La soledad no deseada se ha convertido en un problema social y de salud pública de primer orden que impacta con especial intensidad en las personas con discapacidad. Este colectivo presenta una prevalencia de soledad no deseada notablemente superior a la de la población general, lo que tiene repercusiones directas sobre su salud mental, bienestar psicológico y calidad de vida. La soledad no deseada se asocia estrechamente con mayores niveles de ansiedad, depresión y estrés, siendo las mujeres con discapacidad, las personas mayores y quienes viven solas, los grupos más vulnerables. Asimismo, se constata que la falta de apoyo psicológico y social adecuado intensifica el aislamiento y la percepción de desconexión con el entorno, generando consecuencias emocionales y conductuales de gran calado.
Estas son algunas de las principales conclusiones recogidas por la Fundación ONCE en su «Estudio sobre discapacidad y soledad no deseada en España«, elaborado el marco del Observatorio Estatal contra la Soledad No Deseada (SoledadES), con el propósito de identificar la prevalencia de la soledad no deseada en las personas con discapacidad en España, analizar sus causas y correlaciones y comprender la percepción social del fenómeno.

Una realidad invisible: la soledad como forma de exclusión
El estudio muestra que la soledad no deseada entre las personas con discapacidad no responde solo a la falta de compañía física, sino a una exclusión social estructural. La dificultad para mantener relaciones personales, la pérdida de redes de apoyo y las barreras de accesibilidad —tanto físicas como actitudinales—, configuran un escenario de aislamiento que se cronifica en el tiempo.
Los autores advierten que esta forma de soledad va más allá de un sentimiento subjetivo, ya que actúa como un factor de riesgo para la salud psicológica y se vincula con un aumento de los trastornos emocionales, el deterioro cognitivo, la ideación suicida y el empeoramiento del bienestar mental. En este sentido, el informe subraya que el impacto de la soledad en las personas con discapacidad debe abordarse desde una perspectiva sanitaria integral, en la que la atención psicológica y social tengan un papel central.
Impacto en la salud mental y bienestar psicológico
El análisis destaca que la soledad no deseada repercute de manera directa en la salud mental, afectando a la autoestima, al estado de ánimo y al equilibrio emocional. Los sentimientos de aislamiento persistente generan mayores tasas de depresión, ansiedad y estrés crónico, especialmente, entre quienes carecen de redes de apoyo o de oportunidades de participación social.
La investigación señala que las personas con discapacidad intelectual, auditiva o con trastornos mentales presentan niveles de soledad significativamente más altos, y que la experiencia subjetiva de sentirse “no comprendido” o “no escuchado” agrava los síntomas de malestar psicológico. En consecuencia, el informe pone de relieve la necesidad de reforzar los recursos de atención psicológica, así como de promover intervenciones terapéuticas personalizadas que incluyan acompañamiento emocional, orientación psicológica y social y apoyo comunitario.
El documento advierte además de que la soledad prolongada puede derivar en un deterioro grave del bienestar psicológico y, en algunos casos, incluso en ideación o conducta suicida, por lo que urge implementar estrategias preventivas con perspectiva psicológica y social.
Diferencias por edad, sexo y tipo de discapacidad
El estudio desglosa la prevalencia de soledad no deseada según variables sociodemográficas. La soledad en las personas con discapacidad no solo es más frecuente, sino también más persistente. El 79,9% que la sufren llevan más de dos años en esta situación, y un 73,6% más de tres. El informe alerta de que la soledad de larga duración afecta al 40,4% de la población con discapacidad, frente al 10,8% de la población sin discapacidad. Esta duración se asocia con peores estados de salud, con dificultades de empleo, discriminación y barreras para la participación social.
