La invisibilidad del abuso sexual infantil cometido por mujeres: un problema subestimado
30 Sep 2025

Un reciente estudio aborda la eficacia de las intervenciones psicológicas para mujeres que han cometido abuso sexual infantil. La conclusión principal y más sorprendente de esta investigación es que, a pesar de la creciente atención al tema, no se encontraron estudios que evaluaran la eficacia de las intervenciones psicológicas dirigidas específicamente a mujeres perpetradoras de abuso sexual infantil (ASI).

Según indican los autores, este «vacío» crítico en la literatura subraya una necesidad urgente de investigación y desarrollo de intervenciones en este campo. El estudio, una revisión sistemática ha sido publicado en la revista Trauma, violence and abuse.

Foto: freepik. Diseño: krakenimages.com. Fecha: 10/06/25
El abuso sexual infantil

En la revisión, los autores reconocen el abuso sexual infantil (ASI) como un problema de salud pública significativo a nivel mundial, con consecuencias devastadoras para las víctimas, sus familias y la sociedad. En los datos que recogen de la Organización Mundial de la Salud, se señala que aproximadamente 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 hombres declaran haber sufrido abuso sexual antes de los 17 años.

No obstante, advierten los autores que, a pesar de esta alta prevalencia, existe una disparidad considerable entre los datos autoinformados y las cifras oficiales, siendo estas últimas mucho más bajas. A este respecto, citan una reciente revisión meta-analítica que encontró que solo alrededor del 2% de los casos de ASI son reportados oficialmente. Esta baja tasa de denuncia se debe a factores como el miedo, la vergüenza y la falta de apoyo o comprensión percibida por parte de las víctimas. Además, los profesionales del sistema de salud o justicia a menudo responden de manera inapropiada, basándose en estereotipos, advierten los autores, lo que dificulta que las víctimas denuncien este tipo de abusos.

El abuso sexual infantil cometido por mujeres

Históricamente, la imagen estereotípica de un perpetrador de abuso sexual infantil ha sido la de un hombre contra una niña, señala el artículo de revisión. Sin embargo, la investigación desde la década de 1980 ha establecido que individuos de cualquier género, incluidas las mujeres, pueden cometer ASI. A pesar de estos datos, se ha prestado una atención mínima a las mujeres perpetradoras, en parte debido a roles de género tradicionales que las retratan como cuidadoras, protectoras y no agresivas, lo que se creía que las hacía incapaces de dañar a un niño o niña, apunta el artículo.

Los autores explican que las primeras teorías sobre la ofensa sexual femenina a menudo la contextualizaban dentro de la coerción masculina o problemas graves de salud mental. No obstante, aunque la incidencia de casos perpetrados por mujeres es relativamente menor, las mujeres que cometen ASI son una población forense heterogénea con necesidades de tratamiento distintas, indica el texto. Por tanto, resulta crucial reconocer que aplicar teorías y conocimientos empíricos desarrollados para hombres a las mujeres perpetradoras es inadecuado, puesto que sus perfiles psicológicos y necesidades de intervención difieren. A modo de ejemplo, los autores señalan que las mujeres que cometen ASI suelen victimizar a más adolescentes y son menos propensas a estar intoxicadas durante el crimen que los hombres. También muestran una alta prevalencia de victimización sexual previa y problemas de salud mental (trastornos de personalidad, de uso de sustancias y del estado de ánimo).

 Un vacío crítico: la ausencia de evidencia sobre intervenciones psicológicas

La revisión sistemática de Sousa y colaboradores se propuso dos objetivos principales: el primero, y más ambicioso, era analizar la eficacia de las intervenciones psicológicas para mujeres que cometieron ASI; el segundo objetivo era identificar los modelos y estrategias de intervención utilizados con esta población. Para ello, los investigadores llevaron a cabo una búsqueda exhaustiva en seis bases de datos.

Los resultados del primer objetivo fueron rotundos: todas las publicaciones recuperadas fueron excluidas tras una evaluación a texto completo, puesto que ninguna cumplió el objetivo principal de analizar la eficacia de las intervenciones psicológicas. Los estudios fueron descartados porque trataban a los delincuentes en general sin especificar el tipo de delito, no implicaban intervenciones psicológicas (sino farmacológicas, por ejemplo), o se centraban únicamente en la caracterización de la población.

Tal y como señalan los autores, esta ausencia de estudios que evalúen la eficacia es profundamente preocupante. Sugiere que las intervenciones diseñadas para hombres podrían estar aplicándose erróneamente a mujeres, a pesar de que estos grupos tienen características y necesidades de intervención distintas. Además, la falta de respuestas terapéuticas empíricamente validadas podría dar lugar a tratamientos que, aunque bien intencionados, no logren el efecto deseado y podrían incluso perjudicar a las pacientes. En consecuencia, los profesionales que trabajan con mujeres que han cometido ASI carecen de información suficiente sobre intervenciones eficaces para informar su práctica, advierten los autores.

