Redacción de Infocop
Durante este mes de noviembre, entre los días 10 y 21, ha tenido lugar la 30ª conferencia climática de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), un encuentro llevado a cabo en Belem (Brasil), cuyos objetivos, en esta nueva edición, han sido analizar los esfuerzos necesarios para limitar el calentamiento global a 1,5ºC, presentar nuevos planes de acción y valorar los avances respecto a los compromisos asumidos en la COP29.
La celebración de esta nueva cumbre del clima ofrece un contexto idóneo para analizar un aspecto aún poco abordado en profundidad: las repercusiones psicológicas del cambio climático. De hecho, el Plan de Acción de Salud de Belém para la Adaptación del Sector de la Salud al Cambio Climático, presentado por el Ministerio de Salud de Brasil, en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en el marco de la COP30, subraya la importancia de integrar la salud mental en la adaptación climática del sector salud. Para ello, se proponen diversas acciones concretas: desde la integración de la salud mental y el apoyo psicológico y social en las políticas nacionales sobre clima y salud, hasta el fortalecimiento de los sistemas de salud mental y la prestación de servicios de apoyo psicológico y social durante las emergencias climáticas.
A este respecto, la evidencia viene señalando cómo, más allá de sus impactos físicos, económicos o ambientales, la crisis climática está erosionando progresivamente la salud mental y el bienestar social de la población. En este sentido, la Psicología —como ciencia, profesión y práctica aplicada— desempeña un papel clave tanto en la comprensión de estos efectos como en la promoción de estrategias de adaptación, resiliencia y transformación conductual (APA, 2020; Nielsen et al., 2021; OMS, 2022; Romanello et al., 2023; EFPA, 2024; Xue et al., 2024; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Mishra et al., 2025; Saad et al., 2025).
Impactos del cambio climático en la salud mental.
El cambio climático es uno de los mayores desafíos que la humanidad tiene que afrontar en el siglo XXI. Sus efectos se expresan en varios planos. Los eventos climáticos extremos —olas de calor, incendios, inundaciones, tormentas— generan pérdidas materiales y personales que afectan la salud física y mental de quienes los sufren. Diversas investigaciones señalan un aumento significativo de los síntomas de ansiedad, depresión, estrés postraumático (PTSD), abuso de sustancias e incluso suicidio, entre las personas expuestas a estos fenómenos (OMS, 2022; Romanello et al., 2023; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Chen et al., 2025; Rückle et al., 2025).
Pero el impacto no se limita a los desastres repentinos. Los cambios crónicos —el aumento sostenido de las temperaturas, la contaminación del aire, la inseguridad alimentaria o el desplazamiento forzoso—, deterioran la salud psicológica y social de las comunidades. Conceptos como ecoansiedad, duelo ecológico o solastalgia describen los sentimientos de preocupación, tristeza o pérdida vinculados a la degradación ambiental (Albrecht et al., 2007; Cunsolo & Ellis, 2018; Radua et al., 2024; Sandquist et al., 2025; Samarawickrama et al., 2025; EU-OSHA, 20251,2).

Diversos estudios apuntan a un incremento de la irritabilidad, la agresividad y los trastornos del sueño durante las olas de calor prolongadas. Además, los expertos vienen advirtiendo de que, por cada incremento de 1 °C en la temperatura media mensual, se observan aumentos medibles en los índices de suicidio (Burke et al., 2018; Carleton & Hsiang, 2020).
Sin embargo, aunque cada vez se reconoce más este impacto y hay informes que indican que los casos de problemas psicológicos debidos a desastres relacionados con el clima pueden superar a los de lesiones físicas en una proporción de 40 a 1, las consecuencias de estos fenómenos sobre la salud mental, sigue estando menos investigadas, en comparación con las que se generan sobre la salud física (European Climate and Health Observatory, 2022).
Ecoansiedad y nuevas formas de malestar.
La ecoansiedad —miedo persistente ante la degradación ambiental— no está reconocida como trastorno, pero se ha consolidado como un fenómeno psicológico relevante. Este tipo de ansiedad puede motivar la acción proambiental o, por el contrario, derivar en parálisis y desesperanza. A este respecto, son varios los estudios que confirman la relación entre ecoansiedad y síntomas de depresión y estrés (APA, 2020; Cosh et al., 2024; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Samarawickrama et., 2025; EU-OSHA, 20252).
