Las primeras semanas del curso escolar son, en muchos casos, el momento en que el profesorado comienza a descubrir que algunos niños y niñas no avanzan al mismo ritmo que sus compañeros/as. Tras los primeros días de adaptación, cuando la clase se asienta y se establecen las rutinas, emergen señales que pueden revelar dificultades de aprendizaje, en la comprensión de las consignas, en la lectura o en el manejo de las matemáticas. Algunos estudiantes se frustran, otros se esconden en el silencio o se refugian en conductas que desvían la atención. No se trata de falta de esfuerzo ni de desinterés, sino de diferencias en la forma en que cada niño/a procesa la información.
Así lo señala el Instituto de la Mente Infantil (Child Mind Institute) -organización dedicada a promover la salud mental y el bienestar psicológico de la infancia y la adolescencia-, que ha publicado recientemente una serie de artículos y materiales con un objetivo claro: ayudar a padres, madres y profesionales de la educación a reconocer, comprender y acompañar las dificultades de aprendizaje desde una perspectiva integral.
El conjunto de recursos elaborados por el Instituto busca favorecer la detección temprana, ofrecer orientaciones prácticas para el aula y el hogar, y contribuir a que niños, niñas y adolescentes fortalezcan su confianza y desarrollen estrategias para aprender según sus propias capacidades.

Reconocer las señales tempranas.
Según el Instituto, muchas veces las dificultades de aprendizaje se manifiestan de forma silenciosa y progresiva. No siempre son evidentes en los primeros meses de clase, pero las conductas de evitación, la frustración recurrente o la pérdida de interés por el aprendizaje pueden ser los primeros indicadores.
El profesorado, al observar el día a día del aula, desempeña un papel esencial en la identificación de estas señales.
Entre los signos tempranos que pueden alertar sobre una posible dificultad, el Instituto destaca:
- Dificultad para seguir instrucciones o para recordar consignas secuenciales («primero haz esto, luego aquello»).
- Problemas de comprensión lectora o lentitud en la lectura, que llevan al niño a evitar leer en voz alta.
- Errores frecuentes en escritura o cálculo, confusión entre letras o números, inversión de símbolos o dificultades para retener operaciones básicas.
- Desorganización en la tarea escolar, olvidos constantes o dificultad para planificar el trabajo.
- Conductas emocionales: enfado, bloqueo, aislamiento o intentos de llamar la atención para encubrir la inseguridad.
Identificar estas señales a tiempo permite intervenir antes de que interioricen una autoimagen negativa.
El Instituto insiste en que estas señales deben interpretarse como indicadores de un posible obstáculo en el proceso de aprendizaje, no como síntomas de desmotivación o falta de interés. Identificarlas a tiempo permite intervenir antes de que el/la niño/a interiorice una imagen negativa de sí mismo como estudiante.
Como ejemplo, se menciona el caso de un alumno de 7 años que, tras varios meses de dificultades con la lectura, comenzó a manifestar dolor de estómago cada mañana antes de ir a clase. La ansiedad física era, en realidad, una forma de expresar su miedo a fracasar frente a sus compañeros. Reconocer este tipo de reacciones emocionales es fundamental para evitar que la dificultad académica se convierta en un problema de autoestima o de ansiedad escolar.
Dificultades específicas y cómo abordarlas.
El Child Mind Institute ha elaborado más de 30 fichas breves dedicadas a las principales dificultades de aprendizaje. Entre ellas se incluyen la dislexia, la discalculia, la disgrafía o las dificultades del lenguaje. Aunque cada una presenta características distintas, todas comparten un mismo desafío: el impacto psicológico y emocional que generan cuando no son comprendidas ni atendidas adecuadamente.
- En la dislexia, el niño puede leer de forma lenta o con errores, tener dificultades para comprender lo leído o confundir letras con sonidos similares.
- En la discalculia, se observa una dificultad persistente para entender los conceptos numéricos o realizar operaciones sencillas.
- En las dificultades del lenguaje, los problemas pueden manifestarse tanto en la comprensión como en la expresión verbal, dificultando la comunicación con docentes y compañeros.
Es clave adaptar las enseñanzas a los puntos fuertes del alumno o alumna
Tal y como manifiesta, no existe un único perfil de aprendizaje, y cada niño tiene un modo particular de acceder al conocimiento.
