La violencia constituye el principal motivo de consulta descrito por las personas adultas —familias, profesionales y otros perfiles— que contactan con Fundación ANAR, concentrando el 61,1% de los casos analizados. Junto a esta realidad, los problemas de salud mental aparecen también como un motivo importante de consulta (18,4%), englobándose aquí los problemas de conducta, así como otros problemas psicológicos entre los que destacan la ansiedad, la tristeza, el miedo o la agresividad/ira. La ideación o intento de suicidio ocupa también un papel especialmente relevante dentro de este ámbito. Sin embargo, a pesar de estos datos, un 69,1% de los y las menores por quienes se solicita ayuda no recibe ni ha recibido tratamiento psicológico, porcentaje que se incrementa hasta el 75,5% en los menores de 10 años.
Estas son algunas de las conclusiones recogidas por Fundación ANAR en su nuevo informe titulado «Teléfono de la familia y los centros escolares: Escuchando a la infancia desde la voz adulta (2019-2024)», un documento a través del cual se analizan en profundidad las consultas realizadas por madres, padres, otros familiares, profesionales de centros escolares, otros profesionales (psicología, servicios sociales, fuerzas de seguridad, abogacía, salud), amistades/conocidos de la familia y personas desconocidas, con el objetivo de identificar los problemas que afectan a los y las menores, comprender su origen y evolución, y orientar de manera especializada la detección y la intervención en situaciones de violencia, salud mental y otros factores que comprometen su bienestar.

Un estudio que sitúa la voz adulta como vía de acceso a los problemas de la infancia y la adolescencia.
El informe parte de la premisa de que las llamadas y demandas de ayuda realizadas por personas adultas constituyen un canal privilegiado para comprender las dificultades que enfrentan niños, niñas y adolescentes, identificando situaciones que esta población, por edad o por miedo, no siempre verbaliza. A través de esta vía, ANAR logra aproximarse a un amplio abanico de problemas que afectan al bienestar psicológico y emocional, al comportamiento y al entorno familiar y escolar de estos/as menores.
Problemas de conducta: una presencia constante en todas las etapas del desarrollo.
Los problemas de conducta, se definen como situaciones en las que la persona menor muestra dificultades claras para adaptarse a su entorno familiar, social o escolar, o cuando los adultos expresan sentirse incapaces de manejar el comportamiento. Este tipo de problemas incluye comportamientos que no se corresponden con la etapa evolutiva, conductas que no progresan adecuadamente una vez adquiridas, o que aparecen con una frecuencia o intensidad inusuales. También contempla situaciones de riesgo, como comportamientos peligrosos para sí mismos o para otros.
Los problemas de conducta conforman uno de los núcleos más recurrentes dentro de las consultas relacionadas con la salud mental. De hecho, son los más presentes en las distintas franjas de edad, desde los 0 a los 18 años. Para los niños de 0 a 5 años, los problemas más habituales se vinculan con la comunicación, el desarrollo del lenguaje, la impulsividad o los trastornos generalizados del desarrollo. Entre los 6 y los 11 años, persisten los problemas de conducta y aparecen diagnósticos como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). En adolescentes de 12 a 15 años, la conducta desafiante se combina con la aparición marcada de la ansiedad. En edades de 16 a 18 años, los problemas de conducta continúan siendo centrales.
El fracaso escolar aparece como una problemática que afecta especialmente a los grupos de mayor edad y se expresa a través de un descenso significativo en el rendimiento académico, dificultades de concentración, rechazo escolar o imposibilidad de mantener hábitos de estudio. Las personas adultas que contactan con ANAR relacionan estas dificultades con problemas psicológicos y emocionales, de conducta o con entornos familiares marcados por la tensión y la inestabilidad.
En función del género se observa que en chicos predomina el comportamiento desafiante y los trastornos externalizantes, mientras que en chicas aparecen con mayor frecuencia problemas internalizantes, ansiedad y trastornos de la conducta alimentaria, asociados a la presión sociocultural sobre la imagen corporal y al ajuste psicosocial.
A este respecto, ANAR pone de relieve la necesidad de atender estas dificultades de manera temprana, dado que los menores que experimentan violencia o viven en entornos conflictivos presentan problemas de conducta con mayor probabilidad y, en muchos casos, carecen de tratamiento psicológico adecuado.
La ansiedad, la tristeza y el miedo como expresiones del malestar psicológico y emocional.
