UNA NOTA SOBRE LOS GÉNEROS LITERARIOS EN PSICOLOGÍA

10 Feb 2009

El pasado 22 de enero de 2009 tuvo lugar el acto de investidura, donde Helio Carpintero, junto a Ramón Bayes, fueron nombrados doctores “Honoris Causa en Psicología” por la UNED. Infocop Online publicó hace unos días el discurso de investidura de Ramón Bayés. En esta ocasión, recogemos para todos los lectores interesados el discurso de investidura de Helio Carpintero.

Helio Carpintero, es catedrático en «Psicología Básica II-procesos cognitivos» en la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Política, Doctor «honoris causa» por la Universidad de Valencia, y miembro de honor del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Su línea de investigación se ha centrado fundamentalmente en el desarrollo histórico de la Psicología. Posee numerosos trabajos publicados en revistas científicas y es autor de varios libros, como «Historia de la Psicología» y «Historia de la Psicología en España».

Discurso de Investidura como Doctor «Honoris Causa» por la UNED
Madrid, 22 de Enero de 2009

Helio Carpintero

Deseo ahora presentar aquí algunas reflexiones, que puedan ser de algún interés para nuestra comunidad académica, ocupada en el logro y difusión del conocimiento, y que sabe que la sabiduría es la cosa más móvil entre cuantas cosas se mueven (mobilior sapientia omnibus mobilibus).

He dedicado mi vida universitaria al estudio de la Historia de la Psicología, y, buena parte de mi investigación, desde que la inicié de manos de José Luis Pinillos y Julián Marías, ha estado dedicada al análisis de su literatura especializada. He llevado a cabo, afortunadamente con un amplio numero de colaboradores y doctorandos, muchos de ellos hoy ya investigadores distinguidos y de prestigio, el estudio de un largo número de revistas científicas, de textos y manuales relativos a algunas de sus especialidades, de algunas de sus obras clásicas. Nuestro maestro y colega, el Profesor Josef Brozek, se refirió cordialmente a nuestro grupo singularizándolo como cultivador de «bibliometría alla valenciana». Y el caso es que todo ello me ha hecho muchas veces pensar en un problema sobre el que no tenemos demasiada claridad. Es la cuestión de los «géneros literarios» en que ha ido tomando cuerpo la Psicología.

El campo de trabajo del historiador lo constituyen las res gestae, las empresas y logros del hombre en el pasado, en cuanto de ellas ha quedado memoria, testimonio, y en general información escrita. Trabajamos sobre documentos, en muchos casos parciales, fragmentarios, ocasionales; tratamos de reconstruir el cuerpo doctrinal que subyace a esos escritos, del cual han surgido y al que sirven de expresión; y al hacerlo tenemos siempre que pensar que todo decir es siempre una acción en un contexto, en el que se pretende producir ciertos efectos, conseguir ciertos logros, y, muchas veces, al precio de aceptar presiones y restricciones de varios tipos de la sociedad en que el investigador se encuentra.

No se escribe igual un texto dentro de un cierto «género literario», como puede ser el artículo científico, o en otro distinto, como es el libro monográfico, el capítulo en un volumen colectivo, o la divulgación de calidad. La intención de quien escribe afecta de lleno al estilo y a su resultado. Y puede muy bien suceder que, por razones contextuales, o si se prefiere, por presiones situacionales, en ciertos tiempos o lugares, queden sin cubrir algunas necesidades de la ciencia como resultado de haberse perdido la sensibilidad para el valor de ciertos géneros o fines que quedan, entonces, marginados.

Precisamente uno de los ámbitos donde ha alcanzado particular peso la reflexión sobre estos géneros ha sido el mundo de los estudios bíblicos. La diversidad de estilos literarios que se descubre en la Biblia entre sus diferentes libros obligó a muchos de sus intérpretes a plantearse la sistematización de tales diferencias y la búsqueda de explicación. Así, se ha hecho notar que en ellos hay peculiaridades referidas a la forma – figuras retóricas, adjetivación, etc.-, junto a otras que se refieren a la intención o propósito con que el libro parece haber sido escrito. Un género, pues, reuniría «una determinada intencionalidad global» y «una forma literaria consagrada por el uso como propia del que habla o escribe con esa determinada intención» (Muñoz, 1968, 13)

Paralelamente, cuando se trata de construir un artículo o un ensayo de pura información científica, es preciso emplear igualmente el lenguaje y con ello, de algún modo se hacen presentes todas las funciones del mismo que en su día señalara Karl Bühler: la expresiva – que muestra la huella de la subjetividad de quien dice algo -, la representativa (que trae a la luz un estado de cosas), y la apelativa, que incorpora la modulación introducida por la peculiaridad concreta del destinatario a quien se comunica lo dicho. Cada una de ellas puede llegar a resultar dominante, según los casos. Ello da a todo decir una esencial circunstancialidad.

En consecuencia, en todo decir científico, pues, habrá una retórica operante, junto al contenido fáctico y conceptual que se aspira a transmitir. De un modo u otro, en él están operando las direcciones temporales hacia el pasado y el futuro, la valoración de ciertos contenidos, la peculiar voluntad expresiva del autor, y las demandas con que se apela al público hacia quien lo dicho se endereza – de ordinario, la comunidad científica, a cuyos valores y a cuyo juicio se apela, pero también, indirectamente, la sociedad que nos rodea.

Las formas literarias

Una larga experiencia en el análisis de la literatura científico-psicológica (Carpintero y Peiró, 1984), prolongada casi hasta el presente, nos ha permitido ver ciertos hechos sobresalientes en el conjunto de la misma.

Hay, en ella, una gran variedad de tipos de documentos. Si dejamos a un lado toda la literatura que no es específicamente transmisora de saber científico, nos encontramos, a pesar de la selección realizada, con una amplia gama de textos de vario tipo, que cumplen una serie de propósitos complementarios con el esencial de forjar conocimiento.

Una larga experiencia en el análisis de la literatura científico-psicológica (Carpintero y Peiró, 1984), prolongada casi hasta el presente, nos ha permitido ver ciertos hechos sobresalientes en el conjunto de la misma.

Hay, en ella, una gran variedad de tipos de documentos. Si dejamos a un lado toda la literatura que no es específicamente transmisora de saber científico, nos encontramos, a pesar de la selección realizada, con una amplia gama de textos de vario tipo, que cumplen una serie de propósitos complementarios con el esencial de forjar conocimiento.