Las estrategias de apoyo deben centrarse en adaptar la enseñanza a los puntos fuertes y habilidades del alumno o alumna, no en exigirle que se ajuste a un patrón homogéneo.
Algunas pautas sugeridas son las siguientes:
- Permitir más tiempo para completar tareas o exámenes.
- Ofrecer explicaciones visuales o apoyos gráficos para complementar las verbales.
- Dividir las actividades complejas en pasos más sencillos y verificables.
- Reforzar cada avance, incluso los pequeños progresos, para generar sensación de logro.
- Evitar comparaciones con otros compañeros.
El objetivo no es únicamente «enseñar contenidos», sino enseñar estrategias de aprendizaje que promuevan autonomía y confianza. El Instituto recuerda que una intervención adaptada y empática puede prevenir el abandono escolar y el deterioro emocional que a menudo acompaña a las dificultades de aprendizaje no reconocidas.
Detectarlas en el aula: el papel del profesorado
El centro educativo es el lugar donde los y las menores pasan gran parte del tiempo, siendo el aula es el primer espacio donde las dificultades se hacen visibles y donde puede iniciarse el acompañamiento. Los/as docentes, por su contacto directo con el alumnado, son testigos privilegiados de los comportamientos y patrones que se repiten y de cualquier dificultad académica que puedan presentar.
A este respecto, se aconseja a los/as profesionales de la educación:
- Observar de manera sistemática: anotar las situaciones en las que el niño o la niña se bloquea y/o pierde la concentración.
- Buscar patrones, más que episodios aislados: por ejemplo, si un alumno o alumna tiene dificultades en todas las tareas que requieren lectura, o solo cuando tiene que leer en voz alta.
- Diferenciar la falta de conocimiento del miedo al error: algunos niños no responden por temor a equivocarse, no por desconocimiento.
- Proporcionar retroalimentación positiva inmediata, centrada en el esfuerzo y la estrategia empleada.
- Evitar las correcciones públicas: el miedo a la exposición puede reforzar la ansiedad y la evitación.
Por ejemplo, un profesor puede detectar que una alumna responde bien a las explicaciones orales pero comete errores constantes en los exámenes escritos. En lugar de atribuirlo a falta de estudio, puede ofrecerle la opción de expresar el aprendizaje oralmente o en formato visual, permitiendo una evaluación más justa de sus capacidades.
El Instituto recomienda trabajar en coordinación con el orientador o psicólogo educativo del centro, para diseñar adaptaciones individualizadas que no estigmaticen al alumno.
Apoyar desde el aula y desde casa.
El Child Mind Institute insiste en que la respuesta emocional del entorno es determinante. Un niño con dificultades de aprendizaje necesita sentir que cuenta con apoyo y comprensión, tanto en la escuela como en casa.
– Recomendaciones para apoyar en el aula
Los docentes pueden aplicar estrategias que combinen estructura y flexibilidad:
- Establecer rutinas claras, que aporten seguridad y previsibilidad.
- Incorporar diferentes modalidades de aprendizaje (auditivo, visual, kinestésico).
- Ofrecer materiales adaptados: textos con mayor tamaño de letra, uso de pictogramas o esquemas visuales.
- Favorecer el aprendizaje cooperativo, donde los alumnos puedan apoyarse entre sí.
- Enseñar técnicas de autorregulación emocional para afrontar la frustración (pausas breves, respiración, verbalización de emociones).
El Instituto resalta que los profesores no deben actuar como terapeutas, pero sí pueden crear aulas emocionalmente seguras donde los niños se sientan capaces de pedir ayuda sin miedo a la burla.
– Recomendaciones para apoyar en casa
Las familias, por su parte, pueden reforzar la confianza y la motivación diaria:
- Manteniendo una comunicación continua con el colegio, sin adoptar una postura de queja o de enfrentamiento.
- Acompañando el estudio con presencia tranquila, no con supervisión punitiva.
- Valorando el esfuerzo más que el resultado.
- Celebrando los logros cotidianos: leer un párrafo sin errores, terminar una operación con éxito.
