Riesgos de perseguir las emociones positivas
30 Oct 2025

La cultura contemporánea y la mala comprensión de la Psicología Positiva han enfatizado la importancia de “sentirse bien” como un fin en sí mismo. Tiene sentido: las emociones positivas tienden a favorecer la salud mental, la resiliencia y el éxito académico y laboral. Sin embargo, en una revisión publicada en Nature Reviews Psychology, Ford (2025) advierte de que la búsqueda excesiva o rígida de emociones agradables, así como el rechazo sistemático de las consideradas popularmente como “desagradables”, puede tener costes significativos e importantes no solo para el individuo, sino también para las relaciones interpersonales y la sociedad en su conjunto, dado que son parte inherente de la vida emocional de las personas.

Emociones Positivas
Foto: Freep!k. Descarga: 29/09/2025
Valorar demasiado la felicidad: ¿cuándo puede volverse contraproducente?

Ford (2025) expone que, aunque valorar las emociones placenteras suele correlacionar con un mayor bienestar, en ciertos casos puede generar el efecto contrario.

  1. Procesos de monitoreo excesivo: cuando las personas evalúan constantemente si son lo suficientemente felices, suelen experimentar decepción, lo que se traduce en meta-emociones negativas (por ejemplo, sentirse frustrado por no sentirse feliz). Esta dinámica reduce la satisfacción y eleva el riesgo de síntomas depresivos
  2. Estrategias de regulación ineficaces: quienes más valoran la felicidad tienden a elegir recursos como la supresión expresiva o el “dampening” (reducir la intensidad de lo positivo), prácticas que, paradójicamente, disminuyen el impacto de las emociones positivas.
  3. Desajuste con el contexto: la alegría puede ser útil en una negociación colaborativa, pero contraproducente en un conflicto donde la firmeza o incluso la ira son necesarias. Valorar indiscriminadamente la felicidad en todo contexto puede socavar objetivos más adaptativos.

En síntesis, perseguir la felicidad puede volverse dañino cuando conduce a autoevaluaciones rígidas, al uso de estrategias inadecuadas o a la imposición de emociones no funcionales en determinadas situaciones.

El riesgo de devaluar las emociones desagradables.

La tendencia a rechazar emociones como la tristeza, el miedo o la ira parece intuitivamente adaptativa. Sin embargo, Ford (2025) muestra que una evitación intensa de estos estados que, por otra parte, son necesarios y parte de la respuesta natural de las personas frente a diferentes situaciones, puede generar efectos adversos:

  • Amplificación del malestar: al juzgar las emociones negativas como “malas” o inaceptables, se incrementa la duración e intensidad de dichas experiencias. Este fenómeno ha sido corroborado tanto en población clínica como no clínica.
  • Regulación contraproducente: estrategias como la reevaluación cognitiva pueden fallar cuando las emociones son intensas o el contexto no lo permite. En tales casos, el esfuerzo por suprimir lo desagradable puede exacerbar el malestar.
  • Pérdida de la función adaptativa: la ira (o cualquier otra emoción “negativa) puede, por ejemplo, facilitar la defensa de los propios intereses y la tristeza favorecer la búsqueda de apoyo. Desvalorizar estas emociones puede privar a las personas de recursos valiosos e imprescindibles para afrontar la vida cotidiana.

En consecuencia, ayudar a los y las pacientes a reconocer el potencial funcional de emociones comúnmente etiquetadas como negativas es absolutamente necesario en la consulta.

Impactos en las relaciones y la sociedad del rechazo de las emociones «negativas».

La revisión realizada por Ford también destaca que estas dinámicas emocionales que ensalzan las emociones consideradas positivas trascienden al individuo:

  • En las relaciones cercanas, exigir felicidad a los otros o descalificar sus emociones negativas incrementa la soledad, el conflicto y el deterioro del bienestar en parejas, hijos/as y amistades.
  • En el plano social, las culturas que ejercen mayor presión para “ser feliz” reportan niveles más bajos de bienestar subjetivo. Del mismo modo, comunidades que estigmatizan las emociones negativas pueden fomentar aislamiento, estrés y un menor sentido de pertenencia.

Estos hallazgos ponen en cuestión prácticas sociales y organizacionales que promueven la llamada “positividad tóxica”.

El papel de la regulación emocional: ¿cuándo sentirse bien no ayuda?

Lograr estados emocionales positivos también puede tener costes. Según Ford (2025), las emociones placenteras intensas pueden favorecer conductas de riesgo (juego problemático, abuso de sustancias) o generar complacencia frente a injusticias sociales.

Foto: Freep!k. Descarga: 29/09/202

Asimismo, reducir las emociones desagradables como el miedo o la indignación puede proteger la salud mental a corto plazo, pero disminuir la motivación para conductas colectivas esenciales, como el activismo político o la adopción de medidas de salud pública y/o de cara a afrontar cambios individuales.

Estos datos revelan un dilema ético y práctico: regular las emociones para “sentirse mejor” puede, sin proponérselo, limitar el compromiso social y perpetuar desigualdades.

Aceptar y contextualizar.

Una de las propuestas más relevantes de Ford (2025) es fomentar la aceptación emocional: una actitud de apertura hacia las propias emociones, sin etiquetarlas como buenas o malas. Este enfoque ha mostrado beneficios sostenidos en el ámbito de la salud mental, al reducir la rumiación y las meta-emociones negativas.

Además, resulta fundamental contextualizar la regulación emocional: no se trata de promover siempre el placer y evitar el dolor, sino de alinear la experiencia emocional con los objetivos y demandas del entorno. Por ejemplo, cultivar la gratitud o la compasión puede favorecer tanto el bienestar individual como la cohesión social.

Implicaciones para la psicología.

Para los y las profesionales de la psicología, los hallazgos de Ford ofrecen varias lecciones:

  1. Evitar prescribir la felicidad como meta universal. Es más útil trabajar con metas emocionales flexibles y contextualmente adaptadas.
  2. Reforzar la alfabetización emocional. Es necesario ayudar a los y las pacientes y comunidades a reconocer la función adaptativa de todas las emociones.
  3. Prevenir la “positividad tóxica”. Es importante desafiar los mensajes sociales que estigmatizan la vulnerabilidad emocional y generar espacios de validación de lo que la persona está sintiendo, sea lo que sea esto.
  4. Promover la aceptación y una regulación contextualizada. Estrategias como el mindfulness o la terapia de aceptación y compromiso resultan pueden contribuir a esta aceptación y regulación emocional.
Conclusiones: todas las emociones son necesarias.

El artículo de Brett Q. Ford (2025) nos recuerda que el bienestar emocional no depende solo de maximizar lo positivo y minimizar lo negativo, sino de integrar, aceptar y contextualizar todas nuestras experiencias afectivas. Para la psicología, esto implica favorecer una mirada crítica a las tendencias culturales de “sentirse bien a toda costa” y una apuesta por las intervenciones que favorezcan tanto la salud individual como el compromiso social.

Fuente.

Ford, B. Q. (2025). The individual, relational and societal costs of striving to feel good. Nature Reviews Psychology, 4(9), 591–602. https://doi.org/10.1038/s44159-025-00476-4

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