 

La información y la documentación, en el campo de la ciencia, está esencialmente vinculada a la función representativa del lenguaje. Aquí domina la idea de que el conocimiento, «que se origina y se aplica a las mentes de los conocedores«, es una realidad que «proporciona un marco de referencia para evaluar e incorporar nuevas experiencias e información« (Davenport y Prusak,1998,5) Tiene, pues, una esencial conexión con la vida del investigador y su pertenencia a una comunidad científica cuyas metas, medios y conceptos comparte. Hay una pluralidad de relaciones y necesidades comunicativas en aquella comunidad, y ello explica la variedad de estructuras textuales. Mencionemos, en cualquier caso, las más sobresalientes:

  • El artículo de investigación de vanguardia, en cualquiera de las líneas de especialización admitidas: experimentación, intervención, observación.

  • El artículo de revisión, de un tema o un campo, dentro de una variada serie de niveles: los análisis temáticos y conceptuales, los metaanálisis, las revisiones «históricas» de campo, etc.

  • El artículo de teoría e interpretación doctrinal.

  • La monografía de tema específico.

  • El manual temático de un campo o especialidad.

  • La monografía divulgadora e interpretativa.

  • La monografía interpretativa antropológica o filosófica de los contenidos psicológicos.

  • Los documentos autobiográficos.

Pero, digámoslo claramente, en realidad son dos las categorías que absorben la inmensa mayoría de la producción de los psicólogos – si se excluye, naturalmente, la producción técnica de instrumentos como tests, encuestas, o guías técnicas de programas de intervención. Esas categorías son la de libros, o si se prefiere, monografías, y la de artículos.

La situación viene de lejos. En 1965, la APA llevó a cabo un gran estudio acerca del intercambio de información científica en Psicología, bajo la dirección de William Garvey y Bever Griffith. Entre otras cosas, procuraron evaluar la importancia de los libros en ese proceso. Lograron que respondiera a su encuesta un amplio número de psicólogos (N=1263) y hallaron que 915 (un 72%) consideraban algún libro como documento importante en su trabajo, pero casi un tercio (348, o sea, el 28%) respondía negativamente. Entre los primeros, dominaban los individuos situados en universidades (eran el 44% del grupo que usaba libros, frente al 36% de los que no los usaban); era, desde luego, menor el porcentaje dentro del propio grupo de quienes, estando en la administración federal, o en la industria, apreciaban los libros, comparado con los que no los usaban (4% frente a 10%, en administración; 10 frente a 16% en industria) Y al calificar las formas de comunicación escrita, los partidarios de libros consideraban «muy importantes» los libros (54%) y las revistas científicas (60%), mientras que entre los no partidarios del libro un 18% calificaba este medio de importante, frente al 47% que consideraba importantes las revistas. La investigación, la enseñanza y la Psicología Clínica reunía los porcentajes más altos de personas que respondían con alto aprecio hacia los libros (Reports-2, 1965, pp. 237-242) El informe concluía: «En general, las revistas son más importantes para los psicólogos (tanto los que usan como los que no usan libros) que los demás medios; sin embargo, los que Usan libros en tres áreas de trabajo (clínica, aplicada y enseñanza) califican los libros como la más importante forma de comunicación científica».

Veamos otra singular fuente de información. Es bien sabido que desde hace años el Institute of Scientific Information (ISI) que fundara Eugene Garfield, (hoy Thomson Scientific), ha venido editando una revista, Current Contents, donde, además de los índices de revistas relevantes, incluía un Clásico Citado (Citation Classic), con comentario personal de su autor o autores. El primer artículo que mereció ese honor fue el famoso de Stanley Schachter y Jerome Singer sobre motivación cognitiva – artículo donde por cierto se oponen a la teoría de la emoción de Cannon algunos hallazgos «fascinantes» de Gregorio Marañón y otros autores, datos que venían a probar el peso de la cognición en la emoción.

Los mencionados «clásicos» lo son por el hecho de ser trabajos que han recibido un extraordinario número de citas en las publicaciones especializadas. Una recopilación de tales «clásicos» publicados en el campo de las ciencias sociales y comportamentales (Smelser, 1987) reunió una muestra de los que habían aparecido entre 1979 y 1984. Excluyendo para nuestro caso todo lo relativo a Sociología, Economía y Ciencia Política – los tres últimos capítulos del libro-, se dispone de una selección de 253 artículos comentarios sobre obras ‘clásicas’, correspondientes a las diversas categorías usuales en Psicología, desde medición y evaluación hasta psicopatología.

Pues bien, es interesante notar que esa muestra reúne 196 (77%) artículos cuyo tema es un artículo de revista, mientras que 57 (23%) están dedicados a libros. La proporción de artículos y libros es muy variable, según las especialidades. La sección de Bases Biológicas de la Conducta reúne 11 artículos y ni un libro, mientras que la de Procesos Cognitivos reúne un 43% de libros (16 de 37), y la de Desarrollo de Personalidad, 14 de 40, o lo que es igual, un 35%.

Ello habla bien a las claras que esas dos formas de expresión, el artículo y el libro monográfico, son los dos «géneros» más destacados en nuestro campo y que, posiblemente, satisfacen necesidades diferentes. Y sobre ambos convendría reflexionar brevemente.

Los libros

¿Qué mueve a los autores a escribir una monografía luego considerada importante? Bien sé que es una pregunta excesiva y desmesurada. Nos habremos de conformar aquí con unas breves calicatas, buscando una primera imagen, siquiera aproximada, del tema que nos ocupa.

Busquemos, para ello, algunas respuestas concretas que nos puedan orientar. Aprovechemos algunas de las confesiones que nos ofrecen los Citation Classics.

a) Bandura y Walters, 1963

Uno de los psicólogos que goza de mayor reconocimiento en la actualidad, Albert Bandura, aporta ahí su visión propia de uno de sus libros más conocidos por todos los psicólogos, Social Learning and Personality Development, que publicó con Richard Walters en 1963. Esta obra ha seguido siendo muy citada varias décadas después de aparecida.

 

Es por todos sabido que hacia 1950 la Psicología americana, ya a la cabeza de la vanguardia científica, estaba aún dominada por el conductismo. De ahí la importancia que tuvo el surgimiento del libro mencionado, donde iban a presentarse los principios de una nueva orientación, la Teoría del Aprendizaje Social (Social Learning Theory), resultado de la colaboración con su primer estudiante de doctorado, Richard Walters. La nueva escuela, tras reconocer la insuficiencia de una explicación de la conducta en términos de estímulos ambientales, proponía la fórmula de «la interacción entre estímulos externos y cogniciones internas». Como se resume en un texto ya clásico sobre teorías de personalidad, «las representaciones simbólicas de los acontecimientos pasados, y la situación actual guían la conducta, y los procesos autorreguladores permiten a la gente ejercer control sobre su propia conducta» (Hall, Lindzey, y Campbell, 1998, 591).

