¿PREPARADOS/AS PARA EDUCAR?

12 Jun 2006

Elisa Cobos Ortega

Al hablar de sexualidad, no podemos olvidar que ésta se encuentra inmersa en nuestra cultura. Cada sociedad vive la sexualidad de una manera determinada y, en nuestro caso, no podemos obviar que vivimos en una cultura de género, donde hombres y mujeres somos educados y educadas en roles diferentes, en función de las tareas que la sociedad espera que desempeñemos por ser de uno u otro sexo. De igual modo, no podemos ignorar que vivimos en una sociedad patriarcal, es decir, en una sociedad donde se valora lo masculino y se infravalora lo femenino, donde existe una jerarquía en la que el hombre ocupa una posición superior a la mujer.

Como consecuencia de la sociedad y de la cultura en la que vivimos, a la mujer y al hombre se le asignan papeles diferentes en función de su sexo biológico: la sociedad nos educa en estos papeles para que los asumamos, los interioricemos y los reproduzcamos y, de esta manera, respondamos a las expectativas sociales que se esperan de nosotros y nosotras. Esto se refleja claramente en los modelos sexuales diferenciados para hombres y mujeres en los que nos educan.

 

En concreto, a la mujer se la educa en la asexualidad o en una sexualidad masculina, aprendiendo de esta manera que ella no es responsable de su placer, sino que depende del hombre. En este sentido, se le transmite que no tiene una sexualidad propia, viviendo ésta como tabú y conduciéndola a no desarrollar actitudes positivas respecto al sexo; sino todo lo contrario, a vivirlo como una amenaza, evitando por tanto, las situaciones que le producen placer y negándose el permiso para abandonarse, sentir, desear y cultivar su propia sexualidad.

Por otro lado, para el hombre, esta influencia cultural y social supone una condena: se le carga con una gran responsabilidad al ser educado para que se sientan responsable del placer, tanto del propio como del de su compañera, llegando a vivir el encuentro erótico como un examen, como una prueba a superar en la que tiene que demostrar su virilidad, su potencia, su habilidad y sus artes amatorias.

Fruto de la educación en estos modelos sexuales, el concepto de sexualidad que impera en nuestra sociedad es el de una sexualidad masculina, es decir, coitocéntrica, heterosexual y genital; en este modelo somos educados y educadas tanto hombres como mujeres. En nuestra sociedad se acentúa lo masculino, favoreciendo, reforzando y manteniendo un discurso sobre la sexualidad reduccionista y sexista, al dar valor a sólo una parte de nuestro cuerpo -los genitales-, frente a la totalidad de la persona, y más concretamente, positivando, valorando un sexo, el del hombre, sobre el otro, el de la mujer.

Debido a nuestra sociedad y a nuestra cultura, la educación sexual, tal y como la hemos recibido la mayoría de las personas, es inexistente y esto nos lleva a que tengamos interiorizadas unas concepciones erróneas sobre la sexualidad; así como mitos, prejuicios y falsas creencias sobre la misma, que nos impiden mantener unas relaciones sexuales positivas, sanas y placenteras.

Las relaciones sexuales exigen habilidades de comunicación, capacidad para analizar nuestros sentimientos y resolver los conflictos, toma de conciencia de la opresión y del poder existente en nuestras relaciones, para posteriormente poder modificarlas.

Requieren que seamos concientes de lo que nos gusta, de lo que nos atrae, de nuestros deseos, y esto no se nos enseña, ni en nuestras casas ni en los colegios. La sexualidad sigue considerándose un tema tabú, del que sólo se habla llegada la pubertad, si es que se habla, teniéndose que obtener esta información a través de nuestro grupo de iguales o a través de medios como revistas, películas, libros, etc. Estos medios, en muchas ocasiones, nos ofrecen una visión reduccionista de la sexualidad, centrada en la dimensión biológica de la misma y una visión masculina, donde el hombre es el principal protagonista, puesto que él es el responsable del placer, y donde los genitales y el coito son imprescindibles, olvidando que todo nuestro cuerpo es sensible, que sentimos por todos los poros de nuestra piel y que existen otras técnicas diferentes al coito, igual o más placenteras que éste.

