Comprender y prevenir el suicidio: conversación con el R. O’Connor, referente en suicidología
03 Nov 2025

La comprensión de los factores que llevan del pensamiento suicida a la acción resulta crucial para el diseño de intervenciones eficaces y políticas públicas realmente preventivas frente al suicidio. Así lo señala el profesor Rory O’Connor, que se ha consolidado como uno de los principales referentes internacionales en el estudio del comportamiento suicida y la prevención del suicidio. O’Connor dirige el Suicidal Behaviour Research Laboratory en la University of Glasgow (Reino Unido), donde lidera proyectos pioneros sobre los factores psicológicos y sociales que influyen en la aparición y el curso de la conducta suicida, de forma que su trabajo ha contribuido significativamente al desarrollo del Modelo Motivacional-Volitivo, un marco teórico clave para comprender la transición del pensamiento suicida a la acción.

Dada la importancia de sus aportaciones a este campo y coincidiendo con la participación del profesor O’Connor como conferenciante invitado en el 11th International Congress of Clinical and Health Psychology, —que se celebrará en Málaga del 19 al 22 de noviembre de 2025—, Infocop ha solicitado al profesor José Pedro España, director de AITANA investigación, la realización de una entrevista al profesor Rory O’Connor, para profundizar en su trayectoria, su modelo teórico y su visión sobre los avances actuales y futuros en la prevención del suicidio.

ENTREVISTA
José Pedro Espada: Gracias por encontrar un momento para conversar con nosotros. Y enhorabuena por su Premio Aitana de este año. Estamos muy entusiasmados con su próxima visita a Málaga el mes que viene. Empecemos con la primera pregunta. Su modelo motivacional-operacional integrado se ha convertido en un marco teórico clave en la suicidología. ¿Podría explicar cómo nos ayuda a entender por qué algunas personas pasan de tener pensamientos suicidas a intentar suicidarse?

Rory O’connor: Estoy realmente encantado y honrado de recibir el premio, y espero con muchas ganas mi visita a Málaga el próximo mes. Bueno, creo que la mejor manera de responder es hablar del modelo de forma más amplia, y eso responderá a su pregunta.

En esencia, el modelo motivacional-integrado (IMV) se estructura en tres partes. La primera es la fase pre-motivacional, se centra en comprender el contexto de fondo en el que surgen los pensamientos y comportamientos suicidas. Estos factores de fondo pueden incluir factores de vulnerabilidad, acontecimientos vitales negativos y el contexto ambiental más amplio. Supongo que la fase pre-motivacional, esa primera fase de mi modelo, establece el escenario en el que pueden surgir pensamientos suicidas en algunas personas.

El modelo se completa con otras dos partes que abordan de manera directa la transición del pensamiento suicida a la acción. La segunda parte, denominada fase motivacional, se centra en comprender cómo surgen los pensamientos suicidas. En síntesis, esta fase plantea que dichos pensamientos aparecen en individuos que se sienten derrotados y humillados, y de los cuales no perciben una vía de escape. La sensación de estar atrapado por la derrota y la humillación incrementa la probabilidad de que emerjan pensamientos suicidas, los cuales también pueden derivar de experiencias de rechazo, vergüenza o pérdida. Así, la fase motivacional del modelo identifica a la derrota, la humillación y el atrapamiento como los motores fundamentales de los pensamientos suicidas.

Foto: freepik. Diseño: freepik. Fecha: 29/10/25

Para responder a su pregunta sobre la transición del pensamiento suicida a la acción suicida, debemos ir a la tercera parte del modelo: la fase volitiva. Esta fase sostiene que existen ocho factores clave que, cuando están presentes, aumentan la probabilidad de pasar de pensar en el suicidio a intentar suicidarse o, lamentablemente, morir por suicidio.

Así que la cuestión es: ¿cuáles son esos factores? El primero es el acceso a los medios para suicidarse. Si una persona tiene pensamientos suicidas y tiene acceso a los medios para hacerlo, tanto física como psicológicamente, la probabilidad de actuar aumenta.