Al comentar su propia obra, Bandura cuenta que escribieron el libro cuando dominaba «una amalgama de dogmas (tenets) de teoría psicoanalítica y de aprendizaje Hulliano. La conducta humana era vista desde esa perspectiva básicamente como el producto de pulsiones internas, operantes frecuentemente bajo el nivel de la conciencia (…)» Además, las teorías que presentaban la conducta como el producto de los refuerzos y castigos externos presentaban una imagen truncada del funcionamiento humano, porque la gente en parte regula sus acciones mediante la observación de modelos, así como también en función de las consecuencias autoevaluadoras. Por lo tanto, añade Bandura, «el desarrollo de las funciones autorreactivas, que dan a los humanos la capacidad de autodirección, también aparecían prominentemente en nuestro libro». Y termina: «Se explicaban los varios aspectos del desarrollo de personalidad (…) en términos de complejas interacciones entre las influencias externas, las vicarias y las propias» (Smelser, 1987, 145).

En otras palabras, los dos autores se embarcaron en la escritura de ese libro poseídos por un cierto furor creativo, de un modo que no dudan en admitir que habría asombrado «al más devoto exorcista» (Ibid.) Precisamente tenían por delante un objetivo enorme y difícil: el modificar el marco interpretativo general de una serie de fenómenos centrales en el campo de la personalidad y el aprendizaje, al tiempo que se abría la vía alternativa que iba a conducir al desarrollo de la Psicología del Aprendizaje Social y la Autoeficacia. Desde su prólogo, anunciaban que el libro presentaba unos «principios de aprendizaje social» que atendían a las variables sociales más de lo que lo hacían «las teorías ya existentes del aprendizaje», y que parecían «más aptos» para explicar el desarrollo y la modificación de la conducta (Bandura y Walters, 1974, 11) Se anunciaba así un cambio teórico de primera magnitud, que iba a contribuir a la puesta en circulación de una nueva imagen del hombre. Frente a un ser traído y llevado por los estímulos del entorno o las pulsiones del inconsciente, este nuevo agente se caracteriza como sujeto consciente de sí, autorregulado, y propositivo. La imitación, los refuerzos, el autocontrol, y hasta la modificación de conducta, reciben en estas páginas un tratamiento detenido y circunstanciado. Todo un cambio de esta envergadura, que podrían muchos considerar como un «cambio de paradigma», no podía hacerse sino con una obra de largo alcance, y dimensiones amplias, como ese libro resultó ser.

b) William James, 1890

Veamos otra historia, ahora referida a uno de los más grandes libros de nuestra tradición científica moderna: los Principios de Psicología que publicara William James en 1890. No pertenece, claro es, a los «Citation Classics». James murió, como todos saben, en 1910. Pero tampoco es preciso ir lejos a buscar la justificación. En las revistas americanas de mayor amplitud – Psychological Review, American Journal of Psychology, y Journal of Experimental Psychology -, revistas que desde su origen hasta 1945 estudiamos en sendas tesis doctorales, cuyos autores hoy son académicos distinguidos, ese libro aparece destacado como uno de los clásicos más citados. Recientemente reúne 6801 citas en el recuento que Google Academic ofrece a sus usuarios.

Uno de sus biógrafos, D. Bjork, ha podido decir que «su gran libro, The Principles of Psychology, separó a un hombre que buscaba una reputación internacional de otro ya conocido en Europa y América como un gran psicólogo que abría caminos nuevos» (Bjork, 1988,147) La historia del libro revela mucho de la Psicología de su autor. Lo contrató con Henry Holt, su editor, en 1878, así que pasarían doce años antes de llegar a las manos del público. En ese tiempo fue creciendo al paso de los cursos profesados por su autor. Incluso fue saliendo por entregas, hasta 16 artículos, al parecer; uno de ellos, su famoso Estudio sobre la Emoción (1884), a pesar de lo cual tiene una esencial unidad en todas sus partes. Y es que, como James pensaba, el interés determina en cada individuo la «perspectiva inteligible», unificadora de conocimiento humano, como ha señalado Leary (Leary, l992, 157); esa perspectiva personal es la que confiere sorprendente unidad y admirable estilo al libro.

El mismo ha contado que su encuentro con las páginas ya impresas, a medida que el libro iba saliendo, le permitía una vista desapasionada y desde fuera, [«you can judge it as a foreign body» (Perry, 1935, II, 42)] De esta suerte, esa condición de obra que se va haciendo en el tiempo hace de él un medio de expresión que mantiene a la vez proximidad y distancia respecto a su autor. Por ejemplo, confiesa en una carta de 1888 a su amigo el psicólogo Robertson que «el asunto del ‘Ego’ todavía está inacabado, y será mejor dejarlo hasta el final mismo, cuando mi sabiduría esté ya en su clímax insuperable» (Id., 44) O dirá a su editor, al acabarlo, este sincero lamento: «Nadie podría estar más disgustado que yo a la vista del libro. No hay tema que merezca ser tratado en 1000 páginas. Si yo tuviera diez años más, lo podría reescribir en 500, pero, en la presente situación, o así o nada (…)» (H. James, 1920, I, 294).

Boring expresó con claridad el carácter investigativo e innovador de esta obra, cuando resume: «Había comenzado los Principios como un manual de la nueva Psicología científica; cuando lo terminó escribió en algunas cartas que este libro solo probaba que ‘no existe algo como una ciencia psicológica’ y que la Psicología está aun en ‘una condición precientífica» (Boring, 1929, 497).

Pensaba desde el principio llamarlo «Psicología como ciencia natural», pero a diferencia de H. Spencer, frente a cuya obra escribe él la suya, quería explicar el desarrollo de la mente no sólo en términos del factor «medio«, sino también de los «intereses subjetivos» del sujeto (Perry,1935,II, 35).

