La necesidad de cuidar la salud mental en contextos de emergencias y catástrofes
10 Oct 2025

Redacción de Infocop

El 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. Este año, la Organización Mundial de la Salud conmemora este día con el lema “acceso a servicios de salud mental en catástrofes y emergencias”. Así, pretende poner el foco en que las crisis, emergencias y catástrofes representan fenómenos complejos que alteran el equilibrio individual y colectivo, con consecuencias significativas en la salud mental.

En las últimas décadas, el interés de la psicología en estos contextos se ha incrementado, impulsado tanto por el aumento de los desastres naturales como por las crisis humanitarias y sanitarias globales. La Organización Mundial de la Salud y otros organismos internacionales subrayan la necesidad de integrar la atención psicológica y social en la respuesta a emergencias como un componente esencial de la salud pública, destacando que el apoyo psicológico no solo contribuye a reducir el sufrimiento inmediato de las personas afectadas, sino que también favorece la resiliencia comunitaria, la recuperación a largo plazo y la prevención de trastornos mentales asociados a experiencias traumáticas (World Health organization, 2019; World Health Organization, 2024; Inter-Agency Standing Committee, 2007; Inter-Agency Standing Committee, 2013).

A continuación, se presenta una visión general del impacto psicológico de las situaciones de emergencias y catástrofes, distinguiendo entre los distintos tipos de crisis. Se abordan las posibles manifestaciones clínicas que pueden aparecer tras la experiencia de estos eventos, los grupos especialmente vulnerables al desarrollo de problemas de salud mental, los factores de resiliencia y protección implicados, así como las intervenciones de apoyo psicológico que pueden aplicarse en las diferentes fases de la emergencia.

Foto: freepik. Diseño: pvproductions Fecha: 02/10/25
El impacto psicológico de las emergencias y catástrofes

Las crisis de gran magnitud ya sean desastres naturales, conflictos armados o emergencias sanitarias, representan eventos disruptivos que trascienden el ámbito físico y material para incidir profundamente en el bienestar psicológico de las poblaciones afectadas (Norris et al., 2002; Heanoy et al., 2024). La comprensión del impacto que estos eventos tienen sobre la salud mental constituye un elemento fundamental para el desarrollo de estrategias de respuesta eficaces y la implementación de intervenciones apropiadas que promuevan la resiliencia comunitaria y la recuperación psicológica (Goldmann & Galea, 2014; Ahmed et al., 2024).

La evidencia científica acumulada durante las últimas décadas ha demostrado consistentemente que las crisis no solo generan consecuencias inmediatas en términos de mortalidad y morbilidad física, sino que también desencadenan un amplio espectro de respuestas psicológicas que pueden manifestarse tanto en el período agudo como en etapas posteriores del proceso de recuperación (Goldmann & Galea, 2014; Thompson et al., 2022). Este impacto diferencial se ve influenciado por múltiples factores que incluyen características individuales, recursos de afrontamiento, apoyo social disponible y la naturaleza específica del evento crítico (Bonanno et al., 2011; Xiong et al., 2020).

I. Tipología de las crisis y sus características diferenciales
1. Desastres naturales

Los desastres naturales, incluyendo terremotos, huracanes, inundaciones, sequías y otros fenómenos meteorológicos extremos, se caracterizan por su naturaleza impredecible y su capacidad para generar destrucción masiva en períodos relativamente cortos (Inter-Agency Standing Committee, 2013). Diversos estudios e informes han documentado que estos eventos afectan anualmente a millones de personas en todo el mundo, generando no solo pérdidas materiales significativas, sino también un impacto psicológico considerable en las comunidades afectadas (Inter-Agency Standing Committee, 2013; Keya et al., 2023).

La literatura científica indica que los desastres naturales pueden generar un continuum de respuestas psicológicas que van desde reacciones adaptativas normales hasta el desarrollo de trastornos mentales clínicamente significativos (Bryant, 2019; Heanoy et al., 2024). La severidad del impacto psicológico se encuentra directamente relacionada con factores como la magnitud del desastre, la proximidad física al epicentro, el grado de pérdida personal experimentado y la disponibilidad de recursos de recuperación (Norris et al., 2002; Thompson et al., 2022).