- Favoreciendo actividades extracurriculares donde el niño destaque (deporte, música, arte), para equilibrar su autoconcepto y reforzar la autoestima.
El Instituto aconseja a los padres no convertir el tiempo de estudio en un campo de batalla. Si el niño percibe la tarea como fuente de conflicto, su ansiedad aumentará.
El apoyo emocional debe basarse en mensajes que validen la dificultad («sé que esto te cuesta, pero veo que te estás esforzando») y que ofrezcan esperanza realista («con práctica, mejorarás cada día»).
El papel de los psicólogos educativos en la detección y el acompañamiento.
El Child Mind Institute subraya que los/as profesionales de la Psicología Educativa desempeñan una función esencial en la comprensión y el abordaje de las dificultades de aprendizaje. Su intervención constituye un puente entre la observación cotidiana del profesorado, la experiencia emocional del alumnado y la orientación que las familias necesitan para ofrecer apoyo eficaz.
En primer lugar, los psicólogos son una figura clave en la detección temprana. Cuando el profesorado observa que un estudiante presenta patrones reiterados de dificultad -por ejemplo, problemas para concentrarse, seguir instrucciones o completar tareas dentro del tiempo previsto-, el psicólogo educativo puede evaluar de forma individualizada las habilidades cognitivas, emocionales y sociales del niño, identificando los factores que interfieren en su rendimiento escolar. Estas evaluaciones permiten distinguir si se trata de un estilo de aprendizaje diferente o de una dificultad específica, orientando las medidas de apoyo adecuadas.
A partir de este análisis, los psicólogos colaboran con el equipo docente para diseñar planes de intervención personalizados, que pueden incluir adaptaciones en el ritmo de trabajo, el formato de las tareas o los métodos de evaluación. De este modo, ayudan a garantizar que el aprendizaje se desarrolle en condiciones equitativas, respetando las particularidades de cada estudiante.
Además de su función técnica, los psicólogos escolares cumplen un papel de acompañamiento psicológico y emocional. Su intervención ayuda a los niños, niñas y adolescentes a comprender sus dificultades, a poner nombre a sus emociones y a construir una visión positiva de sí mismos como aprendices. En muchos casos, trabajan estrategias de regulación emocional y autoconfianza, enseñando a los alumnos a identificar sus fortalezas y a reformular pensamientos negativos («no soy malo en esto, solo necesito más tiempo» o «puedo aprender de otra forma»).
El Child Mind Institute también destaca la labor de los psicólogos como mediadores entre escuela y familia. Son ellos quienes facilitan la comunicación cuando surgen tensiones o malentendidos —por ejemplo, si un niño percibe rechazo por parte de su profesor o muestra desmotivación hacia el colegio—, ayudando a ambas partes a comprender la situación desde la perspectiva del menor. Esta mediación promueve entornos de confianza y colaboración, reduciendo el riesgo de conflictos y favoreciendo el bienestar emocional.
Por último, el Instituto subraya que los psicólogos educativos contribuyen de forma decisiva a la creación de una cultura escolar inclusiva, basada en la comprensión de la diversidad del aprendizaje. A través de talleres, programas de sensibilización o formación al profesorado, promueven prácticas pedagógicas que previenen el estigma y refuerzan la empatía en el aula. Su trabajo no se limita al apoyo individual, sino que transforma el clima educativo, haciendo de la escuela un espacio donde las diferencias se entienden como oportunidades de crecimiento y no como limitaciones.
¿Qué hacer cuando el niño o la niña dice que su profesor «le odia»?
El Child Mind Institute dedica un artículo específico a este tema porque es una frase frecuente en muchos hogares. Cuando un/a niño/a afirma que su profesor o profesora «le odia», suele estar expresando una sensación de incomprensión o de fracaso.
A este respecto, recoge una serie de recomendaciones dirigidas a las familias, entre ellas, las siguientes:
- Escuchar sin juzgar ni desmentir de inmediato. Frases como «eso no es cierto» pueden invalidar sus emociones.
- Hacer preguntas abiertas: «¿Qué ha pasado para que digas eso?», «¿Qué te ha hecho sentir así?».
- Ayudarle a poner nombre a sus emociones: enfado, tristeza, vergüenza, miedo…
- Hablar con el profesor desde la colaboración, no desde la confrontación.