El libro representó, al final, una suma muy grande de esfuerzos, repasos, revisiones, retoques. Había de despejar el campo, deshaciéndose de los Helmholtzs y los Spencer (Id., 40), y haciendo frente a dificultades que sólo terminarían desapareciendo en los siguientes diez años, según le confesó alguna vez a su amigo el filósofo francés Renouvier (James, 1981, III, 1536) Lo interesante es que esta fue una ingente labor de construcción, donde su autor tenía a la vez conciencia del «estado confuso e imperfecto» de la ciencia que estaba exponiendo (James, 1981, III, 1540), y de la satisfacción que sentía tras dar cima a algunos capítulos o partes particularmente complicadas. En su prólogo a la versión italiana del libro, deja ver que percibe la situación de su ciencia como atravesando un «período de fermentación caótica», y que lo que él ha tratado de hacer es «mantener al lector en contacto (…) con la unidad consciente actual que cada uno de nosotros en todo momento siente él mismo que es» (James, 1981, III, 1483)

Consciente del cambio que su obra representaba frente a los espiritualismos y escolasticismos del momento, y de su deuda con las nuevas corrientes del evolucionismo, la psicopatología, las ideas biológicas y la psicogenética, aquel libro, trabajosamente realizado, vino a ser la respuesta adecuada a la construcción de una nueva y fecunda concepción, que ha gozado de larga influencia. Como dijo Edna Heidbreder, «estuvo metido de lleno en la Psicología, en la turbulenta y conflictiva juventud de ésta, pero nunca perdió su individualidad ni su independencia» (Heidbreder, 1933, 153) Empezó el libro siendo instructor de anatomía, y lo acabó como profesor de Psicología. El libro fue, durante una parte central de su existencia, la columna vertebral de su vida personal. Y en la medida en que esa vida se vio plenamente implicada en la construcción de la nueva ciencia, esas páginas estuvieron marcadas por la condición auroral, naciente de esos conocimientos, en vez de ser una mera acumulación de pensamientos ya sabidos y cosificados.

c) Sigmund Freud, 1895

Permítaseme en fin, para terminar este rapidísimo vuelo por entre los libros psicológicos, tomar un último ejemplo, de la mano de quien fue sin duda uno de los grandes escritores de este tipo de libros, Sigmund Freud.

Comencemos por reconocer que su talento literario no ha sido cuestionado por nadie. En gran medida, su obra ha existido y existe a través de sus libros, que fueron ya en su tiempo efectivos best-sellers. Ortega dijo una vez que «la claridad, no exenta de elegancia con que Freud expone su pensamiento, proporciona a su obra un círculo de expansión indefinido» (Ortega, 1946, VI, 301)

Uno de los más problemáticos, y de mayor vitalidad entre los psicólogos, hoy día, es el inacabado y póstumo Proyecto de Psicología para Neurólogos, libro que dejó manuscrito junto a un puñado de cartas a su amigo Wilhelm Fliess, y que escribió de un modo apasionado en 1895.

En una ocasión confiesa a su amigo: «Científicamente me va muy mal, pues estoy tan atollado en la Psicología para Neurólogos que me consume por completo (…) Nunca he estado tan intensamente preocupado por cosa alguna. ¿Y qué saldrá de todo esto? Espero que algo resulte: pero el progreso es arduo y lento» (Freud, III, 3515; A Fliess, 27-4-95)

Jones resume bastante bien los motivos que impulsaban a esa tarea: «Sabemos que su ambición en esos años era la de lograr un progreso en el conocimiento por un camino cuyos jalones podríamos rotular del siguiente modo: anatomía del cerebro, fisiología del cerebro, psicopatología, Psicología, filosofía» (Jones,1959, I, 391)

Lo importante es que el libro le fija y le marca una dirección a su inquietud científica: «Un hombre como yo no puede vivir (…) sin una pasión dominante, sin un tirano (…) Encontré, por fin, ese tirano y ahora no conoce límites para servirle. Mi tirano es la Psicología que fue siempre mi meta lejana (…) y que ahora (…) se me ha tornado tan próxima». Busca una Psicología construida sobre principios cuantitativos y energéticos, y abierta a los procesos normales y a los psicopatológicos: «Durante las ultimas semanas dediqué cada minuto libre a esta labor (…) En cuanto a resultados, por largo tiempo no podrás esperar nada de mí (…)» (Id., 3516; 25-5-95)

Poco después tiene dificultades, y confiesa a su amigo: «la Psicología es realmente un calvario… He tenido que elaborar…la Psicología entera» (Id. 3518; 16-8-95) Ante los dos cuadernos borradores que contienen su trabajo, y que remite al amigo el 8-10-95, se siente alternativamente «orgulloso y feliz, o avergonzado y deprimido» (Id. 3520) Luego lo arroja a un lado, y hasta llega a decir que «ya no puedo comprender cómo fui capaz de enjaretarte este embrollo» (Id., 3525; 29-11-95)

Aunque paulatinamente se irá alejando de su manuscrito, donde aspiraba a hacer una Psicología como ciencia natural, fundada en los conceptos de neurona, energía y movimiento, y se volverá hacia el campo estrictamente psicoanalítico mientras renuncia a los escarceos con la fisiología: «permaneceremos, pues, en terreno psicológico«, dirá en La Interpretación de los Sueños, (Freud, 1984, I, 672), sin embargo, en muchos lugares reaparecerán sus viejos conceptos, resultado de una inquietud nunca desaparecida por una Psicología unida a la fisiología, y de un sentido del empeño científico al que se sintió llamado desde sus primeras horas. En cuatro palabras, Sulloway resume bien lo aquí logrado: «un sistema psicobiológico particularmente bien integrado» (Sulloway, 1979, 123)

¿Qué decir de todo ello?

Todos estos casos, tomados de escuelas diversas y de genialidades distintas, permiten ver que en Psicología – y sin duda también fuera de ella, no faltaría más -, el libro hace posible la construcción de alto bordo. Toda opinión compleja, que va a las raíces de una visión integradora del campo de problemas que se toma como objeto, requiere a un tiempo la convergencia de datos, hipótesis, críticas y nuevas sugerencias. El libro supone la ciencia en su íntima dinámica de «salvación de los fenómenos«, como lo llamara el gran historiador Pierre Duhem, es decir, el proceso en que los datos cobran sentido al entrar en cuadro totalizador que, al tiempo, se sostiene y justifica gracias al apoyo que aquellos le prestan. Permite emerger al yo del autor, para formular sus hipótesis, contradecir a sus contradictores, despejar el campo y construir su obra. Es, de un modo u otro, obra personal. El libro entraña la posibilidad de comprensión de un área de la realidad, de un conjunto de hechos cuya presencia en esas páginas proporciona la base y los materiales sobre los que se edifica y ordena su sentido.

Y sin embargo, en Psicología hay una dominante atracción hacia el artículo científico. ¿Qué virtudes tiene y qué cualidades le son anejas?

El artículo científico

Tres aspectos caracterizan este género comunicativo: (1) el tamaño, usualmente breve; (2) el carácter principalmente monotemático, que hace que su contenido gire en torno a un punto definido del corpus teórico; y, (3) su presentismo, es decir, la información tiende ahí a responder al estado presente de la ciencia, a su actualidad, aportando alguna novedad, bien de contenido fáctico o de interpretación teórica.