Mujeres, jóvenes y mayores son los grupos más afectados dentro del colectivo de la discapacidad. El estudio destaca que la soledad no deseada es más frecuente entre las mujeres con discapacidad (54,3%) y entre las personas jóvenes (18–29 años, 65,7%) y mayores de 65 años (64,1%). Asimismo, las personas con discapacidades que afectan a la comunicación o las relaciones personales son las que presentan una prevalencia más alta, con valores que superan el 75%.
Las mujeres con discapacidad son las que reportan mayores niveles de soledad y malestar psicológico, debido a una doble vulnerabilidad derivada de la desigualdad de género y la discapacidad. En cuanto a la edad, la soledad se incrementa significativamente a partir de los 45 años, alcanzando su punto máximo entre las personas mayores con discapacidad, muchas de las cuales viven solas o en residencias. Por grupos de discapacidad, el impacto es especialmente elevado en las personas con discapacidad intelectual, con trastorno mental o con discapacidad sensorial, donde los sentimientos de incomprensión y aislamiento son más acusados.
El estudio muestra también que las personas con discapacidad física o sensorial que participan en actividades comunitarias o de voluntariado presentan niveles más bajos de soledad y mejor bienestar psicológico, lo que evidencia la importancia del apoyo social y de las redes de acompañamiento.
Factores asociados: salud, relaciones y entorno
El informe subraya que la discapacidad es una realidad individual y también un hecho social, condicionado por factores estructurales y contextuales. Variables como la calidad de las relaciones familiares, la brecha digital, la desigualdad socioeconómica o la estigmatización influyen directamente en la cronificación de la soledad no deseada entre las personas con discapacidad.
La satisfacción con la cantidad y calidad de los vínculos personales se revela determinante: el 56,3% de las personas con discapacidad que se sienten solas tienen menos relaciones familiares de las que desean, y un 72,6% declara contar con menos amistades de las deseadas. Entre quienes sufren soledad, la mitad (53,5%) considera que la calidad de sus relaciones familiares es mala o regular, frente al 21,2% de quienes no la padecen. Además, el porcentaje de personas que no disponen de apoyo en caso de necesidad se duplica entre quienes experimentan soledad no deseada (12,9%) frente a quienes no la sufren (7,3%).
A esta vulnerabilidad relacional se suman factores de tipo socioeconómico. El desempleo constituye un elemento de riesgo clave: las personas con discapacidad desempleadas presentan una prevalencia de soledad del 64,9%, frente al 46,6% de las que están ocupadas. Asimismo, la pobreza agrava la soledad: un 61,1% de las mujeres con discapacidad con dificultades económicas se sienten solas, frente al 53,2% de los hombres en la misma situación.
El estudio confirma, además, que la salud mental desempeña un papel decisivo. Las personas con discapacidad que manifiestan problemas de salud mental —diagnosticados o no— presentan una prevalencia de soledad casi 30 puntos superior a quienes no los tienen (65,7% frente a 36,8%). Más de la mitad de quienes se sienten solas (50,9%) ha tenido pensamientos suicidas o autolesivos, y un 58,9% ha sufrido acoso escolar, laboral o de pareja. La prevalencia de soledad es mayor entre quienes perciben su salud como muy mala (77,2%) que entre quienes la consideran muy buena (26,4%).
El estudio apunta que la intervención psicológica y social temprana es esencial para evitar que la soledad derive en problemas graves de salud mental o en un proceso de marginación psicológica y emocional.
Percepción social y barreras actitudinales
Con respecto a cómo percibe la sociedad española la soledad de las personas con discapacidad, los resultados reflejan que existe una falta de conciencia general sobre la magnitud del problema, así como una tendencia a infravalorar sus efectos psicológicos.
La población con discapacidad reconoce mayoritariamente que la soledad no deseada constituye un problema social invisible. Aproximadamente siete de cada diez personas con discapacidad conocen a alguien que puede sentirse solo, y un 91,8% considera que la soledad es un fenómeno social que pasa desapercibido. La práctica unanimidad (96,8%) cree que cualquier persona puede sufrir soledad en algún momento, y el 93,4% coincide en que se trata de un problema social cada vez más importante.