El informe identifica que un 22,8% de las consultas vinculadas a salud mental se refieren específicamente a ansiedad, un problema que aparece con frecuencia, tanto en menores como dentro del propio entorno familiar. La tristeza representa el 20,2% y el miedo un 17,6%, lo cual indica la importancia de las emociones internalizadas como expresión del malestar psicológico y emocional en la infancia y la adolescencia.
Estas emociones pueden presentarse acompañadas de verbalizaciones de malestar interno, que incluyen ideación suicida, autodescalificación o somatizaciones recurrentes —como dolores de estómago o de cabeza que impiden acudir al colegio—, así como señales conductuales como aislamiento, retraimiento o abandono de actividades de ocio. El informe remarca la importancia de que las personas adultas presten atención a estas manifestaciones, dado que son indicadores altamente relevantes de problemas emocionales.
La agresividad y la ira también ocupan un lugar destacable dentro de este grupo, representando el 10,9% de los problemas psicológicos detectados. Estas conductas, aunque externalizantes, se consideran expresiones de malestar psicológico y emocional que afectan gravemente a la convivencia y al entorno escolar.
Destacan los problemas de sueño, frecuentes en las edades tempranas, que incluyen dificultades para conciliar el sueño, despertares nocturnos repetidos, miedo a dormir solo o regresiones en los hábitos de descanso. Estas alteraciones, observadas por las familias, se vinculan tanto a la ansiedad como a situaciones de tensión o inseguridad emocional, y pueden afectar al rendimiento escolar y al comportamiento diario.
Por otro lado, las situaciones de aislamiento social y dificultades de integración, se manifiestan a través del retraimiento, la pérdida de interés por actividades de ocio, el distanciamiento de amistades o la negativa a participar en la vida escolar. Estas conductas aparecen asociadas a la ansiedad, la tristeza o el miedo, y representan para las familias una señal de alerta que motiva la búsqueda de apoyo especializado.
El estudio incorpora también los problemas de alimentación y los trastornos de la conducta alimentaria, que se desarrollan con mayor frecuencia en la adolescencia y se manifiestan a través de restricciones alimentarias, rechazo de comida, pérdida de peso, vómitos autoinducidos y otras conductas asociadas a la insatisfacción corporal y al malestar psicológico y emocional. Estas dificultades, descritas por los adultos que contactan con ANAR, se relacionan con elevados niveles de ansiedad, presión social y conflictos familiares, y constituyen uno de los motivos relevantes de preocupación en el ámbito de la salud mental adolescente.
Ideación e intento de suicidio: una señal crítica dentro de la salud mental infantil y adolescente.
Uno de los datos más preocupantes del informe es la presencia de ideación o intento de suicidio dentro de los motivos de consulta de salud mental. Con un 4,7%, esta problemática aparece entre los motivos de mayor urgencia y gravedad asociados a la salud mental. De hecho, cuando se analizan los casos evaluados como de urgencia alta, la ideación o intento suicida representa el 39,4%, destacando como uno de los motivos más críticos. Del mismo modo, en situaciones de gravedad alta, alcanza un 35,3%.
Estas cifras evidencian la importancia de los dispositivos de ayuda como mecanismos de detección en momentos en los que la persona menor puede no verbalizar directamente su sufrimiento. La observación adulta —padres, madres, profesorado o profesionales de la salud— es fundamental para identificar estas señales y activar la intervención especializada.
Además de la ideación o el intento de suicidio, el informe recoge también las conductas autolesivas no suicidas, que aparecen como forma de expresión del malestar psicológico y emocional en un número significativo de consultas. Este tipo de conductas incluyen acciones dirigidas contra el propio cuerpo sin intención suicida, y se relacionan con estados de ansiedad intensa, frustración, dificultades de regulación emocional o situaciones de elevada tensión familiar o escolar. ANAR recuerda que, aunque estas manifestaciones no tengan como objetivo acabar con la vida, requieren igualmente una atención especializada y una intervención inmediata, dada su vinculación con problemas psicológicos complejos y su potencial para evolucionar hacia situaciones de mayor gravedad.
El papel de las familias y los centros escolares en la detección del malestar psicológico.
La relación entre la persona adulta que consulta y el menor afectado también aporta información relevante. Entre quienes contactan con ANAR, las madres concentran el mayor número de consultas por motivos de salud mental: un 39,2% de sus llamadas se vinculan a problemas de conducta y un 25,3% a problemas psicológicos, según recoge el informe. Los/as profesionales de centros educativos, por su parte, desempeñan un papel fundamental en la detección de cambios comportamentales visibles, como la agresividad, la bajada de rendimiento escolar o la irritabilidad.
De acuerdo con ANAR, las madres y los padres suelen contactar por conductas externalizantes que afectan la dinámica familiar o generan problemas en el colegio, y buscan orientación profesional para comprender el motivo del cambio y abordar la situación con pautas educativas adecuadas.
Problemas de salud mental en el entorno familiar.
Los datos muestran que el 52,1% de los problemas detectados en el contexto familiar se relacionan con dificultades psicológicas, destacando la ansiedad (23,3%), el miedo (22,1%) y la tristeza (21,3%). Estos factores influyen directamente en la vida familiar y pueden coexistir con situaciones de violencia como la violencia de género, que representa el 11,8% de los problemas del entorno.
La combinación de violencia y salud mental en el contexto familiar, recogida de manera literal en el informe, constituye un escenario especialmente complejo que repercute de forma significativa en la estabilidad emocional de niños, niñas y adolescentes.
Las situaciones jurídico-legales prolongadas, especialmente, las disputas de custodia o los incumplimientos del régimen de visitas, aparecen vinculadas a manifestaciones de ansiedad, tristeza, irritabilidad, problemas de conducta y otros problemas psicológicos en los y las menores, pudiendo impactar negativamente en el rendimiento escolar y en sus relaciones sociales.
Violencia y salud mental: una relación estrecha dentro de las consultas.
ANAR constata que el 61,1% de las consultas están relacionadas con violencia contra un niño o adolescente, siendo el principal motivo de consulta realizado por personas adultas al teléfono de la Fundación. Esta categoría engloba situaciones de maltrato físico y psicológico, agresión sexual, abandono y violencia de género, todas ellas, caracterizadas por elevados niveles de urgencia y gravedad. El documento evidencia que estas experiencias generan un impacto directo en la salud mental infantil y adolescente, afectando tanto a quienes las padecen como a quienes conviven en entornos marcados por dinámicas violentas.
El informe precisa que la exposición a la violencia se asocia con la aparición o intensificación de problemas psicológicos y conductuales, tales como ansiedad, tristeza, irritabilidad, dificultades de convivencia, problemas de conducta y descenso del rendimiento escolar. Esta relación es especialmente significativa en la infancia y la adolescencia, etapas en las que la estabilidad emocional depende en gran medida del contexto familiar y del estilo de crianza.
Estos datos ponen de relieve la necesidad de intervenciones inmediatas y de apoyo psicológico especializado. Sin embargo, ANAR alerta de que el 70% de los/as menores de 10 años atendidos ha sufrido algún tipo de violencia y que el 75,5% no recibe tratamiento psicológico.
El papel de los psicólogos y las dificultades de acceso a la atención psicológica.
En línea con lo señalado en el párrafo anterior, con respecto al acceso de los niños, niñas y adolescentes a la atención psicológica, la mayoría de los casos por los que las personas adultas contactan con el servicio, estos/as menores no están recibiendo ni han recibido previamente tratamiento psicológico: el 69,1% carece de esta atención (dato que se agudiza en los menores de 10 años: hasta el 75,5%), pese a que muchos de ellos/as presentan problemas de salud mental o han vivido situaciones de violencia que requieren apoyo especializado.
ANAR señala que madres y padres son quienes, en mayor medida, buscan ayuda profesional para los y las menores, ya que solo ellos pueden autorizar el inicio de una terapia psicológica. Sin embargo, hay obstáculos jurídicos que dificultan el inicio de la terapia, ya que el tratamiento psicológico forma parte de la patria potestad y suele requerir el consentimiento de ambos progenitores, salvo los supuestos excepcionales recogidos en la Ley 8/2021. A estas barreras se suma la saturación del sistema sanitario público, que, según los profesionales consultados, mantiene listas de espera prolongadas incluso en casos de extrema gravedad, como la ideación suicida o las autolesiones.
Es prioritario reforzar los recursos de salud mental infanto-juvenil
En su apartado de recomendaciones, ANAR subraya la necesidad de reforzar los recursos de salud mental infanto-juvenil, proponiendo acortar las listas de espera, aumentar el número de psicólogos en el sistema sanitario público, fomentar la terapia psicológica frente a la prescripción farmacológica, estabilizar las líneas de atención de bajo coste y crear la figura del psicólogo/a especialista en infancia y adolescencia, con el fin de garantizar un acceso adecuado y equitativo a la atención psicológica para todos los menores que la necesiten.
Se puede acceder al estudio completo desde la página web de la Fundación ANAR o bien directamente aquí.