Se comprende el aprecio que los investigadores le tienen: el artículo supone la realización de una determinada contribución al saber de la comunidad científica, ofrece las coordenadas intelectuales al situar la nueva pieza de información en el marco teórico de lo hasta aquí sabido – trabajos y autores citados-, que es aceptado para su potencial incorporación a través, precisamente, de la evaluación positiva de otros colegas – peer evaluation– que ha hecho posible su inclusión en la publicación que lo disemina.

Con todo, esa «unidad informativa» que es el artículo científico tiene que responder a una última razón: incrementar nuestra comprensión de un campo determinado de la realidad, permitiendo la predicción y la explicación de sus fenómenos. Sternberg ha dicho que «el artículo debe guiarse por las ideas y el punto de vista del autor». Y añade: «Los hechos se presentan al servicio de las ideas, para ayudar a dilucidarlas, apoyarlas o reescribirlas» (Sternberg, 1996, 18) Esa es la cuestión central: que el artículo ha de fomentar la comprensión, las ideas, y al servicio de esas ideas ha de disponer la base factual que las sostiene, siempre naturalmente atento a consolidar lo que objetivamente tiene importancia y peso, con independencia de los intereses personales individuales siempre en juego.

Puede pensarse cada artículo como situado en una ideal línea que va desde la máxima información fáctica a la máxima interpretación teórica, pasando por toda la serie de puntos intermedios. El gran teórico de la información científica, Derek de S. Price (1970), hizo notar hace ya tiempo que esas distintas posibles metas de los artículos tenían una visible traducción a través de elementos concretos de su organización textual. En particular, serían reveladoras, a juicio de aquel experto, las diversas maneras de presentarse en ellos las citas. Así, los artículos de información puntual sobre descubrimientos de hecho, tienden a ofrecer una serie breve y selecta de referencias inexcusables para indicar el estado previo de la cuestión y los métodos utilizados en los nuevos hallazgos, mientras que aquellos otros que pretenden ofrecer la reflexión teórica sobre un tema tienden a ofrecer un número superior de citas, para mostrar a un tiempo un conocimiento suficiente del campo de que se trata, al tiempo que presta el reconocimiento debido a los distintos grupos activos en ese área de investigación, de suerte que el contenido no pueda ser invalidado en base a una grave deficiencia de información.

En general, hay que ver en el artículo la pieza sólida informativa, el ladrillo que se aporta, sumativamente, a la construcción común de un edificio teórico sobre un campo de fenómenos que es objeto de una ciencia y en torno al cual labora una cierta comunidad científica. Gracias a las aportaciones que hacen posible los innumerables artículos que aparecen a diario en las redes activas de comunicación, aumenta desde luego nuestro conocimiento, aunque aumenta también la selva informativa que tiende a volverse indominable.

No pasemos por alto, por otra parte, que el artículo científico es hoy un objeto no solo de comunicación científica, sino una entidad hoy envuelta en deseabilidad social: la evaluación de los investigadores se viene hoy fundando en ellos, por lo que tienen, tanto o más que una función cognitiva, otra social selectiva. Un artículo tiene hoy no solo valor informativo, sino valor de bien económico para quien lo produce y lo coloca en la red circulatoria. Este es un hecho que ha venido a adquirir creciente peso en el mundo de las organizaciones científicas, y ha convertido la comunicación científica en instrumento de promoción personal y social. La consecuencia ha sido el crecimiento de su número no tanto en función de su riqueza informativa cuanto en el de su significado personal, social y académico.

Hay artículos que no sólo han aportado cierta cantidad de información, sino que han contribuido a movilizar o a construir un campo científico. Veamos ahora, rápidamente, el caso de uno de ellos.

a) Baer, Wolf y Risley, 1968

Piénsese en el peso que ha venido a tener la aplicación del análisis experimental de conducta a los campos sociales y educativos, y no meramente clínicos, como consecuencia directa de los hallazgos teóricos de la investigación en aprendizaje y modificación de conducta.

 

Uno de los artículos que han ejercido una influencia fundante y determinante en aquella área especializada, es el que publicaron Donald Baer, Montrose Wolf y Todd Risley en 1968, en el volumen I de una revista fundada por ellos en la Universidad americana de Kansas, y dedicada, como su título señala, al análisis aplicado de la conducta: el Journal of the Applied Behavior Analysis. Buscaban trazar las coordenadas dentro de las que se pretendía construir el nuevo campo científico.

En esas páginas, sus autores no sólo han aportado cierta dosis de información, sino que han introducido una nueva categoría bajo la cual reunirla y diferenciarla. O, aún mejor, los criterios con que se habría de trabajar en el área en cuestión. Se trataba de promover la Psicología aplicada al ámbito de los problemas sociales, desde los principios de la modificación de conducta.

A mediados de los años cincuenta, el análisis experimental de la conducta, surgido de los estudios de B. F. Skinner, vino a adquirir un gran peso, especialmente en su aplicación a los campos sociales, personales y clínicos, como consecuencia directa de los hallazgos teóricos de la investigación en aprendizaje y modificación de conducta. Pero es también un hecho que la corriente mencionada vino a surgir entre numerosas limitaciones impuestas por los distintos grupos defensores de criterios teóricos divergentes.

En efecto, los partidarios decididos de las indagaciones con amplia base estadística eran enemigos decididos del estudio basado en el caso individual, el N=1, utilizado masivamente por los investigadores del análisis experimental de la conducta. En consecuencia, forzaron a quienes empleaban aquella técnica a la creación de una nueva revista, que les sirviera de cauce propio de comunicación, donde no encontrasen la censura metodológica que hasta ese momento venían encontrando en las revistas más generales, donde se empleaban grandes muestras y procedimientos estadísticos paramétricos. Así nació, primero, el Journal of Experimental Analysis of Behavior (1957) [JEAB] (Krantz,1973), que reunió a los investigadores orientados según esta escuela teórica. Pero luego vino a resultar que éstos últimos, empeñados en los estudios con animales, fueron excluyendo y marginando a unos nuevos disidentes, los que ahora estaban interesados principalmente en los asuntos humanos y sociales, y se ocupaban de problemas aplicados, lejos del rigor que siempre tiene el laboratorio de conducta. Estos se vieron forzados, nuevamente, a crear un nuevo y propio órgano, que fue el Journal of Applied Behavior Analysis [JABA] (1968) (Kazdin, 1983, 169)

Aquel nuevo espacio teórico resultó posible gracias a una serie de factores: La creación en 1966 de unos estudios especializados en la Universidad americana de Kansas, confiados a la personalidad de Donald Baer, permitieron crear una nueva línea de investigación en torno al análisis aplicado de conducta, la fundación de una revista y la organización de un grupo coherente y cohesionado por sus ideales y sus métodos. Es un tema que estudió muy bien una discípula mía en su tesis doctoral (Sos, 1987; Sos et al., 1987) El movimiento tuvo enseguida la mayor relevancia social.