A nivel colectivo, la EFPA (2024) subraya que comprender las emociones asociadas al clima —ansiedad, ira, tristeza, esperanza—, es esencial para promover conductas sostenibles y resilientes.
Los desastres naturales, además de destruir infraestructuras, sacuden nuestro sentido de seguridad y pertenencia, generando PTSD, depresión y ansiedad. A esta dimensión traumática se suman los efectos menos visibles: inseguridad alimentaria, pérdida de hábitats y desplazamiento. El concepto de solastalgia —el dolor de ver cómo se degrada el entorno en el que vivimos— refleja este duelo contemporáneo (Centre for Mental Health, 2025).
Infancia, adolescencia y juventud: la ansiedad climática.
Entre los/as menores y adolescentes, la percepción de amenaza y la falta de control generan una preocupación persistente. La literatura al respecto muestra que el cambio climático se percibe como un riesgo «psicológicamente distante», lo que dificulta el afrontamiento emocional. Reducir esa distancia mediante la educación y el apoyo social resulta fundamental (Schuitema & Lacchia, 2025).
Otros estudios identifican la ansiedad climática como un fenómeno creciente en jóvenes de todo el mundo, especialmente, entre quienes poseen mayor acceso a la información, pero menos capacidad de acción. Los efectos incluyen insomnio, desesperanza y conflictos intergeneracionales (Meo et al., 2025; Schalin, 2025).
Frente a ello, la UNESCO (2021) propone integrar la educación emocional y ambiental en los currículos escolares, promoviendo la acción colectiva y la resiliencia. La Psicología educativa tiene aquí un papel esencial: enseñar a reconocer emociones, canalizarlas hacia la acción y construir sentido de eficacia individual y colectiva.
Poblaciones vulnerables y desigualdad climática.
El impacto del cambio climático en la salud psicológica no se distribuye de forma homogénea. Las personas mayores, los menores, quienes conviven con enfermedades crónicas o trastornos mentales previos, los trabajadores expuestos a altas temperaturas y las comunidades con menos recursos, son los grupos más vulnerables (OMS, 2022; White et al., 2023; OIT, 2024; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025).
La Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (EU-OSHA, 2025) documenta nuevos riesgos psicológicos y sociales laborales derivados del cambio climático: estrés térmico, inseguridad económica, fatiga y pérdida de control. En sectores como la agricultura, la construcción o los servicios de emergencia, estos riesgos se suman a los existentes, afectando al rendimiento, a la productividad laboral y al bienestar psicológico.
Ciudad, naturaleza y bienestar psicológico.
Según estima la OMS, más del 55% de la población mundial vive en zonas urbanas y se prevé que esta cifra aumente al 68% para 2050 (OMS, 2025). Si bien la vida urbana puede beneficiar el bienestar de las personas a través de un mejor acceso a las redes sociales, la infraestructura de salud, las políticas de salud y las oportunidades de empleo, las personas que residen en las ciudades también experimentan un mayor riesgo e incidencia de problemas de salud mental, especialmente, ansiedad y depresión (Weich et al., 2002; Peen et al., 2010; Lederbogen et al., 2013; Haddad et al., 2015; Hammoud et al., 2024; OMS, 2025).
Mientras que la asociación entre una mayor incidencia de problemas de salud mental y la vida urbana se ha vinculado a una menor exposición a la naturaleza, existe un creciente cuerpo de evidencia empírica que indica que una mayor exposición a entornos naturales dentro de los espacios urbanos se asocia con resultados positivos para la salud mental (Bratman et al., 2019; White et al., 2021; Xue et al., 2024; Rückle et al., 2025). En este sentido, hay estudios que muestran cómo escuchar sonidos de aves o pasar tiempo en parques urbanos reduce la ansiedad y la soledad (Hammoud et al., 2024). Este tipo de hallazgos refuerza la importancia de las soluciones basadas en la naturaleza como herramientas preventivas y terapéuticas, integrables en programas de salud pública y en intervenciones psicológicas.
La respuesta desde la Psicología: ciencia, profesión y acción.
La psicología como estudio de la mente y del comportamiento tiene un papel importante que desempeñar en el campo del cambio climático, al disponer de herramientas únicas para comprender y modificar los comportamientos humanos que alimentan o mitigan la crisis climática y para impulsar las acciones urgentes necesarias para abordar los desafíos y apoyar a las personas a desarrollar su resiliencia (Steg & Vlek, 2009; Nielsen et al., 2021; Whomsley et al., 2021; Kałwak et al., 2024; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Papies et atl., 2025; Mishra et al., 2025; Kern de Castro & Reis, 2025; Walker & Lloyd, 2025).
Así lo indica el Grupo de Expertos de Referencia en Psicología y Cambio Climático de la EFPA, destacando diez claves para la acción psicológica: la sostenibilidad como nueva base; la transformación sostenible; la acción y eficacia colectiva; la inclusión de respuestas emocionales para influir en comportamientos proambientales; desarrollar resiliencia individual y comunitaria frente al cambio climático; enfatizar los comportamientos proambientales de alto impacto dentro de las comunidades; incorporar el comportamiento proambiental en el contexto organizacional; diseño, formulación e implementación de políticas climáticas; comunicar sobre el cambio climático, con mensajes que resuenen con diversos valores y motivaciones en diferentes audiencias; y enfatizar la responsabilidad colectiva (Kałwak et al., 2024).
Por su parte, la Asociación Americana de Psicología viene impulsando desde hace más de una década el estudio de los procesos cognitivos y emocionales vinculados al cambio climático y la comunicación del riesgo (APA Task Force, 2011).
En el ámbito clínico, se están desarrollando enfoques centrados en la ecoansiedad y el duelo ecológico, basados en la regulación emocional, la reestructuración cognitiva y el sentido de propósito. Algunas investigaciones identifican intervenciones grupales que mejoran la resiliencia y fomentan la acción colectiva como parte del proceso terapéutico (Nielsen et al., 2021; OMS, 2022; Xue et al., 2024; Kern de Castro & Reis, 2025; Walker & Lloyd, 2025).
El compromiso de las profesiones frente al cambio climático.
En España, la acción profesional frente a la emergencia climática se ha fortalecido notablemente. Con motivo del Día Internacional contra el Cambio Climático, celebrado el 24 de octubre, Unión Profesional -asociación que agrupa a todas las profesiones colegiadas de España-, subrayó la importancia de integrar la sostenibilidad en la práctica profesional, y la relevancia de que las corporaciones colegiales conformen grupos de trabajo especializados en el ámbito medioambiental y de la sostenibilidad.
Entre ellas, destacó al Consejo General de la Psicología de España, que, a través de su Grupo de Trabajo de Psicología Ambiental, impulsa el acercamiento del medio ambiente a sus profesionales colegiados, destacando la importancia de la psicología ambiental como elemento transversal en todos los ámbitos y especialidades, de manera que en cualquier campo de intervención se ayude a un cambio de comportamiento individual y social en prevención e intervención psicológica.
Para ello, trabaja por generar una estructura inicial y construir un espacio de reflexión, análisis y toma de conciencia, aportando, entre otras acciones, formación al/la profesional de la Psicología sobre la actualidad de políticas globales, sanitarias y sociales e impulsando la incorporación de estos/as profesionales en los ámbitos políticos y sanitarios medio ambientales.
En su declaración, Unión Profesional (2025) enfatizó, en línea con la evidencia, la necesidad de enfoques multidisciplinares que aborden la emergencia climática desde la salud, la educación, la ingeniería y las ciencias sociales, reconociendo que la sostenibilidad ambiental implica también sostenibilidad emocional.
De la angustia a la acción: evidencia empírica sobre compromiso climático.
La acción climática puede crear oportunidades co-beneficiosas para la salud mental. De hecho, diversos estudios han señalado la importancia de transformar en acción el malestar psicológico asociado al cambio climático, destacando la relevancia de comprender las emociones asociadas al clima —ansiedad, ira, tristeza, esperanza—, para promover conductas sostenibles y resilientes (Kałwak et al., 2025).
Por su parte, Ballew et al. (2024) manifiestan que la preocupación ambiental predice mayores niveles de participación cívica, activismo y voluntariado. Este hallazgo respalda la idea de que la ecoansiedad, adecuadamente canalizada, puede convertirse en un motor de cambio, reforzando el afrontamiento activo y la cohesión social.
El reto para la Psicología es, por lo tanto, acompañar la transición emocional: pasar de la parálisis al compromiso, del miedo a la acción colectiva. La evidencia sugiere que los programas basados en la esperanza realista, la autoeficacia y la conexión social son los que logran mayor sostenibilidad emocional y comportamental.
Claves de intervención desde la Psicología.
De acuerdo con los expertos, la incorporación de la salud mental al abordaje de la crisis climática exige una respuesta clínica y comunitaria coordinada. En primer lugar, debe integrarse la evaluación del riesgo psicológico y social asociado al clima en la práctica asistencial, especialmente, en atención primaria y servicios comunitarios. La psicoeducación sobre emociones climáticas —ecoansiedad, duelo ecológico, solastalgia—, legitima las reacciones de la población y abre la puerta a intervenciones breves basadas en la evidencia, como los Primeros Auxilios Psicológicos o los programas Problem Management Plus desarrollados por la OMS. Estas intervenciones se complementan con grupos de apoyo, acción colectiva y prescripción de naturaleza, cuyo beneficio está documentado en la literatura (Steg & Vlek, 2009; Whomsley et al., 2021; OMS, 2022; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Papies et al., 2025; Kern de Castro & Reis, 2025; Walker & Lloyd, 2025; Saad et al., 2025).
En el ámbito educativo, los currículos deben incorporar el cambio climático desde una perspectiva emocional y de agencia, evitando mensajes exclusivamente catastrofistas. La Educación para el Desarrollo Sostenible propuesta por la UNESCO se enriquece al incluir competencias socioemocionales —reconocer, regular y expresar emociones— y experiencias con la naturaleza, como huertos escolares o proyectos de ciencia ciudadana. Los programas que combinan resiliencia y alfabetización emocional reducen la ansiedad climática y fortalecen la percepción de eficacia individual y colectiva (UNESCO, 2021; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Mishra et al., 2025; Walker & Lloyd, 2025; Ramirez et al., 2025).
En el plano laboral, la OIT (2024) advierte de que el calor extremo, los contaminantes y la presión adaptativa generan nuevos riesgos para la seguridad y la salud en el trabajo. Asimismo, la EU-OSHA (20251,2) subraya el impacto combinado de la digitalización y el clima sobre el bienestar mental. Desde el ámbito de la psicología del trabajo, esto implica evaluar y gestionar riesgos térmicos y psicológicos y sociales, ajustar horarios, crear espacios de refugio climático y ofrecer apoyo psicológico a trabajadores expuestos.
Finalmente, en el ámbito de las políticas públicas, la salud mental debe incorporarse a los Planes Nacionales de Adaptación y a los Planes Nacionales de Salud, con acciones financiadas, indicadores específicos y participación de las comunidades más vulnerables. Incluir servicios de apoyo psicológico y social en los programas de pérdidas y daños, formar a profesionales y fomentar la cooperación intersectorial son pasos imprescindibles (Whomsley et al., 2021; Nielsen et al., 2021; OMS, 2022; Weber et al., 2025; United for Global Mental Health & Climate Cares, 2025; Kern de Castro & Reis, 2025; Walker & Lloyd, 2025; Saad et al., 2025).
Conclusión.
La crisis climática no es solo un desafío ambiental: es una prueba de resiliencia psicológica y social. Afecta a la identidad, a la esperanza y al sentido de pertenencia de las personas. La Psicología, al comprender los procesos emocionales y conductuales que median entre la amenaza y la acción, se convierte en un agente indispensable de cambio.
Integrar la salud mental en las estrategias climáticas, fortalecer la educación emocional, proteger a los colectivos más vulnerables y promover una cultura del cuidado y la cooperación son tareas urgentes. Desde el compromiso de todas las instituciones políticas, los y las profesionales de todos los sectores, hasta la investigación científica y la acción comunitaria, la Psicología aporta la mirada humana que toda transición ecológica necesita: la que pone en el centro a las personas y su bienestar emocional.
Todas las referencias de este artículo se encuentran disponibles aquí.
