Cada año, más de 720.000 personas fallecen por suicidio según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Concretamente, en Reino Unido, fallecen por esta causa 17 personas al día. De ellas, cinco están en contacto con los servicios de salud mental y, sorprendentemente, cuatro de esas cinco habían sido clasificadas de «bajo» o «ningún riesgo» en su última evaluación. Estos datos alarmantes correspondientes al país británico ponen en evidencia una paradoja: los actuales métodos de predicción de riesgo suicida -basados en escalas y estratificaciones como «bajo, medio o alto riesgo»— han demostrado ser ineficaces, además de científicamente inválidos.
Frente a este panorama, el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido (NHS England) ha lanzado una nueva guía de buenas prácticas para profesionales de la salud mental titulada “Staying safe from suicide”, que abandona el enfoque basado en la predicción del riesgo para adoptar un modelo centrado en la persona, biopsicosocial y centrado en la relación terapéutica. Esta guía, elaborada con la colaboración de más de 120 profesionales, investigadores/as y expertos/as por experiencia vivida, busca cambiar radicalmente la forma en que los/as profesionales abordan la evaluación y gestión del suicidio.

Por qué hace falta un cambio: la ineficacia de la predicción del riesgo
Las herramientas que intentan predecir el riesgo de suicidio mediante escalas y categorías (bajo, medio, alto riesgo) no funcionan. Así lo constatan los autores de esta guía, apoyándose en investigaciones científicas y en informes del Instituto Nacional de Salud y Cuidados (NICE) y del cuerpo forense británico.
Estas herramientas están tan extendidas en muchos servicios de Reino Unido, que han generado una «cultura del checklist», utilizando formularios y listas de verificación que no están validadas y carecen de valor predictivo. De hecho, lejos de facilitar una atención clínica eficaz, tienden a despersonalizar la atención, centrándose en cumplir con el procedimiento en lugar de comprender realmente al paciente. Según se indica en la guía, este sistema no solo es ineficaz, sino también perjudicial, ya que genera una falsa sensación de seguridad y puede invisibilizar señales de alarma.
Hacia una atención biopsicosocial e inclusiva
El documento parte de una premisa esencial: toda atención en salud mental debe enfocarse desde una perspectiva biopsicosocial, reconociendo que los individuos tienen necesidades y fortalezas emocionales, psicológicas, sociales y físicas complejas. Este modelo considera de forma integrada los factores biológicos (por ej., enfermedades crónicas, consumo de sustancias), psicológicos (por ej., desesperanza, baja autoestima, autocrítica…) y sociales (por ej., aislamiento, duelo, problemas económicos, violencia…), que inciden en la conducta suicida, favoreciendo intervenciones más amplias que las puramente médicas, y reforzando la necesidad de contar, para ello, con equipos multidisciplinares.
Esto implica que la seguridad no puede abordarse de manera aislada, sino como parte integral de la atención en salud mental. En este sentido, la guía propone sustituir el enfoque predictivo por un modelo estructurado en tres elementos interconectados:
1. Evaluación de seguridad (explorar)
2. Formulación de la seguridad (mapear)
3. Gestión y planificación de la seguridad (actuar y planificar)
Esta metodología reconoce que la suicidalidad no es estática, sino que puede cambiar rápidamente. Por tanto, propone un abordaje dinámico, relacional y adaptado a las necesidades cambiantes de cada persona.
Evaluación y formulación de la seguridad: comprensión y esperanza
Uno de los pilares fundamentales de la guía es la evaluación de la seguridad. Esta no debe reducirse a un formulario o a preguntas simplistas. En su lugar, debe basarse en conversaciones abiertas y sensibles, en las que se valide emocionalmente a la persona, se escuche con empatía y se indague sobre sus pensamientos y conductas suicidas (pasados y actuales), revisando señales de alerta y factores de riesgo.
Durante este proceso, se fomenta la construcción de la confianza y la esperanza realista: reconocer el dolor emocional y el sentimiento de desesperanza, al tiempo que se identifican pasos posibles hacia el bienestar.
La formulación de la seguridad, por su parte, consiste en construir una comprensión compartida de la situación actual de la persona. Se estructura en torno a las llamados “3-P”:
- Problema actual: ¿Qué dificultades están afectando a la capacidad de mantenerse a salvo?
- Factores precipitantes: ¿Qué circunstancias aumentan el riesgo de suicidio?
- Factores protectores: ¿Qué elementos pueden ayudar a reducir dicho riesgo?
Una formulación más completa puede incluir dos “P” adicionales:
- Factores predisponentes: como antecedentes de trauma o diagnósticos psicológicos no identificados.
- Factores perpetuadores: como adicciones o situaciones que mantienen el malestar.
Todo esto se realiza en un contexto de colaboración terapéutica, incluyendo —cuando es apropiado— a familiares, cuidadores u otras personas de confianza.
Gestión y planificación de la seguridad: intervención y empoderamiento
La gestión de la seguridad abarca tanto acciones inmediatas como la planificación a largo plazo. La guía destaca que un plan de seguridad colaborativo debe ser el corazón del cuidado terapéutico, diseñado de forma individualizada, para ayudar a la persona a afrontar momentos de crisis y evitar futuras situaciones de riesgo.
Las seis etapas del plan de seguridad
Basándose en el modelo de Stanley y Brown, la guía propone una estructura en seis pasos fundamentales:
- Señales de advertencia: identificar pensamientos, emociones o situaciones que indiquen una posible crisis (por ejemplo, aniversarios, separaciones, aumento de la desesperanza).
- Estrategias de afrontamiento: técnicas personales que han funcionado anteriormente y podrían volver a ser útiles.