En algunos casos, explica el Instituto, los y las docentes pueden desconocer la magnitud del impacto emocional que una corrección o una observación pública produce en un alumno o alumna con dificultades. Por ejemplo, un comentario sobre «prestar más atención» puede ser percibido como humillante por un niño con discalculia que ya se esfuerza al máximo. Establecer un diálogo constructivo entre familia y escuela permite ajustar las expectativas y diseñar apoyos más eficaces.
En la misma línea, recuerda que la relación con el profesorado puede ser una fuente de resiliencia o de sufrimiento. Fomentar la empatía mutua es esencial para que el alumno no asocie la escuela con rechazo o fracaso.
Hablar sobre las dificultades y fomentar la autoconfianza.
Otro de los ejes de los materiales del Child Mind Institute es aprender a hablar sobre las dificultades con los propios niños. Nombrar lo que ocurre reduce el miedo y la confusión. El silencio, por el contrario, puede hacer que el o la menor sienta vergüenza o crea que su problema es algo que debe ocultar.
A este respecto, el Instituto recomienda:
- Explicar con un lenguaje sencillo y positivo qué significa tener una dificultad de aprendizaje («Tu cerebro aprende de una forma diferente, y eso está bien»).
- Evitar etiquetas negativas y usar ejemplos de personas conocidas que aprendieron de manera distinta.
- Ayudarle a identificar sus puntos fuertes: algunos niños con dislexia son creativos, otros tienen gran memoria visual o habilidades sociales destacadas.
- Fomentar la autoexpresión: animarle a contar cómo se siente en clase, qué le ayuda y qué le frustra.
- Practicar juntos cómo pedir ayuda, simulando situaciones del aula («¿Cómo puedes decirle a la profesora que necesitas más tiempo?»).
El objetivo es que los niños, niñas y adolescentes comprendan que una dificultad no define su valor ni su inteligencia. Con el tiempo, aprender a hablar de ello les permitirá defender sus necesidades y participar activamente en su propio proceso de aprendizaje.
Un ejemplo es el de una niña de 9 años con dislexia que, tras varias sesiones de conversación guiada, comenzó a explicar a sus compañeros: «A mí me cuesta leer, pero dibujo muy bien, y eso también me ayuda a aprender». Ese gesto sencillo redujo las burlas y cambió su relación con el grupo: el conocimiento compartido genera empatía.
La importancia de una mirada integral.
De acuerdo con los expertos, abordar las dificultades de aprendizaje exige una visión global que combine evaluación, intervención y acompañamiento emocional. No basta con identificar el problema; es necesario crear una red de apoyo sostenida entre familia, escuela y profesionales de la psicología educativa y clínica.
Esta mirada integral incluye:
- Detección temprana en los primeros cursos, cuando las diferencias aún pueden compensarse.
- Intervenciones educativas adaptadas, con recursos visuales, tecnológicos o de apoyo personalizado.
- Atención al bienestar psicológico: enseñar habilidades de regulación emocional, autoestima y resiliencia.
- Comunicación constante entre todos los agentes implicados en la educación del menor.
El Instituto destaca que, en muchos casos, los y las menores con dificultades de aprendizaje desarrollan fortalezas notables en otros ámbitos: creatividad, pensamiento visual, empatía o perseverancia. Reconocer y potenciar esas cualidades ayuda a que el/la menor construya una imagen equilibrada de sí mismo y mantenga la motivación para aprender.
Conclusión.
Las dificultades de aprendizaje no son un obstáculo insalvable, pero sí una realidad que requiere atención, comprensión y apoyo especializado.
El Instituto de la Mente Infantil recuerda que cada niño aprende de una manera única y que el éxito educativo y emocional depende, en gran medida, de que esa singularidad sea reconocida y respetada.
Detectar las señales a tiempo, ofrecer un entorno seguro y fomentar la autoconfianza son pilares básicos de una intervención eficaz. Para ello, el compromiso conjunto de docentes, familias y psicólogos resulta indispensable. Transformar la mirada sobre el aprendizaje —de la comparación al acompañamiento— es, en última instancia, una forma de prevenir el sufrimiento emocional y promover el bienestar psicológico infantil y adolescente.
Fuente: Child Mind Institute
