físico, así como circunstancias familiares adversas (alcoholismo de los padres, enfermedad mental o encarcelamiento de los mismos, etc.), que hayan ocurrido durante la infancia o la adolescencia. Los estudios muestran que la vivencia de experiencias adversas en edades tempranas está vinculada con una amplia gama de resultados negativos en desarrollos posteriores, como por ejemplo la aparición de conductas antisociales. Según la Teoría Cognitiva Integrada del Potencial Antisocial, la exposición a situaciones adversas durante la infancia o la adolescencia puede debilitar el vínculo social que debería establecerse en condiciones normales, facilitando por tanto la aparición de conductas antisociales (Farrington, 2017).

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Por otro lado, aunque mucho menos analizada, parece ser que la tendencia a ayudar a los demás, también conocida como altruismo, es otra de las facultades que se puede ver mermada como consecuencia de vivenciar situaciones adversas. Los escasos estudios en este sentido han puesto de manifiesto las dificultades de empatía en los niños que han sufrido abusos físicos. Ya sea a nivel consciente o inconsciente, ambos tipos de conductas, antisocial y ausencia de empatía, podrían ser estrategias de riesgo o formas de hacer frente al estrés provocado por estas experiencias adversas; estrategias que se pueden mostrar eficaces a corto plazo, pero con el tiempo se convierten en desadaptativas y conducen a efectos mucho más negativos (encarcelamiento, problemas sociales, enfermedades crónicas, etc.).

Por ello, nos planteamos realizar un estudio con el propósito de explorar qué efecto tenía el hecho de sufrir experiencias adversas en la infancia y cuáles de ellas se relacionaban en mayor medida con las conductas antisociales, y con la falta de conductas altruistas.

Para ello, los participantes fueron 490 jóvenes adultos con edades comprendidas entre los 18 y 20 años, periodo evolutivo conocido como adultez emergente. A través de autoinforme, se analizaron las experiencias adversas sufridas desde el nacimiento hasta los 18 años, entre ellas haber sido víctima de abuso físico o sexual, haber sido desatendido por los cuidadores principales o haber vivido en un ambiente de violencia. Asimismo, también a través de autoinforme se evaluó la conducta altruista y la conducta antisocial que los participantes mostraban en el momento actual.

Este estudio forma parte de la investigación internacional SOCIALDEVIANCE1820 (Basto-Pereira, Queiroz-Garcia, Maciel, Leal, & Gouveia-Pereira, 2020), la cual tiene como objetivo explorar los factores relacionados con el ajuste psicosocial y el comportamiento prosocial y antisocial durante la primera etapa de la vida adulta, a través de la vivencia de experiencias adversas en la infancia.

Los resultados obtenidos mediante los modelos de regresión lineal mostraron que el hecho de haber sufrido más experiencias adversas en la infancia, predecía en gran medida la aparición de conductas antisociales durante la adultez temprana. En concreto, de todas las experiencias adversas, fue el abuso físico la principal predictora del comportamiento antisocial. Estos resultados podrían deberse a mecanismos de aprendizaje como el modelado (aprendizaje por observación) y el refuerzo diferencial (refuerzo de conductas específicas y castigo de otras). Los niños que han sido víctimas del abuso físico pueden imitar este comportamiento, en particular si perciben que esa violencia conlleva consigo ciertas recompensas. Por consiguiente, desde el punto de vista del desarrollo, es lógico y coherente pensar que los niños que han experimentado abuso físico siguen adoptando el mismo tipo de estrategias de riesgo con conductas antisociales en la adultez emergente.

Por otro lado, negligencia emocional fue la experiencia adversa que predijo la posterior falta de altruismo en la adultez emergente. Resulta lógico pensar que aquellos niños que nunca han sido “queridos” por parientes significativos, y que nunca se han sentido especiales o importantes dentro de un contexto de protección, tampoco han aprendido la capacidad de amar o preocuparse por los demás. Asimismo, algunos autores también consideran estas experiencias de abandono como una amenaza para el desarrollo general del sentido del “yo” de los niños, ya que no reciben ninguna atención o cuidado, lo que significa que no hay contribuciones valiosas al proceso de autoconstrucción. Por consiguiente, los problemas con el “yo” pueden contribuir a los problemas con otros “yo”. De hecho, se ha demostrado que los niños con negligencia presentan más retraimiento social e interacciones limitadas con sus pares, y más problemas de interiorización que los niños que han sufrido abusos físicos (Hildyard, & Wolfe, 2002).

En definitiva, en el caso de la experiencia de abuso físico, el factor fundamental a largo plazo parece ser la construcción de un esquema mental hostil (“todo vale, es la ley del más fuerte”), que llevaría a la realización de conductas antisociales. Sin embargo, en el caso de experimentar negligencia, el factor central sería la ausencia de un esquema mental que represente las necesidades de los demás (“cada uno debe cuidar de sí mismo”).

Así pues, la aplicación de estrategias de prevención secundaria y terciaria serían cruciales debido a que, durante el periodo de edad de la adultez emergente, todavía es posible prevenir la adopción temprana de conductas antisociales como mecanismos de afrontamiento crónico. Para aquellos que ya utilizan estos mecanismos de inadaptación, ayudar a promover el cambio (desistimiento) podría actuar como una estrategia de prevención terciaria. En ambos casos, la creación de redes y la capacitación especializada de todos los agentes que participan en la identificación de los menores que sufren experiencias adversas (escuelas, servicios de salud pública, el sistema de justicia de menores), sería increíblemente valiosa.

El artículo completo puede encontrarse en la revista Psicothema:

Gomis-Pomares, A., & Villanueva, L. (2020). The effect of adverse childhood experiences on deviant and altruistic behavior during emerging adulthood. Psicothema, 32(1), 33-39.

Referencias:

Basto-Pereira, M., Queiroz-Garcia, I., Maciel, L., Leal, I., & Gouveia-Pereira, M. (2020). An international study of pro/antisocial behavior in young adults. Cross-Cultural Research, 54(1), 92-105. doi: 10.1177/1069397119850741.

Farrington, D. P. (2017). Integrated developmental and life-course theories of offending. London: Routledge.

Hildyard, K. L., & Wolfe, D. A. (2002). Child neglect: Developmental issues and outcomes. Child Abuse & Neglect, 26(6-7), 679-695. doi:10.1016/S0145-2134(02)00341-1.

 

Aitana Gomis-Pomares es estudiante de Doctorado y Becaria FPU por el Ministerio en el área de Psicología Evolutiva en la Universitat Jaume I de Castellón. Con un Postgrado en Psicología Forense y Judicial, su trayectoria investigadora está orientada a la predicción de la reincidencia delictiva y el estudio de la influencia de las experiencias adversas en la infancia.

 

Lidón Villanueva es Profesora Titular en Psicología Evolutiva en la Universitat Jaume I de Castellón y Postgrado en Psicología Forense. Su trayectoria investigadora está vinculada al grupo investigador DEVELOP, del cual es Directora. Desde este grupo ha desarrollado su actividad en torno al ámbito del menor en riesgo, tanto víctima como infractor. Asimismo, colabora con distintas entidades de este campo, como el Juzgado de Menores, Juzgado de Familia y Equipos de Valoración Integral.

 

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