- Distracción a través de la conexión: actividades o interacciones que desvíen la atención del malestar emocional.
- Apoyo de personas cercanas: identificar a familiares, cuidadores o personas de confianza que puedan brindar ayuda cuando las estrategias individuales no sean suficientes.
- Apoyo profesional: incluir contactos de líneas de ayuda, profesionales de salud mental y servicios disponibles, especificando qué tipo de apoyo se necesita.
- Seguridad del entorno: reducir el acceso a medios letales y abordar factores ambientales desencadenantes, incluyendo los riesgos online.
Este plan debe ser revisado con regularidad y adaptado a las necesidades específicas de cada individuo, considerando posibles ajustes para personas con discapacidades del aprendizaje o condiciones del neurodesarrollo.
Incluir a la familia y respetar la confidencialidad
Para menores o personas con discapacidad, la guía promueve la inclusión activa de familias o cuidadores, siempre con sensibilidad y respeto. Se aclara cuándo puede compartirse información sin consentimiento (riesgo vital, legislación específica, etc.).
El lenguaje importa: cómo hablar (y cómo no) del suicidio
La guía subraya el papel crucial del lenguaje en la prevención del suicidio. El lenguaje configura cómo pensamos y sentimos, y puede ser una herramienta de cuidado o de daño. A continuación, recogemos algunas de las recomendaciones clave recogidas al respecto en el documento:
- Utilizar términos respetuosos evita el estigma, por lo tanto:
- Trata de evitar el uso de expresiones como “cometer suicidio” (asociado a delito), utilizando en su lugar: “morir por suicidio” o “quitarse la vida”.
- No hablar de “intentos fallidos” o “exitosos”, sino de “intentos suicidas no fatales” o “fatales”.
- Evitar etiquetas como “riesgo bajo” o “llamadas de atención”.
- Se recomienda emplear preguntas abiertas, en lugar de afirmaciones cerradas que pueden aumentar la culpabilidad:
- Incorrecto: “¿No estarás pensando en hacerte daño, no?”
- Recomendado: “¿Qué pensamientos sobre el suicidio estás teniendo últimamente?”
- Reflejar el lenguaje de la persona.
- Hablar con tono compasivo, neutro y claro, también al interactuar con familias o redes de apoyo.
Hablar abiertamente sobre el suicidio no incita a nadie a actuar, sino que puede ofrecer un inmenso alivio al saber que está bien expresar lo que se siente. Esta apertura es especialmente importante en hombres, quienes tienen mayor riesgo de morir por suicidio y enfrentan fuertes barreras sociales para pedir apoyo emocional y buscar ayuda psicológica.
Implementación: acciones locales y nacionales
El cambio que propone esta guía no se logrará solo con recomendaciones. Requiere liderazgo institucional, formación continua, y una profunda transformación cultural. A nivel local, se proponen acciones como:
- Nombrar líderes ejecutivos responsables de la implementación.
- Crear estrategias con plazos claros.
- Involucrar a personas usuarias y a los equipos profesionales.
- Capacitar a todos los trabajadores en salud mental en los principios de la guía.
- Eliminar los sistemas que emplean la estratificación de riesgo.
- Evaluar resultados e integrar los planes de seguridad en los sistemas clínicos electrónicos.
A nivel nacional, se recomienda incorporar esta guía en los estándares profesionales, políticas regulatorias, procesos de inspección y formación sanitaria.
Compromiso multisectorial y respaldo profesional
La guía ha sido ampliamente respaldada por numerosas instituciones, incluyendo la Sociedad Británica de Psicología (BPS, British Psychological Society), el Colegio Real de Psiquiatras (Royal College of Psychiatrists), la Asociación de Psicoterapeutas Clínicos del Reino Unido, Samaritans, y Rethink Mental Illness, entre otras. Su aplicación trasciende los servicios del NHS, alentando también a profesionales del sector privado y del tercer sector a adoptarla.
Conclusión
De acuerdo con el SNS de Reino Unido, “Staying safe from suicide” supone un paso importante hacia una atención en salud mental más psicológica, emocional, humana y centrada en la persona. Sustituye la «frialdad» de las etiquetas de riesgo por la calidad humana del vínculo terapéutico. Frente a una realidad donde las decisiones pueden ser cuestión de minutos, ofrecer esperanza, escucha y comprensión puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Como afirman las personas con experiencia vivida que han contribuido en este trabajo: «Cada persona merece sentirse vista y acompañada en sus momentos más oscuros, independientemente de su historia o circunstancias».
A este respecto, la Sociedad Británica de Psicología ha aplaudido la publicación de esta nueva guía, afirmando que «cada suicidio es una tragedia, y detrás de cada estadística se encuentran familias y amigos devastados, por lo que la publicación de esta nueva guía tan necesaria es muy bienvenida», dado que puede contribuir significativamente a la reducción del número de suicidios en Inglaterra, por lo que espera con interés su implementación.
Para los/as profesionales de la salud mental, esta guía ofrece una referencia imprescindible para transformar la forma en que se escucha, se acompaña y se protege a quienes atraviesan momentos de sufrimiento.
Además, muchas de las ideas contenidas en esta guía podrían resultar perfectamente aplicables al contexto español, donde también persisten prácticas basadas en formularios de estratificación del riesgo, a menudo desvinculadas de una comprensión profunda y humana de la experiencia suicida. Incorporar un enfoque biopsicosocial, dinámico y colaborativo, como el que promueve esta guía, permitiría reforzar la calidad de la atención en salud mental, mejorar la relación terapéutica y avanzar en una prevención del suicidio más eficaz, sensible y adaptada a las necesidades reales de las personas.
Se puede acceder a la guía desde la página web de NHS England o bien directamente aquí: