¿ES LA ADOLESCENCIA UNA ETAPA CONFLICTIVA PARA LOS PROPIOS ADOLESCENTES?: TRISTEZA, INADAPTACIÓN Y GÉNERO

27 Jun 2007

Miguel Ángel Siverio Eusebio y Mª Dolores García Hernández

Universidad de La Laguna

 

Aunque es cierto que la adolescencia no tiene por qué ser necesariamente una etapa problemática, diversos estudios señalan que las exigencias propias de este periodo pueden repercutir en la autoestima y autoconfianza, en mayor ansiedad, en conductas delictivas, aumento de los sentimientos negativos e, incluso, puede derivar en depresión. Sin embargo, la mayoría de estos datos se han obtenido con adolescentes conflictivos y son escasos los que se ocupan de los adolescentes normalizados.

Así mismo, se podría pensar que algunas descripciones en relación con el comportamiento adolescente pueden estar mediatizadas por las percepciones y juicios que los adultos tienen de la adolescencia. En este sentido, en nuestro estudio nos interesaba conocer qué piensan los propios adolescentes acerca de su adaptación. Concretamente nos preguntamos si los adolescentes escolarizados reconocen sentirse más inadaptados y tristes que los niños y los adultos.

Los resultados de nuestro estudio muestran con claridad que los adolescentes manifiestan sentir la tristeza con mayor intensidad, confirmándose que es una etapa en la que se produce una reactivación de la vida afectiva, quizá debido al romanticismo propio de este periodo o quizá a las rupturas que debe afrontar el adolescente en busca de su identidad y autonomía. Se observa que los adolescentes perciben eventos aversivos y sentimientos negativos en mayor medida que los niños, por lo que se puede decir que la adolescencia supone, en gran medida, la pérdida de la ingenuidad infantil.

También, los adolescentes manifiestan sentirse más inadaptados que los niños y los adultos, percibiendo esta etapa como un periodo crítico en su desarrollo. Concretamente, se caracterizan por mostrar una autoestima negativa, autodesprecio y autocastigo («soy un desastre», «me tengo rabia a mí mismo»), al mismo tiempo que la idea de la muerte está presente en el pensamiento. Además, se caracterizan por mostrar insatisfacción con la realidad académica y social, lo que viene a redundar en la idea de la adolescencia como una etapa en la que se produce un cierto choque con las normas y lo establecido por el sistema.

Hay que destacar que las mayores diferencias con respecto a la inadaptación se observan en los adolescentes con respecto a los niños, luego se van suavizando a medida que se avanza en la etapa y se integra en la madurez. Manifiestan sentirse más inseguros y con más miedos que los niños, más aprensivos, con más somatizaciones, preocupados por la enfermedad y, lógicamente, por los cambios corporales que de forma tan convulsa están produciéndose.

 

Los adolescentes se muestran también más desconfiados con la sociedad, apareciendo un sentimiento de hostilidad hacia los otros o sintiéndose víctimas de la hostilidad de estos. Socialmente se muestran más introvertidos y con tendencia a aislarse, buscando en cierta medida una sociabilidad más restringida, pero más intensa que en la infancia. Este incremento de la desconfianza social en la adolescencia puede interpretarse como el precio de la madurez, de la integración en el mundo adulto, en el que debe afrontar su reciente autonomía sin el refugio y protección que le suponía en la infancia la vida familiar (Shulman y Ben-Artzi, 2003).

Ahora bien, los adolescentes ganan con respecto a los niños en control social; se perciben con mayor ajuste y menor agresividad, manifiestan tener menos discusiones, enfrentamientos verbales y peleas que los niños. Es decir, aunque recelosos, se sienten más competentes para relacionarse con los otros.

Por su lado, auque es cierto que los adolescentes se muestran con mayor inadaptación que los adultos, se reducen las numerosas diferencias que se dan cuando se les compara con los niños. Se podría decir que la adolescencia supone una oportunidad para construir experiencias que le ayuden a integrarse suavemente en la madurez y donde se van desarrollando estrategias para construir su bienestar socio-emocional (Carlson et al, 2004).

Ahora bien, estos resultados se encuentran mediatizados por el género, en el sentido que las chicas adolescentes manifiestan sentirse más tristes que los chicos. Creemos que estas diferencias son debidas en gran medida a las actitudes educadoras, y a los estereotipos mantenidos tanto desde la familia como desde la escuela. Dichos estereotipos, por una parte, alientan las manifestaciones de tristeza en las niñas y corrigen sus manifestaciones de ira; y por la otra, no prestan atención a las manifestaciones de tristeza de los niños y permiten la expresión de la ira (Fivush, 1991).

Por otra parte, estos estereotipos de género son interiorizados por los adolescentes, en el sentido que los chicos que manifiestan ira o comportamientos conflictivos son más aceptados por sus iguales, mientras que las chicas que se atreven a mostrar un comportamiento similar son rechazadas y asociadas a la marginalidad o a la ansiedad (Hay, 2000). Quizá por ello, los adolescentes varones no tienen reparos en autoevaluarse como más inadaptados socialmente, sobre todo más indisciplinados y agresivos, sin sentirse por ello insatisfechos con ellos mismos. Por la misma razón, las chicas se autoperciben más inadaptadas personalmente, sobre todo más insatisfechas consigo mismas y con mayores sentimientos de pena, angustia, vergüenza, autocompasión y desdicha.

 

Así mismo, las chicas se muestran con mayor deseabilidad social, mostrando una conducta más complaciente con las demandas de otras personas y con una dependencia social en la construcción de su autoestima. Estos resultados nos avisan de la necesidad de introducir programas y acciones educativas que tengan en cuenta las diferencias de género, puesto que los chicos parecen que necesitan aprender a identificar y manifestar la tristeza, así como competencias relacionadas con el autocontrol; mientras que las chicas parece que deben aprender a ser más asertivas y a fortalecer su autoestima.

En definitiva, la adolescencia requiere de una educación socioafectiva que implique a la familia y a la escuela, que proporcione conocimientos y habilidades sociopersonales que ayuden a que la adolescencia sea una etapa de bienestar y una oportunidad para el desarrollo sociopersonal.

Referencias

El artículo original en el que se basa este trabajo puede encontrarse en la Revista Anales de Psicología: Siverio, M.A y García, M.D. (2007). Autopercepción de adaptación y tristeza en la adolescencia: la influencia del género. Anales de Psicología, vol. 23(1), pp. 41-48

Sobre el autor y autora:

Miguel Ángel Siverio Eusebio es Profesor Asociado de Psicología Educativa en la Universidad de La Laguna y profesor orientador de Enseñanza Secundaria. Su línea de investigación se centra en la repercusión de las emociones en la educación no universitaria, sobre todo la tristeza. Ha publicado diversos trabajos relacionados con el tema.

Mª Dolores García Hernández es Profesora Titular de Psicología Educativa en la Universidad de La Laguna. Tanto su docencia como su investigación se han centrado en el análisis de los valores, en su construcción y educación, así como en la promoción y desarrollo de la educación socioafectiva, cristalizando en proyectos y publicaciones como La construcción de valores en la familia y la escuela (2003), La construcción de valores en la familia (1998), Programa Instruccional para la Educación y Liberación Emocional: Programa PIELE (2004), Proyectos de vida, valores y adaptación (2000), Educación socioafectiva y en valores de menores en situación de riesgo (2003), Educación Emocional y en valores en contextos educativos y de riesgo (2003), y La educación socioafectiva en una educación en la diversidad (2000), entre otros.

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