 Modelos y estrategias que guían futuras intervenciones

Aunque el objetivo principal no pudo cumplirse, ocho publicaciones sí cumplieron el objetivo secundario, aportando información valiosa sobre modelos y estrategias que podrían informar el desarrollo de futuras intervenciones. Estos estudios destacaron algunos programas de intervención existentes y sus objetivos. Entre ellos se mencionan programas aplicados en la Lucy Faithfull Foundation (Reino Unido), el Canadian Sex Offender Therapy Program (Canadá) y el Women Sex Offenders Program (Canadá), entre otros, que operan en diversos entornos como la comunidad, instituciones gubernamentales, prisiones y hospitales.

Los autores de la revisión señalan que los objetivos de intervención más comunes de estos programas incluyen los siguientes componentes: las distorsiones cognitivas y/o esquemas, los problemas interpersonales (como la comunicación, intimidad y sexualidad), el ciclo de la ofensa, la empatía con la víctima, la autorregulación y la prevención de recaídas. Asimismo, señalan que algunos programas también abordan características específicas, como las experiencias previas de victimización.

Los modelos centrados en las fortalezas y sensibles al género

Además, los autores muestran que los estudios enfatizan fuertemente los modelos de tratamiento centrados en las fortalezas y sensibles al género. A este respecto, los autores destacan dos modelos, como el Modelo de las Buenas Vidas (Good Lives Model – GLM) y el Programa Centrado en las Fortalezas de Marshall. El GLM, basado en la premisa de que «los delincuentes quieren vidas mejores, no simplemente la promesa de vidas menos dañinas», se centra en fortalecer las aspiraciones y recursos de los individuos en lugar de centrarse solo en sus déficits. Según explican los autores, este enfoque es considerado una alternativa al modelo de Riesgo-Necesidad-Responsividad (RNR), que a menudo etiqueta a los individuos solo por sus problemas.

Asimismo, los autores subrayan la importancia de adoptar la perspectiva de género en el diseño de este tipo de programas. Adoptar este enfoque implica en el caso de las mujeres perpetradoras de ASI, la necesidad de implementar servicios integrados de salud mental y abuso de sustancias, establecer grupos solo para mujeres, utilizar herramientas de evaluación sensibles al género y realizar una planificación de tratamiento individualizada. Además, se reconoce que las mujeres pueden requerir más conexiones sociales que los hombres, y, en esta línea, las intervenciones basadas en modelos relacionales han demostrado ser eficaces para mejorar el funcionamiento general y la gestión del estrés en estas mujeres.

Otros modelos: teoría centrada en el trauma

Los autores también mencionan la importancia, en menor medida, del modelo RNR y del papel de la alianza terapéutica, que asegura que la persona se sienta escuchada, respetada y apoyada. Alternativamente, la teoría centrada en el trauma es crucial, puesto que ayuda a comprender las dinámicas relacionales y familiares recurrentes, y los enfoques informados por el trauma son altamente beneficiosos para las mujeres que han cometido ASI, dado su historial de victimización y problemas de salud mental, según la revisión realizada por los autores.

Desafíos y recomendaciones para el futuro

En conclusión, la revisión resalta una brecha considerable en el conocimiento sobre la eficacia de las intervenciones psicológicas para mujeres que cometen ASI. A este respecto, los autores enfatizan la necesidad urgente de futuras investigaciones que diseñen programas de intervención basados en la evidencia y que prueben rigurosamente su eficacia y efectividad. Esto incluye la realización de ensayos clínicos, a pesar de los desafíos éticos y prácticos que implican, así como la necesidad de establecer grupos de control que permitan comparar los resultados. Los ensayos híbridos, que evalúan simultáneamente la eficacia de la intervención y los resultados de su implementación, son especialmente relevantes, según indican los autores.

Además, los autores establecen que resulta fundamental desarrollar instrumentos de evaluación psicológica validados empíricamente para esta población, lo que facilitaría la evaluación del cambio a lo largo del tratamiento.

En definitiva, la revisión tiene importantes implicaciones para la práctica, las políticas sanitarias y la investigación. La ausencia de estudios sobre la eficacia de las intervenciones para mujeres que cometen ASI es una llamada de atención para la comunidad científica y los responsables políticos, subrayando la necesidad de tratamientos personalizados que consideren la compleja y a menudo individualizada naturaleza del comportamiento ofensivo femenino.

Fuente:

Sousa, M., Gouveia, C., Freitas, B., Caridade, S., & Cunha, O. (2025). The Effectiveness of Psychological Intervention for Women Who Committed Child Sexual Abuse: An Empty Systematic Review. Trauma, Violence, & Abuse, 26 (1), 156–166. https://doi.org/10.1177/15248380241277274

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