El núcleo que sustentaba al JABA, por lo demás, era de una profunda coherencia y cohesión. En sus páginas pudimos identificar un amplísimo «colegio invisible» de autores unidos por coautoría de trabajos que reunía a prácticamente todos los editores de la revista en su época inicial. Y no hará falta decir que Baer, Wolf y Risley fueron algunos de sus más distinguidos editores, y entre sí estrechos amigos. Y es que por debajo de las corrientes de ideas, se mueven también en la ciencia otras corrientes de relaciones humanas, de escuelas y colegios invisibles que aspiran no sólo a crear conocimiento sino también a obtener poder académico y liderazgo social.

El nuevo campo desplegó su bandera en el artículo que estoy comentando. Es el artículo de Baer, Wolf y Risley titulado «Some current dimensions of applied behavior analysis» (1968), un texto que daba a la nueva línea de estudio su singularidad e identidad. Es un ejemplo más de los trabajos ‘Clásicos’ con muy alto número de citas, (535 citas entre 1968 y 1982), casi 40 por año, y ya sólo dentro de la revista, recibió casi ocho citas al año durante esos mismos años (Smelser, Ibidem, y Sos, 1987)

Allí los autores describían «las principales dimensiones del análisis aplicado de la conducta (…) Diferenciaba objetivamente la investigación básica de la aplicada (…) Establecía la metodología, estrategias, lenguaje, settings y otros problemas del análisis conductual» (Sos, 1987, II, 405)

Según reconoció en su comentario su primer autor, el artículo pretendía asegurar que «un campo que se definía como de investigación según una cierta lógica de aplicación, no dejase de ser investigación«; por eso, buscaba dar «una descripción de cómo habrían de ser reunidos los datos necesarios, y cómo podría ser el campo que reuniera aquel tipo de datos» (Baer, en Smelser, 1987, 108) Y añade algo particularmente interesante: «El artículo ha sido frecuentemente citado, esencialmente como un acto de aceptación – como un modo de incorporarse al campo, e identificando datos como contribución al mismo» (Ibidem)

En el artículo se afirma que, en el mundo práctico, los pequeños efectos no son suficientes; ni bastan la perfección en el diseño o la implementación experimental para justificar la tarea que toda investigación conlleva. Los autores sostienen que los trabajos tienen que mostrar que las alteraciones de conducta que se pueden llegar a lograr con su metodología son «socialmente importantes«(Baer et al., 1968, 96) En un análisis conductual aplicado, terminan diciendo «será obvia la importancia de la conducta cambiada, sus características cuantitativas, las manipulaciones experimentales que analizan con claridad, cuál es el elemento responsable del cambio, la descripción exacta de los procedimientos técnicos que contribuyen al cambio, la efectividad de esos procedimientos en producir un cambio suficientemente valioso, y la generalidad de dicho cambio» (id.97) Semejantes exigencias venían de hecho a estatuir el canon de evaluación con que se vendrían a contemplar los trabajos desde la nueva publicación. El campo de las intervenciones conductuales deberá ser, precisamente, «conductual, aplicado, analítico, tecnológico, conceptual mente sistemático, efectivo y generalizable» (Baer et al., 1968, 92 ss) De ese modo, el artículo se vino a convertir en un elemento retórico importante. Su presencia en una bibliografía vino a significar, en muchos casos, un elemento indicativo de adhesión al nuevo movimiento científico-tecnológico que el JABA representaba.

b) J. B. Watson, 1913

Consideremos otro artículo de gran impacto en el ámbito entero de la Psicología, tanto teórica como aplicada: el publicado por el investigador americano John B. Watson, en 1913, que iba a marcar algo que muchos han llamado un cambio de paradigma en Psicología, con el advenimiento del conductismo y la puesta en cuestión de toda la Psicología de la conciencia antecedente.

Ya desde su título -«La Psicología, tal como la ve el Conductista«- marca un punto de inflexión (vid. en Gondra, 1982, 399 ss) Se lo ha llamado muchas veces «el manifiesto conductista», y desde luego sus páginas contienen el programa que iba a desarrollar el conductismo en los años siguientes. Quintana ha sintetizado bien sus principales tesis: «a) Naturaleza de la Psicología: se trata de una ‘ciencia natural’ cuyo objeto –la conducta (animal y humana)- debe ser descrito sobre el esquema estímulo-respuesta…lejos de toda interpretación mentalista (…) [y] ‘en términos fisicoquímicos’. b) Método: (…) la observación y el experimento (…) c) Finalidad: predicción y control de la conducta. d) Principio básico (…): el determinismo natural (…)» (Quintana, 1985, 159).

La reivindicación del nuevo paradigma se hace ahí, no tanto en función de logros o resultados tentativamente ya explorados, sino en términos de un cientificismo radical, que homogeniza el estudio del hombre con el del resto de las especies animales, y afirma el evolucionismo, el determinismo y el objetivismo radicales. Mientras por un lado reivindica los logros del estudio de la conducta animal que habían hecho posibles los trabajos de Loeb, Jennings, Yerkes, y en general de la Psicología animal de la época, en la que el propio Watson había ya logrado destacar, por otro lado reivindica para la nueva disciplina los fines de una intervención eficaz en el control de conducta, y por tanto, su condición de saber «para la vida«, de saber «útil», lo que los psicólogos funcionalistas americanos estaban proclamando como meta a lograr por su propia ciencia.

Como muy bien vio Heidbreder, sus libros posteriores iban a mostrar la realización del programa aquí encerrado: los logros del estudio de la conducta animal (en su libro Behavior, 1914), la extensión de los principios de la Psicología animal al caso del hombre (Psychology from the Standpoint of a Behaviorist, 1919) y el desarrollo de esos principios en el campo humano (Behaviorism, 1925).

Como muy bien vio Heidbreder, sus libros posteriores iban a mostrar la realización del programa aquí encerrado: los logros del estudio de la conducta animal (en su libro Behavior, 1914), la extensión de los principios de la Psicología animal al caso del hombre (Psychology from the Standpoint of a Behaviorist, 1919) y el desarrollo de esos principios en el campo humano (Behaviorism, 1925).

El artículo coincide, y tal vez revela y justifica, un cambio en la actividad investigadora de su autor. Este iba a pasar del campo de estudio de la conducta animal al de la humana (Samelson, 1994), pero ello fundado en términos de una concepción rigurosa de la ciencia natural, y de una enérgica asunción del evolucionismo, cuyas consecuencias venían a extraerse aquí. Todo su desarrollo conceptual giraba en torno a un punto clave: qué debe ser la ciencia psicológica para que sea verdaderamente ciencia. Toda una concepción epistemológica e incluso filosófica está a la base de aquel texto; está expresamente ofrecida en las primeras líneas, cuando dice que la idea de la Psicología es justamente la de «una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y control de la conducta. La introspección no forma parte esencial de sus métodos (…) El conductista (…) no reconoce ninguna línea divisoria entre el ser humano y el animal» (Watson, 1913, en Gondra, 1982, 400)

Se ha hecho notar que ni la crítica a la introspección, ni el interés por una Psicología objetiva comenzó con ese artículo; pero, sin embargo, posiblemente buscaba una fundamentación y justificación que legitimara los métodos conductuales que estaban ya largo tiempo en marcha en Psicología (Wozniak, 1997, 199), por lo pronto en el campo de la Psicología animal. Y con sus fórmula directas y fácilmente inteligibles, parece haber buscado situar a la Psicología fuera de las discusiones que acerca de la conciencia, la conciencia animal, la introspección y la observación de la conducta venían produciendose en los primeros años del siglo.

El artículo fue pronto considerado como un ‘manifiesto’; parece que así lo llamó Woodworth ya en 1931 (Woodworth-Sheehan); claro que hay que recordar que estos años eran años de manifiestos, como el ‘Dadá’ de Tristan Tzara, en 1918, y luego el surrealista de Breton en 1924, textos que cambiaron el horizonte en que se vinieron a situar. Originariamente, fue el texto de una conferencia pronunciada en Columbia University, en Nueva York, en febrero de 1913 (Cohen, 1979, 73) Pero desde luego es mucho más que eso: es una declaración de independencia de la nueva Psicología de la conducta frente a la antigua de la conciencia, justamente bajo el nuevo nombre que Watson le aplica: conductismo, behaviorism. Samelson ha dicho, probablemente con razón, que sin la etiqueta, la revolución «podría no haber tenido lugar, o mas bien, (…) haberse limitado a ser una escaramuza de fronteras, en lugar de consolidarse en una revolución» (Samelson, 1994, 6) El movimiento se convirtió en un «ismo«, y aunque encontró resistencias, también halló muchos espíritus favorables a sus ideas. Basta pensar que dos años más tarde, en diciembre de 1915, se hallaba ya presentando su discurso presidencial de la American Psychological Association, y lo hacía ofreciendo una alternativa metódica – el reflejo condicionado– a las críticas a la introspección que había ofrecido en sus «un tanto descorteses artículos» de 1913; aquella descortesía, pues, había ido seguida de un reconocimiento singular al ser apoyado mayoritariamente para la presidencia de la sociedad.

El manifiesto conductista es, efectivamente, un manifiesto porque, como dice el diccionario de la RAE, pretende hacer «pública declaración de doctrinas o propósitos de interés general» (RAE, 1956), y lo hace con los medios característicos: el elogio de ciertas investigaciones, la crítica acerada a los contrarios, la pretensión de desmontar la construcción representada por la Psicología de la conciencia, y el esfuerzo por reemplazarla por una nueva concepción cuya total adecuación con los requisitos de la ciencia natural marcan, a los ojos del autor, su clara superioridad sobre la doctrina a batir.

Hay que decir, además, que como tal fue tomado, aunque no faltaron voces mesuradas que hicieron ver que el que el conductista quisiera estudiar la conducta, no tenía por qué alterar el paso de quienes pretendían explorar la mente, como fue el caso de Titchener y su aguda respuesta al gesto osado, y quizá algo descortés, de su colega (Titchener, 1914)

En cualquier caso, Watson supo hallar las palabras justas para decir lo que quería decir, y ello ha convertido su trabajo en uno de los jalones de la historia de la ciencia psicológica.

Este trabajo, además, cumple con las cuestiones retóricas más básicas: an sit, quid sit, y quale sit – esto es, ‘si hay’, ‘qué sea’ y ‘cómo sea‘ la Psicología estrictamente rigurosa que busca establecer el conductista, en lugar del cuerpo de doctrina insatisfactoria que se pretende sustituir. El elogio de ciertas investigaciones, la crítica acerada a los contrarios, la pretensión de desmontar la construcción representada por la Psicología de la conciencia, y el esfuerzo por reemplazarla por una nueva concepción cuya total adecuación con los requisitos de la ciencia natural marcan, a los ojos del autor, su clara superioridad sobre la doctrina a batir.

Y al cabo de tantas vueltas, ¿qué lección cabría extraer de todo lo anterior?

La lección de Hull

Tratando de encontrar una respuesta breve, podríamos tal vez acudir a las palabras de otro gran maestro de nuestra ciencia, el neoconductista Clark Hull, que ocupó la cima de la Psicología experimental norteamericana en los años 1940, y que pasó buena parte de su vida queriendo hacer un gran libro, y publicando casi todos sus hallazgos en artículos de revistas, que hoy contienen tal vez lo más granado de su pensamiento. Recientemente nuestro colega José María Gondra ha realizado un admirable trabajo de reconstrucción de aquella empresa inacabada (Gondra, 2007)

Hull tenía clara conciencia de la necesidad de hacer un libro, lo que llamaba en sus cuadernos privados un «magnum opus«. El 2 de octubre de 1938, escribió el apunte siguiente: «Al fin he decidido escribir mi largamente proyectada obra sobre teoría psicológica. No se puede dilatarlo más con ventaja, incluso aunque apenas esté plenamente consolidado un solo postulado del sistema»

«Una, de las muchas, razones para publicar el libro es que, estando las cosas como están, prácticamente nadie fuera de los estudiantes que han estudiado conmigo tiene una comprensión clara de lo que el sistema significa – o es» (Hull, 1962, 865)

Pero por otro lado, no dejaba de escribir artículos, en lugar de hacer avanzar su obra. ¿Y por qué? También en sus apuntes hallamos la respuesta: «He estado trabajando los últimos dos o tres años con la expectativa de que cualquier día puedo tener una hemorragia cerebral que ponga un punto final permanente a todo trabajo creativo ulterior. Me apresuro cuanto puedo, sacando mi trabajo pedazo a pedazo. Por esta razón he escrito dos artículos breves el verano pasado para la Psychological Review, temiendo que no llegase a vivir para terminar el libro en que uno de esos artículos está insertado» (Id., 872)

En otras palabras, Hull vivía desgarrado interiormente entre dos convicciones contradictorias. Por un lado, la complejidad del tema, las dificultades y los internos requisitos de su obra teórica exigía un tratamiento dilatado, capaz de dar a cada frase su pulimento, y a cada razonamiento su entorno y conclusión bien meditados. Pero, por otro lado, como tantos otros investigadores, tenía prisa. Ortega escribió una vez, refiriéndose también al ritmo propio del pensador, que «prisa la tiene sólo el enfermo y el ambicioso». Hull tenía la del primero. Pero además de tener prisa, creía que cada pieza de teoría concreta podía ser objeto de tratamiento separado, como quien construye una pieza de un mecano. Sus hallazgos podrían ir apareciendo en artículos, aunque el cuadro general de su sistema no tendría otro lugar que el libro comprensivo donde todas las piezas aparecieran colocadas, y sistematizadas, haciendo posible una integral comprensión.

Hacia una conclusión.

La experiencia vivida de este gran científico arroja, a mi ver, alguna luz sobre el problema.

La comprensión de un sistema, la interpretación cabal que da sentido a un campo de fenómenos desde una interpretación unitaria y coherente, demanda el espacio amplio, la opinión demorada y compleja, las referencias complementarias, que solo el libro puede permitir.

De otro lado, y supuesta la posesión del sistema, cada pieza nueva que añadir al puzzle puede y debe tener su lugar en el artículo especializado, que presenta una interpretación in fieri, en cuanto que reclama la confirmación, el refrendo de la comunidad de investigadores, que examina cada aportación por todas sus caras, antes de incorporarla al edificio integrador.

Ahora bien, los historiadores de la Psicología hemos explicado demasiadas veces en nuestros cursos que la Psicología, como ciencia, está aún en camino hacia la instalación de un sólido paradigma. En este punto los historiadores españoles no dejamos de recordar a nuestro ya desaparecido Antonio Caparrós. La diversidad de puntos de vista, la convivencia, en los últimos tiempos pacífica, entre distintas escuelas, no puede sustituir a la verdadera integración que representa un paradigma kuhniano, si es que tal cosa puede existir en una ciencia como la nuestra.

Hasta tanto que llega ese día, que algunos añoran y muchos ya no se atreven siquiera a imaginar, el día de la unidad de un paradigma sobre la mente y la conducta, nuestros investigadores tienen que asumir en carne propia el dilema que vivió Hull: por un lado han de ir ofreciendo interpretaciones parciales, pero abarcadoras, de los sucesivos paisajes que la indagación va poniendo al descubierto, a fin de que el resto de la comunidad, que sigue de lejos la acción de las vanguardias investigadoras, no se sienta perdida, desorientada, y, tal vez, desesperanzada. Y, por otro lado, no pueden menos de ir aportando las parciales ganancias de intelección que con su esfuerzo van consiguiendo, porque no hay ninguna ganancia en ciencia que no sea refrendada por la comunidad científica, a través de los mecanismos de replicación, falsación y verificación. La ciencia, me han oído decir muchas veces quienes han trabajado conmigo, es una organización, una organización destinada a producir conocimiento, con la cooperación y la utilización de todos los sistemas de las organizaciones -liderazgo, división del trabajo, comunicación, mentalidad compartida, pluralidad de las formas de producción (Carpintero, 1981)

Hace algunos años, un gran neurocientífico, Antonio Damasio, escribía: «Quizá la complejidad de la mente humana sea tal que la solución del problema no podrá saberse nunca debido a nuestras limitaciones intrínsecas. Quizá ni siquiera debiéramos hablar de problema en absoluto, y referirnos en cambio a un misterio (…) Pero (…) creo, la mayoría de las veces, que llegaremos a saberlo» (Damasio, 1994, xviii) Desde esa esperanza escribía su obra, ya clásica, El Error de Descartes, que ha arrojado considerable luz a los problemas de la neuropsicología, y la permanente cuestión de las relaciones entre la mente y el cerebro.

La Psicología de nuestro tiempo no puede prescindir de los libros, como el geógrafo y el explorador no pueden prescindir de los mapas. Y aunque una y otra vez se recomiende a los jóvenes investigadores a publicar incansablemente artículos, con la esperanza de contribuir así a la construcción de un sistema, hay que mantenerlos orientados, han de saber hacia dónde caminan, y qué sentido, en el conjunto de la realidad, posee la pequeña parcela a la que dedican su existencia. Es verdad que tal vez haya que admitir que a los jóvenes les corresponde esa tarea del trabajo de base, siempre que se esté dispuesto a admitir que a los experimentados y avezados les compete la otra tarea, la de hacer los libros que orienten y guíen en la búsqueda hacia lo que queda por saber.

Gregorio Marañón, hace ya muchos años, reflexionó en unas páginas luminosas acerca del «deber de las edades». Cada edad, decía, tiene su virtud y su deber. Tal vez esa respuesta es la que podríamos asumir, con sobriedad y modestia, al cabo de estas reflexiones. El joven habrá de ir construyendo sin pausa sus artículos, pero al tiempo irá guiado por los libros con que sus maestros habrán ido jalonando ya el camino. Recuerdo que mi maestro Julián Marías siempre decía que en realidad, maestro es quien precede dos horas al alumno en el camino de la ciencia… Y, como ocurre con los bandeirantes, esa precedencia no es sino trabajo de abrir con los machetes una vía en el todo de la realidad. Desde esta imagen cooperadora, dinámica y generacional, creo que se entiende un poco mejor el sentido profundo de la existencia de ciertos géneros literarios en la Psicología.

Un psicólogo y filósofo, maestro de muchos otros, el alemán Hermann Lotze, dijo una vez que sólo entre todos los hombres se llega a saber lo humano. Análogamente, solo entre todos los psicólogos llegaremos tal vez, un día, a saber la Psicología.

Semejante reflexión, inevitablemente, hace surgir un sentimiento de modestia frente a la propia obra, sean cuales sean los logros habidos; pero refuerza, también un sentido del deber de seguir adelante, cumpliendo con la tarea, desde la posición en que cada uno se halla situado, de hacer avanzar el conocimiento. Porque el saber, aunque firmemente poseído, es «lo más móvil de todas las cosas móviles«, como dice la divisa que impera en el escudo de la UNED.

 

Texto de la lección pronunciada en el acto solemne de investidura como ‘Doctor Honoris Causa’ por la UNED, el 22 de enero de 2009. Se han omitido las referencias institucionales, así como diversos agradecimientos, incluido el dedicado al Dr. Enrique Lafuente, que pronunció la ‘laudatio’ del Dr. Carpintero en dicho acto.

Breve curriculum de Helio Carpintero

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