ROBERT WHITAKER Y LOS EFECTOS NOCIVOS DE LOS PSICOFÁRMACOS
15 Feb 2012

Este es el tercer artículo del monográfico titulado «Destruyendo los mitos sobre los diagnósticos y los psicofármacos en salud mental», donde se revisa la obra de Irving Kirsch, Robert Whitaker y Daniel Carlat (más información aquí)

El libro de Whitaker, Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America (Anatomía de una epidemia: panaceas, psicofármacos y el impactante ascenso de la enfermedad mental en EE.UU.) es más extenso y polémico que el libro de Irving Kirsch, tal y como subraya Marcia Angell, periodista del New York Review of Books, en la revisión que hace de su obra (The Epidemic of Mental Illness: Why?).

Whitaker analiza todas las enfermedades mentales, no sólo la depresión y, si bien Kirsch concluye que los antidepresivos probablemente no son más eficaces que el placebo (más información aquí), Whitaker establece que tanto los antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son sólo ineficaces, sino perjudiciales.

Whitaker da cuenta de las alteraciones, a nivel cerebral, que puede suponer el consumo continuado de psicofármacos, tal y como han puesto en evidencia diferentes estudios científicos y tal y como ha sido reconocido por parte de algunos responsables de prestigiosas agencias de salud. Además, advierte de los peligros que adquiere la escalada de consumo de psicofármacos en la que se ve inmersa la mayor parte de los pacientes. Una espiral de consumo de la que es extremadamente difícil volver a salir.

Su análisis parte de la observación de que la progresión natural de la enfermedad mental ha manifestado un cambio en las últimas décadas. Mientras que hace unos años la esquizofrenia o los trastornos depresivos se caracterizaban por ser episodios autolimitados o episódicos, con una duración típica no mayor a seis meses y con largos periodos de normalidad entre las crisis, ahora estas condiciones son consideradas habitualmente crónicas y una carga para toda la vida. Según manifiesta Whitaker, entre las causas que han motivado este cambio se encuentran los psicofármacos, ya que todos ellos, incluso los que alivian los síntomas a corto plazo, causan daños cerebrales a largo plazo, cuya duración se prolonga más en el tiempo que los daños que se hubieran derivado de la progresión natural de la enfermedad mental, sin intervención farmacológica.

Whitaker trae a colación las declaraciones de Steve Hyman, exdirector del National Institute of Mental Health (NIMH) de EE.UU. y hasta hace poco rector de la Universidad de Harvard, quien reconoció que el consumo de fármacos psicoactivos prolongado en el tiempo produce «alteraciones sustanciales y de larga duración en la función neuronal».

Tal y como explica Whitaker, el consumo habitual de psicofármacos hace que el cerebro comience a funcionar de manera cualitativa y cuantitativamente distinta respecto a su estado normal. Tras varias semanas de consumo de fármacos psicoactivos, los esfuerzos del cerebro por compensar los cambios que éstos introducen a nivel neuronal comienzan a fallar y es entonces cuando se empiezan a manifestar los efectos secundarios asociados al medicamento, que son una señal de que el fármaco en cuestión está poniendo en marcha sus mecanismos de acción. De esta manera, por ejemplo, el consumo de antidepresivos inhibidores de recaptación de serotonina produce una concentración anormal y elevada del nivel de serotonina en el cerebro, que el organismo es incapaz de corregir si se prolonga su consumo en el tiempo, circunstancia que, a su vez, puede desembocar en episodios de manía. Por su parte, los antipsicóticos causan efectos secundarios que se asemejan a la enfermedad de Parkinson, debido a que disminuyen los niveles de dopamina, cuya carencia también se observa en este tipo de enfermedad.

Para Whitaker el problema no termina aquí, ya que una vez que el paciente comienza a presentar efectos secundarios derivados del consumo de psicofármacos, a menudo acude al médico en busca de un tratamiento para aliviar estos nuevos síntomas, de tal manera que la mayoría de los pacientes acaban consumiendo un cóctel de psicofármacos para un cóctel de diagnósticos.

Así, un episodio de manía desencadenado tras el consumo prolongado de antidepresivos puede dar lugar a un nuevo diagnóstico de trastorno bipolar y a un nuevo programa de tratamiento que incluye fármacos estabilizadores del estado de ánimo, como el Depakote (divalproex sódico, un anticonvulsivo), junto con otro antipsicótico, lo que genera nuevos efectos secundarios. Y así sucesivamente. Según Whitaker, este proceso en espiral hace que algunos pacientes puedan llegar incluso a tomar hasta seis psicofármacos distintos al día.

Whitaker además advierte que este consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una atrofia cerebral, tal y como ha quedado manifiesto en los estudios realizados por Nancy Andreasen, una prestigiosa neurocientífica y psiquiatra que ha sido galardonada por su línea de investigación en el análisis del funcionamiento neuronal de personas con trastorno mental a través de técnicas de neuroimagen. Según uno de los hallazgos del equipo de Andreasen, el consumo de psicofármacos está asociado a un «encogimiento» del cerebro y este efecto está directamente relacionado con la dosis y la duración del tratamiento farmacológico. En declaraciones al New York Times, Andreasen señaló que «el consumo de psicofármacos impide que la corteza prefrontal reciba la entrada de lo que necesita y empieza a experimentar apagones. Lo que se traduce en síntomas psicóticos. Esto también hace que la corteza prefrontal se atrofie lentamente«.

Otra de las circunstancias que para Whitaker evidencia las consecuencias nocivas del consumo de psicofármacos se observa en la dificultad que entraña el proceso de retirada de este tipo de medicamentos. Bajar la dosis de un psicofármaco es un proceso sumamente delicado, según Whitaker, porque cuando se retira, los mecanismos de compensación que había desarrollado el cerebro durante su consumo, continúan manteniéndose a pesar de la desaparición del agente que los activó. Así Whitaker explica, por ejemplo, que cuando se realiza el proceso de retirada del antidepresivo Celexa (citalopram hidrobromuro), un inhibidor selectivo de recaptación de serotonina, los niveles de este neurotransmisor caen de forma precipitada ya que las neuronas presinápticas no están liberando las cantidades normales de serotonina y las neuronas postsinápticas no tienen suficientes receptores para ella. Del mismo modo, cuando un antipsicótico se suspende, se pueden disparar los niveles de dopamina. Los síntomas producidos por la retirada de psicofármacos se confunden a menudo con recaídas de la enfermedad original, lo que puede llevar a los psiquiatras a reanudar el tratamiento farmacológico, tal vez incluso con dosis aún más elevadas, advierte Whitaker, quién se siente indignado por lo que él considera un efecto iatrogénico, es decir, involuntario e introducido médicamente.

Whitaker define este proceso de consumo abusivo de psicofármacos como «la epidemia de la disfunción cerebral», epidemia que se ha expandido principalmente con la nueva generación de antipsicóticos «atípicos», tales como Zyprexa (olanzapina), causantes de graves efectos secundarios. A este respecto invita a la reflexión a sus lectores mediante el siguiente ejemplo:

«Imagina un virus que aparece de repente en el mundo y que provoca que las personas duerman doce o catorce horas al día. Las personas infectadas se mueven con cierta lentitud y parecen desconectadas emocionalmente. Muchas de ellas ganan bastante peso. A menudo, sus niveles de azúcar en sangre se elevan, al igual que sus niveles de colesterol. Un número de afectados por la enfermedad, entre los que se incluyen, inexplicablemente, niños y adolescentes, se convierten en diabéticos en un breve plazo de tiempo… El gobierno ofrece cientos de millones de dólares a los científicos de las mejores universidades para que descifren el funcionamiento interno de este virus, quienes afirman que la razón por la que causa estas disfunciones globales radica en que bloquea gran cantidad de neurotransmisores cerebrales (dopaminérgico, serotoninérgico, muscarínico, adrenérgicos e histaminérgicos). Todas esas vías neuronales se ven comprometidas. Mientras tanto, los estudios de resonancia magnética que encontramos en un período de varios años, demuestran que el virus contrae la corteza cerebral y que esta contracción provoca deterioro cognitivo. Un atemorizado público clama por una cura.

Ahora, dicha enfermedad, de hecho ha afectado a millones de niños y adultos norteamericanos. Se acaban de describir los efectos del antipsicótico más vendido, Zyprexa, de los laboratorios Eli Lilly».

La evidencia proporcionada por Whitaker para argumentar su planteamiento varía en calidad, debido a las dificultades inherentes que conlleva acceder a muestras reales de pacientes donde se puedan comparar los efectos de una progresión natural de un trastorno mental, esto es, sin que se haya administrado ningún tipo de tratamiento farmacológico durante un periodo de 50 años desde la aparición de los primeros síntomas. No obstante, según manifiesta Marcia Angell, las reflexiones que aporta este investigador, si bien no llegan a ser tan concluyentes como las de Irving Kirsch (gracias a su aplicación del método científico) «no dejan de ser sugerentes».

Los críticos a este punto de vista podrían argumentar, comenta la periodista, que los efectos secundarios que provoca el consumo de psicofármacos «son el precio que debe pagarse para aliviar el sufrimiento causado por una enfermedad mental» (tal y como sugiere Nancy Andreasen implícitamente en su investigación sobre la pérdida de tejido cerebral debido al tratamiento antipsicótico a largo plazo). Pero para Marcia Angell este argumento merece una reflexión: «si estuviéramos seguros de que los beneficios de los psicofármacos superan con creces los daños que provocan, este sería un potente argumento, ya que no hay duda de que muchas personas se encuentran afectadas gravemente por alguna enfermedad mental. Pero como Kirsch, Whitaker y Carlat argumentan de manera convincente, es probable que estas expectativas no se correspondan a la realidad (…) Al menos, tenemos que dejar de creer que los psicofármacos son el mejor y único tratamiento para la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Tanto la psicoterapia como el ejercicio físico han demostrado ser tan eficaces como los psicofármacos para la depresión y sus efectos son más duraderos; sin embargo, por desgracia, no existe una industria para impulsar estas alternativas».

Nota al pie:

Marcia Angell (2011). The Epidemic of Mental Illness: Why?. The New York Review of Books, 23 de junio de 2011.

Fuente:

http://www.nybooks.com/articles/archives/2011/jun/23/epidemic-mental-illness-why/

Referencias:

Robert Whitaker (2011). Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America. Crown.

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