La exposición al suicidio es otro factor. Es decir, conocer a alguien que ha muerto o ha intentado suicidarse. Si alguien con pensamientos suicidas conoce a alguien que murió por suicidio, su riesgo aumenta. No obstante, la mayoría de las personas expuestas o en duelo por suicidio nunca se suicidarán.

Otros factores incluyen la impulsividad, la capacidad adquirida para el suicidio —un concepto de Thomas Joiner—, que implica dos elementos: la ausencia de miedo a la muerte y la tolerancia al dolor físico. También está la imaginería mental: cuando las personas se visualizan muriendo, esto puede actuar como una forma de “ensayo” o habituación a la idea de morir. Y el último que mencionaré es la conducta pasada: el mejor predictor de una conducta suicida futura es haberla tenido anteriormente. Esa regla general se cumple tanto para el suicidio como para otras conductas relacionadas con la salud: la presencia de comportamientos pasados es el predictor más fuerte de conductas futuras.

JPE: En los últimos años, usted y su equipo han puesto a prueba el modelo IMV en distintas poblaciones y países. ¿Qué han revelado esos estudios sobre las diferencias culturales o contextuales?

ROC: El modelo IMV se ha probado en muchos países. Gran parte de la investigación se ha realizado en entornos de altos ingresos y contextos occidentales, pero también se ha puesto a prueba en Asia —en China, India y otras regiones del mundo—. Lo realmente interesante es que los conceptos clave de derrota, atrapamiento y humillación son constantes e importantes a través de las culturas.

La evidencia disponible hasta la fecha sugiere que el modelo IMV es aplicable de manera intercultural. No obstante, existen algunas diferencias. Por ejemplo, en algunos países asiáticos se ha visto que la vergüenza, como motor de la derrota y la humillación, desempeña un papel especialmente importante. Pero, en general, los constructos clave —derrota, humillación y atrapamiento— son consistentes en todas las culturas.

La cuestión es: si los constructos básicos del modelo son universales, ¿los factores que conducen a la derrota, la humillación y el atrapamiento son diferentes en distintas partes del mundo? La evidencia sugiere que sí. Algunos de los factores que hacen que las personas se sientan derrotadas, humilladas o atrapadas varían entre regiones.

A menudo, la vergüenza vuelve a aparecer como un factor importante, especialmente en mujeres, y en contextos de ingresos bajos y medios puede ser un motor aún más fuerte que en otros lugares. Para mí, la cuestión clave al avanzar con el modelo IMV es explorar mejor cuáles son los factores específicos que llevan a la derrota, la humillación y el atrapamiento en diferentes culturas y regiones del mundo. Y lo digo porque, aunque la derrota y el atrapamiento son universales en el proceso suicida —sin importar en qué país o contexto vivamos—, los caminos que nos llevan a esos estados, los factores que impulsan la suicidabilidad, son únicos para cada entorno.

JPE: Uno de sus estudios analiza los sentimientos de derrota y atrapamiento como precursores de los pensamientos suicidas. ¿Podría contarnos más sobre esos hallazgos y sus implicaciones para la prevención?

ROC: Bueno, para mí, hemos estado investigando cómo podemos aplicar el modelo IMV no solo en la práctica clínica, sino también en contextos de salud pública. Si empezamos por el contexto clínico, la pregunta que me parece fundamental es: cuando alguien se presenta con pensamientos suicidas, el profesional debe intentar, junto con la persona en crisis, entender cuáles son los factores que impulsan sus sentimientos de derrota y atrapamiento.

A partir de ahí, la cuestión es: ¿qué podemos hacer para que esa persona se sienta menos derrotada y menos atrapada? Por supuesto, puede haber problemas muy difíciles o ineludibles que esa persona esté enfrentando, de los cuales no sea posible escapar. En esos casos, tal vez el objetivo sea trabajar con la persona para aplicar enfoques terapéuticos como la terapia de aceptación y compromiso o las terapias basadas en la atención plena (mindfulness), que pueden ayudar en contextos donde los factores que provocan la derrota y el atrapamiento son inmodificables o difíciles de resolver.

Ahora bien, si ampliamos la mirada, hemos intentado aplicar el modelo también en el ámbito de la salud pública. En Escocia, donde trabajo, nuestra actual estrategia y plan de acción de prevención del suicidio —de diez años de duración— se basan en el modelo IMV.

Así, cuando pensamos en políticas y acciones públicas, y en qué cosas deberíamos hacer, no solo a nivel de intervención en crisis, sino también desde una perspectiva preventiva y de salud pública, nos preguntamos: ¿las intervenciones o políticas que proponemos como gobierno contribuyen a que las personas se sientan más resilientes, más humanas, más conectadas? ¿O, por el contrario, aumentan la posibilidad de que alguien se sienta derrotado, avergonzado o atrapado?

Se trata de un enfoque completamente diferente para pensar en la prevención del suicidio. Por supuesto, seguimos diseñando servicios de intervención en crisis más conectados y compasivos, pero, además, a nivel de salud pública, buscamos desarrollar políticas económicas y sociales que ayuden a las personas más vulnerables.

JPE: ¿Cómo pueden las escuelas, universidades y entornos laborales contribuir de manera efectiva a la prevención del suicidio?

ROC: Cuando pensamos en la prevención del suicidio, las escuelas y los entornos educativos en general —como colegios y universidades— tienen un papel clave.

En primer lugar, en las escuelas existe evidencia de intervenciones eficaces que han demostrado reducir los pensamientos y comportamientos suicidas. Por ejemplo, el trabajo dirigido por Jennifer Wasserman y sus colegas en Suecia, dentro del proyecto SEYLE, desarrolló una intervención de apoyo entre pares y de concienciación sobre salud mental que demostró ser efectiva para disminuir los pensamientos y conductas suicidas.

Por eso, creo que debemos alentar a las escuelas a implementar estas intervenciones basadas en la evidencia. De manera más amplia, también debemos asegurarnos de que, dentro de los programas escolares y los servicios de orientación, la salud mental ocupe un lugar central. No necesariamente hablando directamente del suicidio o su prevención, sino promoviendo la salud mental, enviando mensajes clave como que pedir ayuda está bien y que hacerlo puede salvar vidas. De hecho, buscar ayuda es un signo de fortaleza, no de debilidad.

En el caso de las universidades y los centros de educación superior, necesitamos brindar mucho más apoyo a los estudiantes que atraviesan momentos de estrés, especialmente a aquellos que son más vulnerables. Las universidades, escuelas y colegios deberían contar con una estrategia de prevención del suicidio establecida. Idealmente, esa estrategia debe estar en marcha antes de que ocurra un acto suicida, ya que con frecuencia las instituciones educativas reaccionan solo después de una tragedia. Lo que necesitamos es un enfoque proactivo: que existan sistemas que protejan a las personas más vulnerables desde el principio.

Además, en el desafortunado caso de que ocurra un suicidio, deben existir protocolos claros para garantizar una comunicación adecuada y una estrategia de apoyo dirigida a todas las personas afectadas: estudiantes, familiares y personal docente. En resumen, necesitamos un enfoque integral —de toda la escuela, de toda la universidad, de todo el centro educativo— para abordar la prevención del suicidio de manera efectiva.

JPE: ¿Cuáles son las áreas emergentes en suicidología que considera más prometedoras?

ROC: Cuando pienso en las nuevas tecnologías o en las líneas de investigación emergentes, hay muchas cosas que me entusiasman. Una que vale la pena destacar proviene de Brasil: investigaciones que adoptan un enfoque de salud pública y han demostrado que proporcionar transferencias monetarias condicionadas a niños y familias puede salvar vidas.

Lo importante de este hallazgo es que muestra que las intervenciones económicas también pueden ser vitales. Cuando las personas sienten que su vida tiene valor, eso puede literalmente salvarlas.
Así que vemos desarrollos muy prometedores a nivel de salud pública.

Pero también hay avances apasionantes en enfoques más detallados y personalizados. Por ejemplo, investigaciones que buscan comprender el riesgo de suicidio en tiempo real. Nuestra capacidad actual para predecir el suicidio sigue siendo poco mejor que el azar, pero ahora intentamos complementar las evaluaciones de riesgo tradicionales —que son estáticas— con herramientas que permitan captar las fluctuaciones del riesgo día a día, hora a hora, momento a momento.

Esto parte del reconocimiento de que factores como el atrapamiento o los pensamientos suicidas no son estables, sino que cambian constantemente. Por ello, estamos tratando de identificar no solo quiénes son las personas más vulnerables, sino cuándo lo son. Comprender esas fluctuaciones momentáneas es esencial.

Tengo la esperanza de que, gracias a estas nuevas metodologías —como la evaluación ecológica momentánea o la evaluación ambulatoria—, podamos desarrollar intervenciones “justo a tiempo”, adaptativas, que ofrezcan ayuda inmediata en los momentos de mayor crisis. Eso es realmente emocionante.

También me entusiasma que cada vez más estamos incorporando la experiencia vivida y viva de las personas en todos los procesos de investigación y prevención. Aún no lo hacemos en todos los casos, pero avanzamos en esa dirección: cada vez más trabajos no solo se informan, sino que son liderados por personas con experiencia propia en suicidio. Esa perspectiva debe estar en el corazón de toda innovación, y estamos empezando a lograrlo, lo cual es fantástico.

Por último, hay dos áreas adicionales que me parecen cruciales. Primero, el creciente interés por los factores de protección. Durante demasiado tiempo nos hemos enfocado casi exclusivamente en los factores de riesgo, y todavía sabemos muy poco sobre qué protege realmente a las personas.
Y segundo, la ciencia de la implementación. Ya hemos desarrollado intervenciones psicológicas basadas en evidencia que sabemos que funcionan, pero a menudo existe una gran brecha entre los ensayos clínicos y la aplicación práctica.

La ciencia de la implementación busca precisamente cerrar esa brecha: entender qué necesitamos hacer para ampliar esas intervenciones, asegurarnos de que lleguen a quienes las necesitan, en el momento en que las necesitan, y que se apliquen de la manera correcta para que sean verdaderamente efectivas.

JPE: ¿Cómo imagina el futuro de la prevención del suicidio, tanto desde la perspectiva científica como social?

ROC: Creo que el futuro de la prevención del suicidio debe ser, necesariamente, colaborativo y multidimensional. No es tarea exclusiva de psiquiatras, psicólogos o trabajadores sociales; es una responsabilidad compartida por toda la sociedad. Desde una perspectiva científica, espero que avancemos hacia modelos más integradores y dinámicos que nos permitan comprender cómo se desarrolla el riesgo a lo largo del tiempo. Debemos dejar atrás las concepciones estáticas y reconocer que el riesgo no es fijo, sino que fluctúa según las circunstancias de la vida cotidiana.

En la práctica, necesitamos intervenciones personalizadas y oportunas, apoyadas por la tecnología, pero también profundamente humanas. Esto implica combinar datos e innovación con empatía, conexión y un verdadero sentido de comunidad.

Uno de los grandes desafíos del futuro será reducir el estigma. El suicidio y la salud mental continúan siendo temas rodeados de tabú y vergüenza. Mientras las personas se sientan temerosas de expresar lo que sienten, no podremos avanzar plenamente. Por eso, es esencial fomentar una cultura del cuidado, donde hablar del sufrimiento sea algo natural, seguro y respetuoso.

También espero que veamos un cambio hacia un enfoque más preventivo que reactivo. Durante demasiado tiempo, las políticas se han centrado en intervenir solo cuando alguien ya está en crisis. Tenemos que actuar mucho antes: en las escuelas, en los lugares de trabajo, en las comunidades.

Finalmente, quiero subrayar algo: aunque el suicidio es una de las tragedias humanas más complejas, también es profundamente prevenible. Sabemos qué factores aumentan el riesgo, y cada vez comprendemos mejor qué estrategias pueden marcar la diferencia. Si combinamos la ciencia, la compasión y la acción colectiva, podemos salvar vidas.

JPE: Profesor O’Connor, ha sido un placer escucharle. Muchas gracias por su tiempo y por compartir su conocimiento con nosotros.

ROC: Gracias a vosotros. Ha sido un honor participar y poder hablar de este tema tan importante.

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