La soledad no deseada: un mal de nuestro tiempo al que tenemos que responder

31 Oct 2019

COP Madrid

Con cierta frecuencia aparecen en los medios de comunicación casos de consecuencias extremas de la soledad no deseada con, por ejemplo, aparición de personas que mueren en soledad sin que se detecte su pérdida durante días. Estos casos suponen posiblemente la punta de un iceberg mucho más profundo de un fenómeno que aún estamos descubriendo y afrontando y que todavía no tenemos dimensionado ni medido.

Vivimos tiempos en el que el miedo lo domina todo, la era del “miedoceno” en palabras del genial Forges, una época en la que se destruyen los espacios colectivos, los espacios de apoyo mutuo, tiempos de individuos aislados que compiten entre sí convirtiéndose en islas, personas centradas en sus propias y exclusivas circunstancias que ponen en juego actuaciones competitivas ligadas al “sálvese quien pueda”, en una suerte de neoliberalismo que vuelve agrandándose; tiempos de miedo líquido, de miedos que se relevan los unos a los otros sin saber muy bien a qué se tiene miedo porque lo importante, en realidad, es tener miedo y sentir que tenemos que defendernos, miedos globales y globalizados que paralizan, aíslan y nos ponen en guardia.

La vida en comunidad, el apoyo entre personas, la buena vecindad se ven afectados. La soledad no deseada emerge entonces como uno de los principales problemas de nuestro tiempo, una soledad no deseada que solemos ligar, también, al envejecimiento pero que no es un fenómeno exclusivo del mismo, vivimos más y tenemos mayores probabilidades de quedar aislados en esta revolución gris que lo cambia todo.

Somos seres sociales y necesitamos relacionarnos con los otros, pero el grado en que nos relacionemos es elección propia. El problema, sin duda, no es la soledad, a la que no podemos demonizar, sino la soledad no deseada o no tener la posibilidad (por número de relaciones) o por la calidad de la mismas de buscar apoyo y relaciones con otros en función de nuestras propias elecciones; el problema es además el aislamiento al que nos puede llevar esta soledad que no deseamos.

Multitud de estudios a lo largo del tiempo, y en diferentes contextos culturales, relacionan la soledad como un factor clave en la aparición de problemas de toda índole: sociales, psicológicos e incluso biológicos. Soledad y fragilidad correlacionan y se relacionan ampliamente, también con problemas de salud mental, así como con otros problemas sociales como la exclusión, el aislamiento o el maltrato.

Que la soledad no deseada es, quizá, el principal factor de vulnerabilidad para el posible surgimiento de dificultades es hoy una evidencia, que podemos constatar en diferentes estudios, igual que disponer de apoyo social (instrumental en forma de recursos básicos, emocional en forma de relaciones de calidad o simbólico en forma de reconcomiendo social) es uno de los factores fundamentales de, por ejemplo, la resiliencia o el buen afrontamiento de situaciones complejas y complicadas.

Es por eso que hay que desarrollar actuaciones múltiples que permitan aumentar la capacidad de elección de las personas sobre su propia soledad y la cantidad y calidad de relaciones que puedan y deban establecer para romper el aislamiento y encontrarse en una mejor posición ante los retos y problemas, disminuyendo su fragilidad.

Personas mayores pero también cuidadores, discapacitados, internos, jóvenes hiper conectados a las nuevas tecnologías con relaciones efímeras, superficiales y liquidas serían algunos de los colectivos o situaciones sobre los que la soledad tiene un efecto.

Por eso hoy tenemos iniciativas como la red Monalisa en Francia o el ministerio contra la soledad en Reino Unido, que toman conciencia de esta nueva situación y reto y por eso hoy tenemos en nuestro país cada vez más proyectos e iniciativas para responder a la soledad no deseada.