2. Conflictos armados y violencia colectiva

Los conflictos armados representan una categoría particular de crisis caracterizada por su naturaleza deliberada y su potencial para generar trauma complejo en las poblaciones civiles (Steel et al., 2009; United States Institute of Peace, 2024). A diferencia de los desastres naturales, los conflictos armados involucran la intencionalidad humana en la generación del daño, lo que añade dimensiones adicionales de traición, injusticia y vulnerabilidad al impacto psicológico experimentado (Steel et al., 2009; Hoppen et al., 2021).

La investigación en poblaciones afectadas por conflictos armados ha demostrado que la exposición a violencia directa, el desplazamiento forzado, la separación familiar y la destrucción del tejido social constituyen factores de riesgo significativos para el desarrollo de trastornos mentales (Steel et al., 2009; Ahmed et al., 2024). Asimismo, es necesario señalar el impacto diferencial que estos eventos tienen sobre poblaciones vulnerables, incluyendo niños, mujeres, adultos mayores y personas con condiciones de salud mental preexistentes (Inter-Agency Standing Committee, 2007; Hoppen et al., 2021).

3. Crisis sanitarias

Las crisis sanitarias, ejemplificadas de manera paradigmática por la pandemia de COVID-19, representan una categoría de crisis que combina elementos de amenaza directa a la salud física con disrupciones significativas en el funcionamiento social, económico y psicológico de las poblaciones (World Health Organization, 2020; World Health Organization, 2022). Estas crisis se caracterizan por su duración prolongada, su alcance global y su capacidad para generar incertidumbre sostenida en múltiples dominios de la experiencia humana (World Health Organization, 2020; Fancourt et al., 2022).

Complementariamente, el impacto psicológico de las crisis sanitarias se manifiesta no solo a través de la ansiedad relacionada con la amenaza directa a la salud, sino también mediante las consecuencias secundarias de las medidas de contención, incluyendo el aislamiento social, las restricciones de movilidad y las disrupciones económicas (World Health Organization, 2020; Pfefferbaum & North, 2020).

II. Manifestaciones clínicas del impacto psicológico

Las manifestaciones clínicas del impacto psicológico derivado de situaciones de emergencias y catástrofes constituyen un espectro complejo y heterogéneo de respuestas que trasciende las categorías diagnósticas tradicionales y refleja la interacción dinámica entre factores individuales, contextuales y temporales (Norris et al., 2002; Heanoy et al., 2024). Esta complejidad se manifiesta en la coexistencia de múltiples dimensiones sintomatológicas que abarcan desde respuestas adaptativas normales de estrés agudo hasta el desarrollo de trastornos mentales clínicamente significativos, incluyendo el trastorno de estrés postraumático, trastornos depresivos y de ansiedad o trastornos por uso de sustancias, entre otros (Goldmann & Galea, 2014; Vindegaard & Benros, 2020). El carácter complejo de estas manifestaciones se evidencia, además, en su presentación variable según el tipo de crisis experimentada, la fase temporal de la respuesta, las características demográficas y culturales de las poblaciones afectadas, y la presencia de factores de vulnerabilidad o protección preexistentes (Bryant, 2019; Ahmed et al., 2024).

1. Respuestas agudas de estrés

En las fases inmediatamente posteriores a una crisis, es común observar la manifestación de respuestas agudas de estrés que pueden incluir síntomas de ansiedad intensa, desorganización del pensamiento, alteraciones del sueño, hipervigilancia y respuestas de sobresalto exageradas (Ursano et al., 2010; Hitch et al., 2024). Estas respuestas representan, en muchos casos, reacciones adaptativas normales del organismo ante situaciones de amenaza extrema (Ursano et al., 2010; Biscoe et al., 2024).

La investigación ha demostrado que la exposición a eventos traumáticos activa sistemas de respuesta al estrés que involucran el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal y el sistema nervioso simpático, generando una cascada de respuestas fisiológicas y psicológicas orientadas a la supervivencia (Bryant, 2019; Hitch et al., 2024). Sin embargo, cuando estas respuestas persisten más allá del período agudo o interfieren significativamente con el funcionamiento diario, pueden constituir indicadores de la necesidad de intervención profesional (Bryant, 2019; Morganstein & Ursano, 2020).

2. Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT)

El trastorno de estrés postraumático representa una de las consecuencias psicológicas más estudiadas y reconocidas de la exposición a crisis traumáticas (American Psychological Association, 2017; Ahmed et al., 2024). Caracterizado por la presencia de síntomas intrusivos (reexperimentación del trauma), evitación de estímulos relacionados con el evento, alteraciones negativas en cogniciones y estados de ánimo, y alteraciones en la arousal y reactividad, el TEPT afecta a un porcentaje significativo de individuos expuestos a traumas (American Psychological Association, 2017; North, 2024).

Los estudios epidemiológicos han documentado tasas de prevalencia de TEPT que varían considerablemente según el tipo de crisis, con estimaciones que oscilan entre el 5% y el 40% en poblaciones afectadas por desastres naturales, y tasas aún más elevadas en contextos de conflicto armado y violencia interpersonal (Kessler et al., 2017; Ahmed et al., 2024). Es importante destacar que la mayoría de las personas expuestas a eventos traumáticos no desarrollan TEPT, lo que subraya la importancia de los factores de resiliencia y protección en la determinación de los resultados psicológicos (Bonanno et al., 2011; Heanoy et al., 2024).

3. Trastornos de depresión y ansiedad

Los trastornos depresivos y de ansiedad constituyen complicaciones psicológicas frecuentes en el contexto de crisis (Goldmann & Galea, 2014; Xiong et al., 2020). La pérdida de seres queridos, la destrucción de hogares y comunidades, la disrupción de rutinas y roles sociales, y la incertidumbre sobre el futuro contribuyen al desarrollo de estados depresivos caracterizados por sentimientos de tristeza persistente, desesperanza, anhedonia y alteraciones neurovegetativas (Goldmann & Galea, 2014; Vindegaard & Benros, 2020).

Paralelamente, los trastornos de ansiedad, incluyendo el trastorno de ansiedad generalizada, los trastornos de pánico y las fobias específicas, pueden manifestarse como consecuencia de la hiperactivación sostenida de sistemas de alarma psicológica en respuesta a la percepción continuada de amenaza (Goldmann & Galea, 2014). Estos trastornos pueden interferir significativamente con la capacidad de los individuos para participar en actividades de recuperación y reconstrucción (Norris et al., 2002; Fancourt et al., 2022).

4. Trastornos por uso de sustancias

La literatura científica ha documentado un aumento significativo en el uso de sustancias psicoactivas en poblaciones afectadas por crisis, tanto como estrategia de afrontamiento inadaptativa como consecuencia de la exacerbación de vulnerabilidades preexistentes (Goldmann & Galea, 2014; Panchal et al., 2020). El alcohol, los sedantes y otras sustancias pueden ser utilizados como mecanismos de automedicación para el manejo de síntomas de ansiedad, depresión y trauma (Goldmann & Galea, 2014; Barbieri et al., 2021).

De esta manera, el desarrollo de trastornos por uso de sustancias en el contexto de crisis representa una complicación particular debido a su potencial para interferir con procesos de recuperación, generar problemas adicionales de salud física y mental, y contribuir a la perpetuación de ciclos de adversidad y disfunción (Substance Abuse and Mental Health Services Administration, 2014; Panchal et al., 2020).

III. Poblaciones vulnerables y factores de riesgo diferencial

No todas las personas expuestas a crisis o desastres presentan el mismo riesgo de desarrollar problemas de salud mental. La literatura científica muestra que existen grupos particularmente vulnerables, cuya prevalencia de trastornos es significativamente mayor debido a factores socioeconómicos, de género, edad o antecedentes previos de sucesos adversos.

1. Infancia y adolescencia

Los niños y adolescentes representan una población especialmente vulnerable a los efectos psicológicos de las crisis debido a su desarrollo neurocognitivo en curso, su dependencia de sistemas de cuidado adulto y su limitada capacidad para comprender y procesar eventos traumáticos (Norris et al., 2002). La investigación ha demostrado que la exposición temprana a traumas puede tener efectos duraderos sobre el desarrollo neurobiológico, cognitivo y socioemocional (Bryant, 2019; Samji et al., 2022).

Las manifestaciones clínicas del impacto traumático en población infantil pueden incluir regresiones en el desarrollo, síntomas somáticos, alteraciones del comportamiento, dificultades académicas y problemas en las relaciones interpersonales (Inter-Agency Standing Committee, 2007; Magson et al., 2021). Asimismo, es importante destacar el concepto de trauma complejo o trauma del desarrollo, que se refiere al impacto de la exposición repetida o prolongada a experiencias traumáticas durante períodos críticos del desarrollo (Substance Abuse and Mental Health Services Administration, 2014; Bignardi et al., 2021).

2. Mujeres y violencia de género

Las mujeres enfrentan riesgos particulares en contextos de crisis, incluyendo un mayor riesgo de exposición a violencia sexual y de género, responsabilidades adicionales de cuidado familiar, y vulnerabilidades socioeconómicas específicas (Inter-Agency Standing Committee, 2007; United States Institute of Peace, 2024). La investigación ha documentado que las crisis pueden exacerbar desigualdades de género preexistentes y crear nuevas oportunidades para la perpetración de violencia contra las mujeres (Steel et al., 2009; Ahmed et al., 2024).

Así, el impacto psicológico de la violencia de género en contextos de crisis es particularmente severo debido a la combinación de trauma directo, estigmatización social y barreras para el acceso a servicios de apoyo (Steel et al., 2009; Hoppen et al., 2024). Los efectos pueden incluir el desarrollo de TEPT complejo, trastornos disociativos, depresión mayor e ideación suicida (American Psychological Association, 2017; North, 2024).

3. Adultos mayores

Los adultos mayores constituyen otra población de particular vulnerabilidad en contextos de crisis debido a factores como limitaciones físicas, aislamiento social, dependencia de sistemas de cuidado, y mayor prevalencia de enfermedades médicas crónicas (Norris et al., 2002; World Health Organization, 2022). A este respecto, la pérdida de independencia, la disrupción de rutinas establecidas y la separación de redes de apoyo social pueden tener efectos devastadores sobre el bienestar psicológico de esta población (Goldmann & Galea, 2014; Fancourt et al., 2022).

4. Personas con trastornos mentales preexistentes

Los individuos con trastornos mentales preexistentes enfrentan riesgos particulares en contextos de crisis debido a la vulnerabilidad inherente de sus condiciones de base, la posible disrupción de tratamientos y servicios de salud mental, y la interacción entre factores de estrés agudos y vulnerabilidades crónicas (Goldmann & Galea, 2014; World Health Organization, 2022). Así, la investigación ha demostrado que las crisis pueden precipitar exacerbaciones de trastornos mentales preexistentes y complicar los procesos de recuperación (Substance Abuse and Mental Health Services Administration, 2014; Vindegaard & Benros, 2020).

IV. Factores de resiliencia y protección

A pesar de la significativa adversidad asociada con las crisis, es importante destacar que la mayoría de los individuos expuestos demuestran capacidad de resiliencia y recuperación (Bonanno et al., 2011; Thompson et al., 2022). La investigación ha identificado múltiples factores que contribuyen a la resiliencia psicológica, incluyendo características individuales como la autoeficacia, el optimismo y las estrategias de afrontamiento adaptativas, así como factores ambientales como el apoyo social, la cohesión comunitaria y el acceso a recursos (Bonanno et al., 2011).

Tal y como señalan algunos autores, la comprensión de estos factores de protección es fundamental para el desarrollo de intervenciones preventivas y terapéuticas que promuevan la resiliencia y faciliten procesos de recuperación (Hobfoll et al., 2007; Heanoy et al., 2024).

V. Intervenciones en las diferentes fases de la emergencia

La respuesta psicológica a las crisis requiere un modelo de intervención por fases que reconozca las diferentes necesidades y prioridades que emergen a lo largo del continuum temporal de la emergencia (Hobfoll et al., 2007; Schafer et al., 2016). La literatura especializada ha identificado tradicionalmente tres fases principales: preparación y respuesta inmediata, respuesta a corto-mediano plazo, y recuperación a largo plazo (Watson et al., 2011; Robjant et al., 2019).