En cuanto a la responsabilidad institucional, cerca de ocho de cada diez personas con discapacidad opinan que las Administraciones Públicas deben dar prioridad a la lucha contra la soledad, aunque la mayoría considera que las ONG son, en la práctica, quienes más contribuyen a combatirla (62%). Asimismo, un 78% de las personas encuestadas expresa su deseo de implicarse más activamente en la búsqueda de soluciones, reconociéndose como agentes de cambio dentro de sus comunidades.
Según la muestra poblacional general, más del 60% considera que las personas con discapacidad experimentan más soledad que el resto de la población, pero solo un 25% cree que reciben el apoyo psicológico o social necesario. Esta brecha entre la percepción y la acción pone de relieve la necesidad de políticas públicas centradas en la salud mental y el bienestar psicológico de este grupo.
Propuestas y líneas de intervención
El documento formula una serie de recomendaciones destinadas a reducir la soledad no deseada y sus consecuencias sobre la salud mental de las personas con discapacidad. Entre ellas destacan:
- Desarrollar programas de intervención psicológica y emocional que fortalezcan la resiliencia, las habilidades sociales y la gestión del aislamiento.
- Formar a profesionales de la psicología, trabajo social y salud comunitaria en detección temprana de la soledad y acompañamiento terapéutico.
- Impulsar servicios de apoyo psicológico accesibles y adaptados a cada tipo de discapacidad.
- Promover campañas de sensibilización social para combatir el estigma y favorecer la inclusión relacional y emocional.
- Fomentar redes comunitarias y espacios de encuentro que reduzcan la desconexión social y mejoren el bienestar mental.
El informe insiste en que la soledad no deseada debe abordarse como un problema psicológico y social que exige intervenciones multidisciplinares sostenidas y coordinadas entre administraciones, profesionales y entidades del tercer sector.
Tal y como señalan sus autores, este fenómeno va mucho más allá de la simple ausencia de compañía: constituye un problema complejo y multidimensional que exige respuestas integrales. Entre los retos que se plantean para las políticas futuras destacan seis líneas prioritarias:
- 1. Diseñar programas que aborden los factores estructurales e individuales de la soledad, y no solo sus síntomas, atacando causas como la discriminación, la segregación y los problemas de salud mental.
- 2. Involucrar a las personas con discapacidad en el diseño y la puesta en marcha de las políticas y programas, reconociendo su experiencia como fuente de conocimiento y empoderamiento.
- 3. Romper el estigma asociado a la soledad, promoviendo un cambio cultural que fomente la empatía y la visibilidad de quienes la padecen.
- 4. Mantener una producción sistemática de conocimiento sobre la evolución del fenómeno, mediante indicadores comparables y actualizados.
- 5. Visibilizar las realidades y eliminar las barreras físicas, sociales y actitudinales que perpetúan el aislamiento.
- 6. Aprovechar las tecnologías como herramienta para mejorar la inclusión social y laboral de las personas con discapacidad
Conclusión
La investigación ofrece una imagen clara: la soledad no deseada entre las personas con discapacidad es un fenómeno estructural, con graves consecuencias sobre la salud mental, emocional y social. Los datos demuestran que no se trata de un sentimiento aislado, sino de un problema colectivo que requiere una respuesta integral desde la psicología, la salud pública y las políticas sociales.
El estudio concluye manifestando que incrementar el acceso a la atención psicológica, el acompañamiento emocional y las redes de apoyo no solo mejora el bienestar subjetivo, sino que reduce el riesgo de depresión, ansiedad, deterioro cognitivo y suicidio en este grupo poblacional.
De este modo, la promoción de la salud mental y el fortalecimiento de los vínculos sociales se presentan como elementos esenciales para garantizar la plena inclusión y la calidad de vida de las personas con discapacidad en España.
Se puede acceder al informe completo a través del siguiente enlace: