Un creciente cuerpo de investigación sitúa a la compasión como un objetivo transdiagnóstico esencial a la hora de abordar la disminución de síntomas relacionados con problemas de salud mental, así como en la promoción del bienestar psicológico de los y las pacientes. Así lo sostiene Kirby (2025) en una revisión publicada en Nature Reviews Psychology, en la que resume tres décadas de hallazgos científicos que señalan la compasión no solo como un valor ético o espiritual, sino como una estrategia de abordaje eficaz en trastornos como la depresión, la ansiedad, los trastornos de la conducta alimentaria y el estrés postraumático.

Foto. Freep!k. Descarga: 28/04/2025.
Kirby define la compasión desde un marco evolutivo y apunta a que se constituye como una motivación que permite la regulación emocional, dado que impulsa a notar el sufrimiento —propio o ajeno— y a actuar para aliviarlo. Esta perspectiva destaca que la compasión no es un sentimiento pasivo, sino un patrón activo de regulación emocional que, al ser estimulado, activa el sistema de calma y recuperación del organismo, contrarrestando los efectos nocivos del estrés y la hiperactivación del sistema de alarma.
Compasión como factor transdiagnóstico.
La principal conclusión de esta revisión es que la compasión opera como un factor transdiagnóstico, es decir, como un mecanismo relevante en diversos trastornos mentales que independencia de las categorías diagnósticas específicas identificadas. Los estudios meta-analíticos citados muestran que los niveles más altos de autocompasión se asocian, de manera consistente, con menores niveles de depresión (r = –0.55), ansiedad (r = –0.51) y estrés postraumático (r = –0.64), entre otros. A su vez, el miedo a la autocompasión —definido como una resistencia al acto de ser amable uno mismo— se asocia con mayores niveles de autocrítica, vergüenza, depresión y ansiedad.
La investigación, según este artículo, parece apuntar a que promover la compasión —ya sea hacia uno mismo o misma, hacia otros o el hecho de recibirla— no solo reduce los síntomas, sino que se asocia con mejores indicadores fisiológicos como, por ejemplo, la variabilidad de la frecuencia cardíaca, un marcador de regulación emocional y salud cardiovascular.
Importancia del contexto evolutivo y del desarrollo.
Kirby enfatiza, además, el rol de la familia y las primeras experiencias de apego como determinantes cruciales en el desarrollo de la capacidad de ser compasivo o compasiva. Según indica, ambientes familiares cálidos y seguros fomentan una autorregulación basada en la calma y la conexión social, mientras que contextos de negligencia, abuso o alta competitividad promueven estrategias basadas en la crítica y el aislamiento.
De hecho, continúa explicando, investigaciones longitudinales como la de Hintsanen et al. (2019) han mostrado que una relación padre-hijo de alta calidad predice mayores niveles de compasión en la adultez, incluso 30 años después.
Terapias basadas en la compasión.
La revisión destaca, además, que ya existen intervenciones basadas en la compasión que cuentan con evidencia empírica sólida, incluso implementadas en el ámbito laboral. Terapias como la Compassion-Focused Therapy (CFT), el Mindful Self-Compassion (MSC) y el Compassion Cultivation Training (CCT) han mostrado mejorar la autocompasión, reducir la autocrítica y disminuir síntomas de trastornos como la depresión mayor, los trastornos de la conducta alimentaria y la psicosis. En concreto, los metaanálisis sobre la CFT han encontrado mejoras significativas en la autorreafirmación emocional, en la disminución del miedo a la autocompasión y una reducción de síntomas depresivos y ansiosos.
Cabe destacar, señala Kirby, que las intervenciones compasivas también tienen un impacto positivo en padres y madres: programas breves de entrenamiento en compasión han logrado no solo aumentar la autocompasión parental, sino también mejorar el comportamiento de sus hijos, evidenciando un efecto intergeneracional.
Retos y oportunidades.
Aunque la evidencia es prometedora, Kirby señala que la investigación futura debe centrarse en comprender mejor los mecanismos de cambio —qué componentes de las terapias son los más activos—, en optimizar su implementación en diferentes culturas y etapas del desarrollo, y en integrar la compasión de manera más explícita en tratamientos existentes como la terapia cognitivo-conductual (CBT), la terapia de aceptación y compromiso (ACT) o, , en enfoques más recientes como la terapia apoyada con psicodélicos.

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Un aspecto novedoso mencionado es la importancia de trabajar sobre el «flujo de compasión» en las personas, es decir, no solo aumentar la autocompasión, sino también la capacidad de dar y recibir compasión. Según el artículo, algunas investigaciones recientes señalan que un flujo equilibrado de compasión es más predictivo del bienestar que desarrollar la compasión de manera unidireccional (por ejemplo, ser autocompasivo pero no aceptar ayuda).
Conclusiones.
Aunque todavía es necesario, señala esta revisión, indagar e identificar los mecanismos de cambio, la compasión se perfila como una fuerza transformadora importante en la psicoterapia moderna.
Potenciar la compasión en el entorno terapéutico, no solo ayuda a reducir síntomas, sino que permite construir un tipo de resiliencia emocional basada en la conexión y la amabilidad, ingredientes esenciales en un mundo donde el sufrimiento, aunque inevitable, puede ser abordado con humanidad.
Fuente.
Kirby, J. N. (2025). Compassion as a transdiagnostic target to reduce mental health symptoms and promote well-being. Nature Reviews Psychology, 4, 249–263. https://doi.org/10.1038/s44159-025-00422-4