1. Fase de Preparación y Respuesta Inmediata (0-72 horas)

Durante las primeras 72 horas posteriores al evento crítico, las prioridades se centran en garantizar la seguridad física, satisfacer las necesidades básicas y proporcionar apoyo psicológico inmediato (Ruzek et al., 2007; Schafer et al., 2016). En esta fase, la mayoría de las respuestas psicológicas observadas constituyen reacciones normales a situaciones anormales, por lo que las intervenciones deben enfocarse en la provisión de apoyo práctico y emocional básico (Ruzek et al., 2007; Robjant et al., 2019).

Los primeros auxilios psicológicos representan la intervención de elección en esta fase inicial, implementando los principios fundamentales de contacto y compromiso, seguridad y comodidad, estabilización, recopilación de información sobre necesidades y preocupaciones actuales, asistencia práctica, conexión con apoyos sociales, información sobre afrontamiento y servicios colaborativos (Substance Abuse and Mental Health Services Administration, 2014; Schafer et al., 2016).

La evidencia indica que durante esta fase es crucial evitar intervenciones psicológicas intensivas o técnicas de debriefing psicológico forzado, que pueden resultar contraproducentes y potencialmente iatrogénicas (Bryant, 2019; North, 2024). En su lugar, se prioriza la facilitación del acceso a recursos básicos, la reunificación familiar y la provisión de información clara y precisa sobre la situación (Ruzek et al., 2007; Schafer et al., 2016).

2. Fase de Respuesta a corto-medio plazo (1 semana – 6 meses)

Durante esta fase intermedia, se inicia la identificación sistemática de individuos que presentan síntomas persistentes o que han desarrollado dificultades psicológicas que interfieren con su funcionamiento diario (Norris et al., 2002; Thompson et al., 2022). Los objetivos principales incluyen la prevención secundaria, la identificación temprana de trastornos mentales emergentes y la provisión de intervenciones específicas para poblaciones de riesgo (Norris et al., 2002; Robjant et al., 2019).

Las intervenciones apropiadas para esta fase incluyen programas de apoyo psicosocial grupal, intervenciones psicoeducativas, técnicas de manejo del estrés y, para casos que lo requieran, el inicio de tratamientos psicológicos específicos (Schafer et al., 2016).

Es durante esta fase cuando se vuelve crucial la implementación de sistemas de screening y evaluación sistemática que permitan identificar a individuos con mayor riesgo de desarrollar trastornos mentales persistentes (Kessler et al., 2017; Ahmed et al., 2024).

3. Fase de Recuperación a largo plazo (6 meses en adelante)

La fase de recuperación a largo plazo se caracteriza por el enfoque en la reconstrucción, la restauración del funcionamiento normal y el tratamiento específico de trastornos mentales que han persistido o emergido durante el proceso de recuperación (American Psychological Association, 2017; North, 2024). Durante esta fase, se implementan intervenciones psicológicas especializadas para el tratamiento de condiciones específicas como el TEPT, trastornos depresivos y de ansiedad (American Psychological Association, 2017; Hoppen et al., 2024).

Las intervenciones basadas en la evidencia para el tratamiento del TEPT incluyen la terapia de procesamiento cognitivo, la terapia de exposición prolongada y las terapias cognitivo-conductuales centradas en trauma (American Psychological Association, 2017; Ahmed et al., 2024). Para trastornos depresivos y de ansiedad, las intervenciones cognitivo-conductuales y las terapias interpersonales han demostrado su eficacia y son consideradas la primera línea de intervención (Steel et al., 2009; Vindegaard & Benros, 2020).

Durante esta fase es necesario prestar atención a fenómenos de crecimiento postraumático y al fortalecimiento de factores de resiliencia que puedan proteger contra futuras adversidades (Bonanno et al., 2011; Thompson et al., 2022). Los estudios han demostrado que muchos individuos no solo se recuperan de las experiencias traumáticas vividas, sino que pueden experimentar cambios positivos en su percepción de sí mismos, sus relaciones interpersonales y su sentido de la vida (Bonanno et al., 2011).

4. Enfoques comunitarios y de salud pública

Más allá de las intervenciones individuales, es fundamental adoptar enfoques comunitarios y de salud pública que aborden los determinantes sociales de la salud mental y promuevan la resiliencia colectiva (Norris et al., 2002). Estos enfoques pueden incluir la provisión de servicios integrados, el fortalecimiento de las redes de apoyo social, la promoción de la participación comunitaria en procesos de recuperación y la implementación de políticas que aborden las inequidades estructurales (Goldmann & Galea, 2014; Watson et al., 2024).

La investigación ha demostrado que las intervenciones comunitarias pueden tener efectos sinérgicos que amplifican el impacto de las intervenciones individuales, al mismo tiempo que abordan factores de riesgo a nivel poblacional que pueden contribuir a la vulnerabilidad psicológica (Hobfoll et al., 2007).

VI. Consideraciones finales: el impacto en la salud mental

El impacto de las crisis en la salud mental de las poblaciones afectadas constituye un fenómeno complejo y multifacético que requiere aproximaciones integrales e interdisciplinarias para su comprensión y manejo (Goldmann & Galea, 2014; Echezarraga et al., 2024). La evidencia durante las últimas décadas ha demostrado consistentemente que las crisis generan efectos psicológicos significativos que pueden manifestarse tanto en el período agudo como en etapas posteriores del proceso de recuperación (Norris et al., 2002; World Health Organization, 2024).

La comprensión integral de esta complejidad clínica resulta fundamental para el diseño e implementación de estrategias de evaluación, intervención y seguimiento que respondan adecuadamente a las necesidades diferenciadas de las personas y comunidades afectadas por eventos críticos, reconociendo que las manifestaciones psicológicas pueden evolucionar, transformarse o persistir de manera impredecible a lo largo del tiempo (Ursano et al., 2015; Hoppen et al., 2024).

De esta manera, el impacto psicológico de las crisis tiene importantes implicaciones para la preparación y respuesta de los sistemas de salud (Inter-Agency Standing Committee, 2013; World Health Organization, 2024). Tal y como advierten los expertos, los sistemas de salud deben desarrollar capacidades específicas para poder dar respuesta al impacto psicológico y en la salud mental derivado de las situaciones de emergencias, incluyendo la formación de personal, el desarrollo de protocolos de respuesta y la provisión de recursos especializados para el apoyo psicológico durante todo el proceso (Inter-Agency Standing Committee, 2013; World Health Organization, 2024; Watson et al., 2024).

La integración de los servicios de salud mental en la respuesta a las crisis y emergencias

Para lograr estos objetivos, es especialmente importante la integración de los servicios de salud mental en la respuesta general de salud pública a estas crisis, evitando aproximaciones fragmentadas que pueden resultar en brechas en la atención (Pfefferbaum & Schoenfeld, 2012). En esta línea, la investigación ha demostrado que los modelos de atención integrados que combinan servicios de salud física y mental pueden ser más eficaces y eficientes que las aproximaciones segregadas en las respuestas a las emergencias y catástrofes (Goldmann & Galea, 2014).

Asimismo, los estudios muestran que las inversiones en preparación y prevención suponen estrategias coste-eficaces, no solo en términos de reducción de impactos físicos, sino también en términos de protección del bienestar psicológico de las poblaciones y, en consecuencia, en la reducción del gasto sanitario a medio y largo plazo (Watson et al., 2011).

Una responsabilidad y una obligación ética colectiva

Más allá, la protección de la salud mental en contextos de crisis no es solo una responsabilidad de los sistemas de salud, sino una obligación ética colectiva que requiere el compromiso de toda la sociedad (Inter-Agency Standing Committee, 2007; Castillo et al., 2019). Según indican diversos autores, la inversión en la comprensión y el apoyo de la salud mental en este tipo de eventos no solo representa una respuesta humanitaria fundamental, sino también una estrategia inteligente para la construcción de sociedades más resilientes, equitativas y capaces de prosperar frente a la adversidad (Goldmann & Galea, 2014; Sumner et al., 2023).

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