Suicidio: una asignatura pendiente para gobiernos y sociedades
15 Jul 2019
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A raíz de la publicación, realizada recientemente en la Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, del artículo denominado Variables de riesgo y protección relacionadas con la tentativa suicida, nos solicitan desde INFOCOP una breve aportación sobre esta conducta humana (Sánchez-Teruel, Muela-Martínez y García-León, 2018). Esta solicitud nos alegra enormemente, porque existe un cierto desconocimiento y una intensa estigmatización referida a aspectos multicausales y multifacéticos como el suicidio, aunque esta conducta sigue siendo un importante problema de salud pública mundial (World Health Organization-WHO, 2018). Actualmente, las tasas por suicidio son relativas y difícilmente comparables entre países y, en algunos casos, entre territorios de un mismo país. Esta situación es debida principalmente a tres causas:
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Todo ello produce una importante subnotificación en la prevalencia suicida, lo que minimiza un problema que tiene impacto global, pero que requiere acciones de carácter local, debiéndose actualizar el conocimiento científico sobre este tema. En este sentido, el análisis clásico de esta conducta se ha centrado mayoritariamente en variables que modulan el riesgo, percibiendo el suicidio como un signo en trastornos concretos (Franklin et al., 2017). Sin embargo, hasta la fecha, esta perspectiva ha avanzado poco para predecir o prevenir el suicidio o conductas asociadas (tentativas o lesiones autoinfligidas). En los últimos cuarenta años, la investigación se ha visto obstaculizada de tres formas. En primer lugar, los estudios previos han focalizado el interés exclusivamente en factores de riesgo (fundamentalmente trastornos mentales), pero este aspecto ha ayudado escasamente en la predicción precisa de esta conducta. Bien es cierto, que existen algunos resultados interesantes sobre estos factores, que promueven intentos de suicidio en subpoblaciones clínicas concretas. Sin embargo, la modulación sociocultural de esta conducta sigue dificultando llegar a resultados generalizables con garantías suficientes de aplicabilidad clínica. Los elementos que definen un comportamiento humano como anormal no difieren de los que definen la normalidad más que en términos de grado, extensión y repercusiones, lo que significa que es más correcto adoptar criterios dimensionales que categoriales o discontinuos (lo que se ha denominado transdiagnóstico). En segundo lugar, la mayoría de los estudios han utilizado metodologías trasversales para el análisis de los factores de riesgo y escasamente han utilizado evaluaciones longitudinales del riesgo real de la vulnerabilidad suicida, sobre todo en colectivos concretos (O’Connor & Nock, 2014). Así, se ha comprobado que la variabilidad conductual del suicidio modula en gran medida resultados letales o resilientes. En tercer lugar, este fenómeno también parece estar influido por la interacción de otras variables, no solo de riesgo, sino también de protección que pueden minimizar el riesgo (Sánchez-Teruel, Muela-Martínez y García-León, 2018). Esta visión basada en factores de protección es actualmente muy escasa, sobre todo cuando se centra en conductas altamente predictivas del suicidio consumado, como son las tentativas. De hecho, ya se sabía que las tentativas anteriores, son el factor de riesgo más predictivo de tentativas futuras más graves o que mejor predicen el riesgo de suicidio consumado. Pero, focalizar el interés solo en la primera tentativa suicida, tampoco ha llevado a resultados esperanzadores para la prevención del reintento más lesivo ni de la muerte por esta causa. Entonces, ¿se puede hacer algo para luchar contra el suicidio o las sociedades y personas se encuentran indefensas? Estudios recientes han mostrado que centrarse en los factores de protección en colectivos específicos (adolescentes, jóvenes, personas mayores, minorías sexuales o profesionales vulnerables) o en subpoblaciones clínicas concretas (con trastornos psicológicos o personas con discapacidad) podría proporcionar pistas eficaces para potenciar el grado de resiliencia ante esta conducta. Además, estudios realizados en países con una alta tasa de muerte por suicidio, parecen demostrar que la detección y potenciación de variables protectoras en fases previas como el primer intento, puede reducir de una forma drástica las tasas de muertes suicidas. Otros estudios han planteado la posibilidad de que la identificación de los factores protectores podría mejorar las estimaciones de la gravedad del intento, en mayor medida que otros aspectos predictores clásicos de riesgo, como la esquizofrenia, la depresión, la desesperanza o la ideación suicida previamente informada (Berman, 2017). Un ejemplo podría ser la Escala de Resiliencia de 18 ítems de los autores de este pequeño artículo como instrumento, empíricamente validado en España, que predice el reintento de suicidio futuro a los 6 meses y a los 12 meses en población clínica. Por lo tanto, estimamos que se debería caminar hacia una visión más transdiagnóstica del suicidio (más centrada en dimensiones protectoras), poniendo en marcha unas políticas públicas sanitarias más globales y otras más focalizadas en personas con vulnerabilidad, para intentar potenciar los factores de protección que promueven un mayor grado de resiliencia a un posible resultado adverso o letal, porque seguir focalizando el interés en factores de riesgo sigue sin ser una estrategia adecuada para salvar vidas. El artículo completo junto con las referencias pueden consultarse en la Psicopatología y Psicología Clínica: Sánchez-Teruel, D., Muela-Martínez, J.A. y García-León, A. (2018). Variables de riesgo y protección relacionadas con la tentativa de suicidio. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 23, 221-229.
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