Una buena actuación en este ámbito tiene que ser necesariamente una actuación comunitaria y transversal, que busque la implicación de diferentes administraciones y estamentos públicos y privados y que busque la implicación de los y las ciudadanas en la recuperación de un concepto de ciudadanía activa, conectada y solidaria, imprescindible para responder a estas y otras situaciones.

Necesitamos saber cuántas personas viven en soledad no deseada y cómo y por qué se producen estas situaciones, investigando perfiles y situaciones (analizando, por ejemplo, los duelos, las enfermedades, las incapacidades que puedan llevar al aislamiento), analizar la situación de partida (por ejemplo, como se hizo en Leganés, con las personas mayores censadas que vivían solas, con entrevistas telefónicas y presenciales y grupos de discusión desde la Fundación Psicología sin Fronteras y el propio ayuntamiento).

Partiendo de una detección lo más temprana posible mediante, por ejemplo, acuerdos con comercios de proximidad o de barrio, farmacias o espacios como los centros de salud o de “buenos vecinos” (“programa radares” o “programa buenos vecinos”) o la puesta en marcha de mecanismos como teléfonos gratuitos de detección, además de, por supuesto, el civismo para que se avise de estas situaciones, se pasaría a un segundo momento de evaluación de lo que está ocurriendo, los niveles de vulnerabilidad presentes en la situación y la demanda o situación predominante.

Cuestiones como: ¿estamos ante un caso de maltrato? ¿una situación de trastorno o enfermedad física o mental? ¿dependencia? (se puede ejemplificar este trabajo en el funcionamiento de la mesa de vulnerabilidad del Ayuntamiento de Madrid), para, una vez diagnosticado adecuadamente el o los problemas, dar la respuesta más eficaz y eficiente de acompañamiento e intervención mediante el establecimiento de un plan de intervención individual y centrado en la persona en la que acordemos los pasos a seguir y las necesidades a cubrir, incluyendo no solo las posibles necesidades físicas (tele asistencia, ayuda a domicilio, otros recursos) sino también y, especialmente, las necesidades emocionales y sociales que pueden y deben cubrirse, por ejemplo con voluntarios y voluntarias bien formadas y que cuentan con seguimiento (por ejemplo, “programa contigo” del Ayuntamiento de Getafe).

La soledad no deseada es o debería ser un problema de todos, empezando además por el Estado, por desarrollar formas de medirla, analizarla e instrumentos de intervención sobre ella evaluados adecuadamente, así como recursos suficientes para dar respuesta. Resulta hoy una prioridad inexcusable si queremos mejorar la calidad de vida de los y las ciudadanas.

El Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid esta desde hace años comprometido con esa situación y va dando pasos para aportar sobre ella: primero gestionando en su momento las respuestas que se daban de carácter preventivo y asistencial colaborando con el Ayuntamiento de Madrid, construyendo un proyecto novedoso e innovador (Programa de Aislamiento Social); promoviendo el conocimiento científico y la investigación en esta materia (por ejemplo mediante el desarrollo de un simposium con la presencia del director general del IMSERSO en el recientemente celebrado Congreso Nacional de Psicología de Vitoria), aprobando y sumándose como entidad promotora a la petición de una serie de entidades sociales y colectivos para reclamar el desarrollo de un pacto de estado en esta materia o desarrollando una experiencia novedosa de intervención con los colegiados jubilados a los que se llamará y ofrecerá un acompañamiento en función de sus necesidades o su colaboración y activación para que los psicólogos jubilados apoyen a jóvenes psicólogos emprendedores.

Se trata por tanto de adaptar nuestras formas de intervención, de reconstruir espacios colectivos, reconstruir la buena vecindad, la ciudadanía, fomentar el apoyo social y el apoyo mutuo como dimensiones fundamentales y protectoras mediante la implementación de programas fundamentados y evaluados basados en la evidencia.

Guillermo Fouce Fernández, 

Vocal y Coordinador de la Sección de Psicología de la Intervención Social del Colegio

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