Estas ideas siguen estando vigentes en nuestra sociedad y esto se debe a la ausencia de una buena educación afectivo-sexual. Debido a esta carencia, nuestras relaciones sexuales se siguen basando en relaciones de poder desigualitarias y en la discriminación, donde la ausencia de habilidades de comunicación, de resolución de conflictos, de habilidades sociales, de autoestima y de reconocimiento y expresión de nuestros sentimientos y emociones, entre otros factores, hacen que estas interacciones sigan siendo pobres, clásicas y no saludables.

 

Desde mi punto de vista, esta educación afectivo-sexual debería basarse, principalmente, en dos líneas de actuación: proporcionar las habilidades de comunicación y de negociación adecuadas, por una parte y educar en los conceptos de igualdad y de respeto, por la otra. A través de esta educación podríamos conseguir desmontar las estructuras y jerarquías de poder, a partir de las cuales establecemos nuestras relaciones. De esat manera, se podría conseguir un cambio de actitudes y de comportamientos que nos permitan mantener unas relaciones sanas e igualitarias.

Todas estas dificultades que tenemos para poder mantener unas relaciones sexuales sanas y placenteras, reflejan la necesidad de una educación sexual y afectiva, hasta ahora inexistente. Sin ésta, no será posible conseguir que establezcamos relaciones igualitarias ni que adoptemos medidas preventivas en nuestros encuentros eróticos.

La prevención, desde mi punto de vista, se debe enmarcar dentro de la Educación Sexual, pero partiendo de un determinado concepto de salud: la sexualidad está íntimamente relacionada con la salud, entendiendo ésta como el fomento del desarrollo óptimo del bienestar de la persona. En este sentido, se trata de vivir lo mejor posible, y esto conlleva, en la mayoría de los casos, un cambio de actitudes, de hábitos y de estilos de vida.

Sin embargo, para conseguir este cambio de actitud, es imprescindible desmontar el concepto de sexualidad en el que hemos sido educados/as, como ya he mantenido, basado en una sexualidad masculina, genital, heterosexual y coitocéntrica. Como contrapartida, es necesario incorporar una idea de sexualidad saludable, individual, única, que nos permita relacionarnos y conocernos; donde cada persona explora y descubre lo que desea, lo que le gusta y, además, sabe expresarlo. En definitiva, una sexualidad libre y responsable, cuyos pilares sean el respeto y la búsqueda del propio placer y donde cada persona decida cómo quiere vivir su propia sexualidad.

En mi opinión, la educación sexual es fundamental y es el único camino para conseguir estos cambios de actitudes, de ideas y de comportamientos. La ausencia de una adecuada educación sexual, no sólo guarda relación con futuros problemas de salud y de disfunciones sexuales, sino que conlleva la imposibilidad de desmontar esas falsas creencias, mitos y prejuicios que seguimos mantenieno. Por otra parte, impide que se puedan transformar las bases sociales y culturales vigentes en nuestra sociedad, generadoras de la jerarquía y la discriminación entre sexos. Por el contrario, contar con una adecuada educación sexual permitiría mantener relaciones realmente igualitarias, basadas en las ideas de igualdad y de respeto, donde cada persona sea dueña de su propio placer y de su propia sexualidad.

Sobre la autora:

Elisa Cobos Ortega es Licenciada en Psicología por la Universidad de Granada y Educadora Sexual y de Género por el Instituto de Sexología Al-Andalus. Ha ejercido actividades docentes, impartiendo talleres de educación afectivo-sexual. En la actualidad imparte en distintos institutos y esculeas de la provincia de Granada el taller «Mejor sin Violencia», programa del Ayuntamiento de Granada que se centra en la prevención de la violencia escolar.

 

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