Begoña Rueda Ruiz
Decana del Colegio de Psicología de Bizkaia
En estos tiempos en los que comenzamos a habituarnos a que herramientas de Inteligencia Artificial (IA) nos rodeen en nuestro día a día y se erijan como los referentes a quien consultar cuestiones de mayor o menor trascendencia, queremos resaltar la tarea de aquellos y aquellas profesionales que trabajan con las personas, especialmente en el ámbito del cuidado de la salud mental y la psicoterapia.
Así, la labor de los y las profesionales de la Psicología en espacios en los que se realiza la escucha, la evaluación, y la intervención psicológica, debe ser preservada de fenómenos sociales como la aparición de la inteligencia artificial y su interrupción en materia de salud mental. Poner en valor ese espacio de relación terapéutica es un deber como Junta, como profesionales, como colegas y como ciudadanos, por las grandes dudas y temores que genera su utilización de manera libre y sin supervisión.
La IA ha abierto una oportunidad de negocio a nuevas fórmulas mágicas que se erigen como asistentes para la salvaguarda de nuestra salud mental y eso, permítanme que lo diga de una manera vehemente, no puede ni debe dejarnos indiferentes. Esas oportunidades de negocio que prometen estar 24/7 a tu lado y que van a resolver tus problemas de salud psicológica de manera rápida y eficaz, además de una falta de profesionalidad plantean muchos interrogantes, ¿son éticamente responsables?, ¿por qué código deontológico se rigen? ¿cómo son capaces de comprender y dar respuesta a la emocionalidad humana?.

Si bien podemos estar de acuerdo en que la inteligencia artificial en determinados entornos laborales puede facilitar el obtener resultados de manera más eficiente, y que su uso racional puede resultar de utilidad a la ciudadanía en múltiples aspectos, debemos ser contundentes al aseverar que en el caso de la salud mental en general y en la salud psicológica en particular, un algoritmo no puede ni debe en ningún caso ocupar el lugar de los y las profesionales.
Porque lo que las personas trasladamos a través de un teclado o a través de una nota de audio es una información sin aristas y sin matices, no comparable a la comunicación y el vínculo que se establece en el espacio terapéutico entre dos personas. Es una información que una máquina procesa, devolviendo propuestas de acción carentes de análisis, reflexión y conocimiento clínico.
¿Cómo puede entonces ser efectiva? ¿Somos acaso todas las personas iguales, respondiendo a las mismas recomendaciones de manera inequívoca?
Debemos así reflexionar sobre el modelo de sociedad que queremos que nos dé soporte y nos acompañe, teniendo que poner especial cuidado en lo que la población adolescente y joven necesita y recibe. No debemos permitir que un algoritmo “psicologice” a nuestros jóvenes y no tan jóvenes, etiquetando sus síntomas, prescribiendo recomendaciones y realizando “pseudoterapia”. Y no únicamente por el fragrante intrusismo que esto supone en una profesión reglada como es la Psicología, sino, sobre todo, por el daño a evitar, por nuestro deber de cuidado y salvaguarda del bien común y de los colectivos más vulnerables.
Porque si a las personas que no somos nativas de la era IA nos deslumbra en ocasiones con sus bondades, ¿qué no puede hacer con los cerebros en desarrollo de la infancia y la juventud? ¿Qué herramientas tienen ellos y ellas para no seguir a pies juntillas lo que su compañero virtual desde la infancia les susurra? El canto de sirenas que la IA proyecta debe tener un límite, y su aplicación en la salud mental es una línea roja que defender.
Esta nueva realidad nos apremia aún más a seguir avanzando con los poderes públicos en cubrir el déficit de psicólogos clínicos en el sistema público de salud, evitando así abocar a la ciudadanía a recurrir a un algoritmo para lograr ayuda. Deben así tomarse medidas efectivas y reales, como la incorporación de la atención psicológica en atención primaria. Porque son ellos, los profesionales quienes escucharán percibirán y comprenderán cuáles son las necesidades de quien se sienta a su lado. Son quienes, trabajando junto con el resto de los y las profesionales en salud mental presentes en nuestro sistema, tenderán su mano y acompañarán a quien necesite aliviar su sufrimiento.
